Le Figaro, 25 de febrero de 1912

BEL AMI

 

El Vaudeville acaba de ofrecer a su público una obra que no puede dejar de provocar una intensa curiosidad, toda vez que está extraída de la obra quizá más célebre de Guy de Maupassant: Bel Ami, y que ha tenido como adaptador al Sr. Nozière, del que el Sr. Porel hacía aquí mismo hace algunos días, un tan justo elogio.

Nuestros lectores leerán con interés una de las escenas capitales y más aplaudidas de la obra, aquella en la que el Sr. Georges Duroy obtiene de su esposa la mitad de una herencia, además sospecha de su fidelidad:

 

ESCENA TERCERA

 

DUROY, EL CRIADO Y MADELEINE

(Trajes sobrios, pero no de luto)

 

DUROY, al criado. – ¿Qué hace usted aquí?

EL CRIADO.– el Sr. Laroche-Mathieu ha venido hace un instante. Ha escrito una carta. Venía a entregársela a la señora (La entrega.)

MADELEINE,– Gracias.

(El criado quita el abrigo a Duroy y sale.)

DUROY. – ¿No te quitas el sombrero?

MADELEINE.– ¡No! Laroche me informa que tiene noticias importantes que comunicarme. Voy a la Cámara. Me espera a las cuatro.

DUROY.– Tienes tiempo.

MADELEINE.– Si por casualidad pudiese verle antes... tendríamos más tiempo para escribir el artículo...

DUROY.– ¡Oh! ¡no debe ser nada extraordinario! Un individuo seguramente protegido de Francia, que habrá recibido un puñetazo. El grupo de Laroche quiere hacernos creer que se trata de un caso de guerra. ¡Comienzo a conocerles! Eso ya no cuela. (Se instala en su despacho y con un puntapié aparta la estufa.)

MADELEINE.– ¿Qué haces?

DUROY.– Te lo ruego. Ya te lo he dicho ayer. No quiero ver aquí esta estufa, ¡estamos en primavera!

MADELEINE, toca la campanilla. – No es tan grave.

(Entra el criado.)

MADELEINE. – Le había dicho que retirase esta estufa.

(El criado la toma y sale.)

MADELEINE.– La desgracia está reparada.

DUROY.– ¡Yo no soy friolero como el pobre Forestier!

MADELEINE.– Acaba con tu correo, vamos...

DUROY.–¡Oh! ¡esas cartas! Tendré que contratar una secretaria.

MADELEINE. – ¿Quieres que te las escriba yo? Tú firmarás.

DUROY.– ¡No! ¡no! (comienza a escribir) ¡Puf!

MADELEINE.– ¿Qué ocurre?

DUROY.– No puedo escribir con estas plumas tan sucias.

MADELINE.– Son las mías.

DUROY.– ¿Y las de ese pobre Forestier. Las había adoptado, eh?

MADELEINE.– Deja ya a Forestier tranquilo.

DUROY.– Cuanto tengamos algunos billetes azules de más, se cambiará todo esto. Quiero claridad, alegría, muebles ingleses.

MADELEINE.– Hoy podemos permitirnos ese pequeño dispendio.

DUROY.- ¿Por qué?

MADELEINE.– ¡Vamos! ¡Vamos! ¡No te hagas el tonto! Hace una hora que me dices palabras inútiles. Quiero arreglar el asunto.

DUROY.– ¿Qué asunto?

MADELEINE.– ¡La herencia de Vaudrec!

DUROY.– Eso está arreglado. Tú no puedes aceptarla sin mi autorización. Yo no te la concedo.

MADELEINE.– ¿Por qué?

DUROY.– ¡Por nada! Y no me obligues a decir nada más.

MADELEINE.– Perdona, pero tengo el derecho de saber por qué me impides tocar un millón.

DUROY.– ¿Quieres saberlo? Pues bien, mi pequeña, es porque yo no soy Forestier...

MADELEINE.– ¿Eso que quiere decir?

DUROY.– Eso quiere decir que no soy un marido complaciente. Te aseguro que he necesitado mucha fuerza de voluntad para contenerme en el despacho del notario.

MADELEINTE.– ¡Vaya una idea!

DUROY.– Uno no deja toda su fortuna a una mujer que no ha sido su amante.

MADELEINE.– Vaudrec era amigo de mi familia.

DUROY.– No.

