Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 26 de mayo de 1928.

 

MAUPASSANT, AHIJADO DE FLAUBERT

 

Ningún periodo literario será, algún día, mejor conocido que aquel que se ha denominado la era del naturalismo y del simbolismo; sobre los autores de este periodo tan complejo y agitado, los corresponsales privados informaron abundantemente a la historia. Algunos comienzan a emerger a la luz. El Sr. Georges Normandy ha emprendido recientemente, en la lujosa y erudita revista, le Manuscrit autographe, la publicación de las treinta y cuatro cartas y notas dirigidas por Flaubert a Maupassant, entre 1874 y 1880, acompañadas de un comentario preciso, a las que añade un singular interés. El autor de Salammbô envejecía entonces en el trabajo y en una soledad casi indómita, interrumpida solamente por algunos viajes a París; había hecho del sobrino de su viejo amigo, Alfred Le Poittevin, una especie de hijo adoptivo y de ahijado espiritual; velaba por el futuro literario del joven Guy; con un sonriente humor, le prodigaba buenos consejos; lo introdujo en el periódico La Nation, que fundaba entonces el diputado Raoul Duval, pero le impedía abandonar su despacho en el ministerio de la Marina; sin embargo, lo ayudaba, asegurándole la protección de Bardoux, a encontrar en otro ministerio, el de Instrucción pública, una función más fecunda en sus momentos de ocio: el día en el que este cambio por fin se había decidido, él se alegraba con un corazón absolutamente paternal:

 

Gracias por la buena noticia! Me quedo un poco aliviado. Tu carta de ayer me había (y nos había) preocupado. Esperemos que ahora todo vaya bien. Me gustaría que me dieras más detalles… Estaba claro que hoy sería un buen día: 1º tu carta, y 2º un poco de dinero con el que ya no contaba. Las cosas nunca son tan malas ni tan buenas como se cree…

 

Simple nota, como se ve; y raramente Flaubert escribía mucho más a su ahijado; pero dejaba allí todo su corazón. Maupassant, sin embargo, le respondía con largas cartas, donde el respeto no excluía en absoluto una libertad absolutamente filial; el Sr. Georges Normandy publica hocho, que debe a la amabilidad de la Sra. de Commanville (hoy Sra. de Franklin-Grout), la sobrina de Flaubert; cada una de las ocho contiene detalles cuya histora será muy provechosa. Pero ninguna de esas  páginas íntimas no tiene la conmovedora belleza de la carta que Maupassant le dirigió, el 24 de mayo de 1880, a la Sra. de Commanville para decirle hasta que punto la muerte de su maestro lo dejaba desamparado:

 

Viernes [24 de mayo de 1880]

 

      Querida Señora,

      Su carta me ha hecho muy bien, pues me encuentro en un estado moral verdaderamente abatido. Cuanto más la muerte del pobre Flaubert se aleja, más me acosa su recuerdo, más siento el corazón dolorido y el alma aislada. Su imagen está sin cesar ante mí, yo lo veo en pie, en su gran bata marrón que se ampliaba cuando elevaba los brazos al hablar. Todos sus gestos me vienen, todas sus entonaciones me persiguen, y las frases que tenía costumbre de decir están en mis oídos como si las hubiese pronunciado todavía. Es el comienzo de las duras separaciones, de esa desgarradura de nuestra existencia, donde desaparecen los unos tras los otros, todas las personas a las que amamos, quiénes estaban en nuestros recuerdos, con las que podíamos hablar mejor de cosas íntimas.

      Estos golpes nos martirizan el alma y dejan un sufrimiento continuo que se instala en todos nuestros pensamientos.

Mi pobre madre, allá sola, quedó muy afectada, y parece que se encerró completamente sola en su habitación, durante dos días enteros, llorando. Para ella, fue el último viejo amigo desaparecido; le queda la vida de ahora en adelante sin el eco de todos los buenos recuerdos de su juventud; ya no va a poder recitar jamás con nadie esta « letanía de : ¿Recuerda usted? »

      Siento en este momento, de un modo intenso, la inutilidad de vivir, la esterilidad de todo esfuerzo, la repugnante monotonía de los acontecimientos y de los sucesos de este aislamiento moral en el que todos vivimos, pero del que sufría menos cuando podía charlar con él; pues tenía, como nadie, ese sentido de los filósofos que abre todos los horizontes, os elevaba el espíritu a las grandes alturas desde donde se contempla la humanidad entera, desde donde se comprende la «eterna miseria de todo »…

     

 

¿Se puede uno imaginar más hermoso elogio al triste y cariñoso Flaubert? ¿y más impactante expresión de ese pesimismo casi desesperado que Maupassant, desde esa fecha, llevaba en él como una fuente secreta? Sus sueños, uno tras otro, iban a beber allí; el caudal que por ella discurría, tras haber sumergido sus novelas, acabaría por ahogar su alma…

 

 

 

Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 26 de mayo de 1928.

Traducción de José M. Ramos González.