Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 29 de febrero de 1908.

 

“Mont-Oriol” y el filósofo Caro

 

En el momento en que los hoteles de las playas y de las villas termales acogen a esos clientes de paso, que, como golondrinas, se abaten en los palacios con los primeros rayos del cálido sol y se dispersan a los cuatro vientos del horizonte, desde las primeras floraciones, no es inútil traer a colación el recuerdo de Mont-Oriol, esa novela de Guy de Maupassant, cuyo tema es el siguiente. Un banquero, Andermatt, en la búsqueda de fructíferos negocios, se ha propuesto crear una nueva estación termal cerca de Clermont-Ferrand, sobre la colina de un auvernés tozudo y avaro, el tío Oriol, el cual vive con un hijo medio bruto y dos bonitas hijas, Louise y Charlotte. A base de estrategias y tenacidad, el hotel y sus dependencias se van edificando y prosperan en medio de la marabunta de bañistas y turistas. Durante ese tiempo, en el misterio de los senderos y de las rocas, nace, crece y muere un dulce idilio entre Christiane, la esposa del feliz especulador, y Paul Brétigny, que finalmente preferirá a Charlotte Oriol, pequeña y rústica flor, cogida por sorpresa para convertirse en el adorno del salón de un millonario. Aparecen figuras de médicos en escena a cada pagina, entre los cuales se encuentran los doctores Bonnefille, Honorat Latonne, Black y Mazelli, allí presentes para poner de manifiesto el prestigio del cuerpo médico.

A propósito de esta novela, que encierra a la vez un drama poderoso y una divertida comedia, el filósofo Caro dirige la carta inédita a Guy de Maupassant, que se va a reproducir.

No está datada. Pero sabemos, por Edouard Maginal, que Mont-Oriol, acabado en diciembre de 1886, publicado en folletín en el Gil Blas, apareció en la editorial Havard en 1887. He aquí la apreciación del profundo autor del Matérialisme et de la Sciencie, que moriría poco tiempo después de haberla escrito, a los 61 años.

 

«Mi querido Maupassant,

 

En lo más profundo de mi habitación de enfermo, donde me relega todavía uno de esos incidentes de salud que son como el aviso de la edad, he disfrutado de la lectura de Mont-Oriol.

Me ha gustado infinitamente, y es una historia muy curiosa la de ese establecimiento de una estación de Auvernia entre la audacia de un bravo financiero judío, la tenacidad de un habitante y la ciencia grotesca de un Bonnefille o de un Latone (sic).

Cuadro muy picante y que debe ser auténtico: las promesas, las esperanzas locas, el charlatanismo – y el prospecto – y Clovis, ese prospecto vivo. Pero a todo eso yo prefiero esas páginas dedicadas a las excursiones y el regreso al claro de luna… Hay veinte páginas que son del mejor George Sand… Pero ¡qué blasfemia para el gran discípulo de Flaubert!

Siempre suyo.

 

E. CARO,

 

En realidad, el espiritualista y el hombre de gusto no hace mal juicio. Con razón pone de relieve al vagabundo Clovis, que consiente en prestarse al milagro y a todas las experiencias del doctor Latonne, a fin de que se le retribuya ampliamente y que se le compre muy caro su silencio. Se parece un poco a los muchachos normandos canallas, que el autor había llegado a describir con tanta maestría.

No olvidemos, además, que tenemos aquí a un Maupassant sentimental. Así lo confiesa en él mismo en En regardant passer la vie. En efecto, «Con frecuencia me río de las ideas sentimentales, muy sentimentales y tiernas que a veces encuentro buscando bien!» expresa en relación con Mont-Oriol. «Tengo miedo de convertirme un autor de género amoroso, no solamente en los libros, sino también en la vida. » Lo que no le impedía concluir: «Me sucede en ocasiones… preparando un capítulo poético al claro de luna, imaginarme que esas historias no son tan estúpidas como creía.»

El escritor no se equivoca. Las historias de amor al claro de luna podrán ser mil veces repetidas, que el público siempre las leerá con placer. ¿Acaso no son el reflejo de la eterna pasión que devora a los hombres, de los cuales, uno de los más indiferentes como Maupassant buscan, a pesar de todo, el nuevo estremecimiento de la primera cita y la turbadora emoción del primer beso? Y hay en Mont-Oriol mucho «del mejor George Sand!».

 

Edmond Spalikowski.

Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 29 de febrero de 1908.

Traducción de José M. Ramos González. 2017