Le Figaro, 29 de octubre de 1897

 

Pueden decirse todavía unas palabras sobre Guy de Maupassant que ha sido tan noblemente celebrado y tan cariñosamente por el Sr. Paul Alexis, en estas mismas páginas. Uno de nuestros colegas se ha encontrado, al pie de su monumento, con un antiguo compañero de oficina de Maupassant. Quizá incluso era uno de esos jefes de negociado, pues de todos es sabido que el autor de Une Vie, fue en su primera juventud, funcionario en un ministerio.

Era uno de los raros empleados que hiciesen algo relacionado con el despacho: allí se dedicaba a componer versos, y según parece, sus colegas le alentaban y le ayudaban. El jefe del negociado contó con tono emocionado, que por la tarde se reunían para escuchar a Maupassant recitar algún poema. Fue en alguna sala de Comisiones, con las paredes empapeladas de verde, cortinas de sarga y muebles de acajú, donde el joven e ilustre escritor comenzó su carrera. Fue desde ese humilde despacho del ministerio de donde partió para la gloria.

Sus antiguos compañeros tienen motivos para enorgullecerse. Tienen razón al proclamar bien alto que le han animado y afianzado en este camino, pues eso es lo que rehabilita a los chupatintas. Uno siempre se imagina, en efecto, a los burócratas como peones gruñones y serios, que no les gusta más que trabajar para sí mismos, pero haciendo trabajar bajo sus órdenes, no admitiendo que se les den lecciones. El ejemplo de Maupassant, que no es necesario esperar verse renovar muy a menudo, demuestra que la administración no es siempre lo que un vano pueblo piensa. Allí se puede triunfar, e incluso, en un despacho, se tiene a veces la suerte de llegar a ser algo o alguien, con la única condición, claro está, de ¡no hacer el trabajo para el que a uno se le paga!

 

E.

 

Publicado en Le Figaro, el 29 de octubre de 1897

Traducción de José Manuel Ramos González para

http://www.iesxunqueira1.com/maupassant