Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 25 de julio de 1925

 

LAS MIGRAÑAS DE MAUPASSANT

 

Si hay escritores que todavía esperan su monumento, otros poseen varios. Después del de Maupassant del parque Monceau, en Paris, he aquí el de Maupassant en Miromesnil.

¿Los escultores de uno y otro traducen, a través del rostro del autor del Horla, la migraña, la terrible, la perpetua migraña de la que Guy de Maupassant tanto sufrió?

A Jules Huret, que acudió a entrevistarle – esto ocurría en 1891 – Maupassant le parecía afectado de migrañas. Estas palabras del escritor confirmaban la impresión sentida por Jules Huret:

–Tengo violentas neuralgias. Parto pasado mañana para Niza, el médico me lo prescribe… este aire de París me es muy perjudicial, este ruido, esta agitación… aquí me encuentro realmente mal.

Maupassant decía la verdad. Abramos la tesis médica que el doctor Maurice Pillet sostiene en Le Mal de Maupassant, tres años antes de la guerra. El doctor Pillet habla por supuesto de la locura que terminó con la existencia del contador de Boule de Suif, y constata en Maupassant «la presencia inesperada de un temperamento especial, de un temperamento predispuesto más particularmente a las manifestaciones neuropáticas, de tal modo que el número de síntomas presentado por él deben atribuirse a suj propio temperamento.»

Entre todos estos síntomas, el doctor Pillet distingue en primer lugar la migraña. En efecto, añade:

«Hemos llegado a esta conclusión, basándonos sobre todo en la presencia de un síntoma, que ha tomado a nuestros ojos una importancia capital y ha sido para nosotros una verdadera y reveladora señal, aunque haya pasado desapercibido por los biógrafos precedentes, nos referimos a las migrañas de Maupassant. »

Constatación importante a los ojos del doctor Maurice Pillet, quien considera, dice, « con la generalidad de los autores actuales, que la migraña no es otra cosa que una modalidad de las epilepsias».

Hemos advertido que Maupassant se quejaba de tener migrañas ante Jules Huret. Se fijó la fecha: 1891. Esto concuerda con estas líneas del doctor Maurice Pillet:

«… ¡Ha llegado la hora de la desgracia! Después del año 1890, su pluma desfalleciente deja de escribir; una enfermedad que no perdona se ha abatido sobre su cerebro; medio loco, erra desde los balnearios prescritos por sus médicos a la cálida mar de la Costa Azul; luego llega el rápido final en un hospital de París.»

Pero no solamente fueron los años 1890-1891 cuando Maupassant sufría migrañas. Desde 1880, el Sr. Léon Gistucci, profesor en el Instituyo de Lyon, autor de una obra titulada: Le Pessimisme de Maupassant, había visto al autor de Bel Ami, a consecuencia de un baño de mar, «acotado en su cama, con la cara pálida, congestionada por zonas, con la cabeza envuelta en un paño y los ojos cerrados».

–No es nada, – murmuró Guy de Maupassant con una dolorosa sonrisa – es una migraña.

 

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Otros testimonios:

« En cuanto a sus migrañas, escribió la Sra. Hermine Lecomte du Nouyy al doctor Maurice Pillet, recuerdo que Maupassant que siempre se quejó, y eso fue lo que lo arrastró a abusar de los estupefacientes.»

«Sus ojos, muy buenos, decía el lamentado Pierre Giffard en el Suplemente literario del  Figaro (febrero 1908), no revelaban de entrada las atroces migrañas que el pobre muchacho sufría frecuentemente.»

«Ayer, mi amo tuvo una migraña y hoy tiene los ojos enrojecidos, consignaba el mayordomo del escritor en sus recuerdos. No se queja, sabe sufrir…»

No quejarse. Saber sufrir. ¿Acaso esas palabras, nacidas de la pluma de un doméstico, no son trágicas? Evocan tales dolores soportados con tal alma, que uno experimenta un sentimiento de horror y de respeto! Ya es demasiado que Maupassant haya muerto loco. Desde luego, se admite que eso sea lo peor. Pero esas migrañas que aparecían, horrorosamente pesadas, sobre la frente del contador al que debemos tan hermosas páginas; pero esas manos invisibles que apretaban una cinta de metal sobre la cabeza de Maupassant…

En 1891, hemos contado que el ruido, la agitación de Paris, perjudicaban tano o más la salud del escritor. ¿Qué diría hoy, donde el automóvil es rey tumultuoso, él que buscaba en las tranquilas delicias del remo y del yate un remedio al ruido de los inocentes ómnibus?

 

Gaston Picard
Traducción de José M. Ramos González.