MADELEINE.– Me conoció cuando era niña.

DUROY.– Él me dijo lo contrario cuando Forestier estaba vivo.

MADELEINE.– ¡Pues bien! si creías que Vaudrec era mi amante, ¿por qué lo has recibido cada martes a cenar como hacía Forestier?

DUROY.– ¡Forestier! ¡Forestier! ¡Déjame tranquilo con Forestier!

MADELEINE.– Eres tú el que siempre lo sacas a colación.

DUROY.– Vivo entre sus muebles, en medio de sus feos cuadros. Tengo sus relaciones...

MADELEINE.– ¡Ocupas su plaza!

DUROY.–¿Qué quieres decir?

MADELEINE.– Nada.

DUROY. – ¡Sí! ¡sí! Eso quiere decir que tú me has conseguido su situación en el periódico, pero yo estaba en condiciones de conquistarla.

MADELEINE.– ¡De acuerdo! ¡Tienes talento! ¡Está claro! No se trata ni de Forestier, ni del periódico, sino de la herencia de Vaudrec. Tú no tienes derecho a privarme de esa fortuna.

DUROY.– Realmente no creía que te gustase tanto el dinero.

MADELEINE.– Me burlo del dinero. Lo he probado a menudo, te lo juro. ¡Pero es demasiado estúpido rechazar eso!

DUROY. – ¿Y el honor?, ¡querida!

MADELEINE.– ¿Qué?

DUROY.– Porque soy agradable a menudo, crees que no tengo el sentido del honor. No lees mis artículos.

MADELEINE.– ¡Antes que tú!

DUROY.– Quiero admitir que Vaudrec no haya sido para ti más que un amigo... Pero no es menos cierto que las personas hablarán.

MADELEINE. – Deja que los imbéciles hablen.

DUROY.– Incluso me sorprende que Vaudrec, que era de espíritu tan refinado, no hubiese pensado que me ponía en una situación difícil. Habría debido reflexionar...

MADELEINE.– ¿Qué podía hacer?

DUROY.– Podía dejarnos a ambos su fortuna...

MADELEINE.– No veo la diferencia...

DUROY.– ¡Perdón! De ese modo él dejaba su legado a una pareja amiga. Pero dejándote todo su dinero a ti sola, te compromete de un modo insultante. ¿No te das cuenta del matiz?

MADELEINE.– ¡Sí! ¡sí! ¡Comienzo a entenderlo!

DUROY.– Resulta extremadamente delicado. Nuestra unión, mi pequeña Madeleine, es una asociación encantadora. Debo pensar en la reputación de la razón social.

MADELEINTE.– ¿Por qué no decir a todo el mundo que Vaudrec nos ha dejado a los dos su fortuna?

DUROY.– ¡Una chiquillada! Enseguida se comprueba que un hombre no tiene cuenta en un banco. Me sentiría hacia tí en un estado de inferioridad... La felicidad de nuestra unión se vería alterada.

MADELEINE.– ¿Entonces?

DUROY.– Entonces, piensa en un medio de conciliar todo...Yo quiero ser amable... pero no es necesario exigir demasiado.

MADELEINE.– ¿Quieres una parte de la fortuna?

DUROY.– Me gustaría encontrar un medio de arreglar las cosas...

MADELEINE.– ¿Quieres la cuarta parte?...

DUROY.– ¡Oh! ¡vamos! Parece que estemos haciendo un negocio!. Me horrorizan los regateos.

MADELEINE.– ¿La mitad?

DUROY.– Si así lo consideras...

MADELEINE.– Escribe al notario que me concedes tu autorización y que yo te reconozco la mitad de la fortuna. ¡Qué prepare las escrituras!

DUROY.– Iré personalmente a casa del notario, no puedo escribir...

MADELEINE.– ¡Ah, sí! Las plumas de Forestier...

DUROY.–¿Y tú a dónde vas?

MADELEINE.– ¡A la Cámara! ¡A ver a Laroche-Mathieu!

DUROY.– ¡Es igual! ¿Y si estuviese celoso?

MADELEINE.– Sí, pero decididamente ¡tú no eres celoso! Hasta luego.

DUROY.– ¡Hasta luego, querida!

 

Nozière.

 

 

 

Publicado en Le Figaro, el 25 de febrero de 1912

Traducción de José M. Ramos González para

http://www.iesxunqueira1.com/maupassant