Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 29 de mayo de 1926

 

GUY DE MAUPASSANT EN EL “CHAT NOIR”

 

Se sabe que Rodolphe Salis, fundador del Chat Noir, cabaret, además creó Le Chat Noir, una revista semanal ilustrada, cuya colección forma hoy en día un conjunto muy interesante.

Le Chat Noir no tuvo más que un único «secretario de redacción» formal: el buen novelista Edmond Deschaumes, el autor de Le Kreutzer. A decir verdad, ese serio secretario de redacción no cumplía su tarea con una exactitud extrema. Paul Eudel ha podido constatar que Henri Riviere, gran artista en sus mejores momentos, y escritor hábil y punzante en los demás, castigó a menudo de sus ausencias al autor de La Petite Nèfle haciendo aparecer el periódico con esta modificación en la cabecera: Finado Edmond Deschaumes, secretario de redacción.

Fue a consecuencia de una de estas ausencias que Deschaumes se vio involucrado, más de lo que hubiese deseado, en el incidente que trata la nota que a continuación se reproduce.

He aquí este incidente narrado de memoria, tal como me fue contado por el propio Deschaumes.

Existían unas relaciones de muy buena camaradería entre este último y el autor de Yvette. Ambos jóvenes se habían conocido en La Revue moderne et naturaliste, dirigida por Harry Alis y Guy Tomel. En Sartrouville habían realizado juntos deliciosas sesiones de remo  – en el transcurso de las cuales Harry Allis, admirable nadador, daba cuenta de verdaderas proezas de resistencia y velocidad – y donde Félicien Champsaur les ofrecía, en entregas, la primicia de sus últimos sonetos a Sarah Bernhardt o a Grévin.

Maupassant además había ido a cenar a casa de la madre de Edmond Deschaumes, siempre feliz de acoger cordialmente a los amigos literarios de su hijo.

Una noche, Guy de Maupassant acudió al Chat Noir (al primero: al del bulevar Rochechouart). Fue introducido en la salita del fondo, a la que Salis llamaba el Instituto. Se sentó en la famosa mesa alrededor de la que se reunían Emile Goudeau, Rollinat, Edmond Haraucourt, Jean Lorrain, Alphonse Allais, Charles Cros, Willette, Jules Jouy, el compositor Fragerolle, etc. El autor de Boule de Suif se interesó mucho por el mobiliario y la decoración del Instituto. Se le mostró la colección del periódico Le Chat Noir que ojeó con un vivo interés. Ahora bien, en ese momento, Salis acababa de verse privado de los servicios de su administrador (que por lo demás nunca fue sustituido). Se le ocurrió la chatnoiresca  idea de proponer a Maupassant que aceptase, con todos los honores, el cargo vacante y unas funciones imaginarias. Guy se divirtió mucho con la idea y la suscribió, riendo, con esa risa estentórea y casi espasmódica que le conocieron todos sus amigos, ante esta propuesta de un «cahondeo» de un color muy local.

Ocurrió pues que, durante varios números del Chat Noir, se podía leer en la cabecera esta mención de una maravillosa inverosimilitud:

 

Administrador general:

GUY DE MAUPASSANT.

 

Al cabo de algunos números, el autor de Bel Ami, quizá considerando que la broma había durado bastante y que, prolongándola más, podría perjudicarle, escribió a Deschaumes, al periódico, para rogarle amistosamente que se suprimiese su nombre. Ahora bien, Deschumes, al estar encamado y padeciendo una fuerte bronquitis, y estando más ausente aún que de costumbre, fue Salis, con su espantosa placidez, quién abrió el sobre, leyó la nota y olvidó proceder – feliz de hacer esa jugarreta a su imaginario administrador general, a la vez que fantástico secretario de redacción.

Mantenido a su pesar en sus funciones de administrador, Maupassant se encolerizó y escribió al autor de La Freutzer la siguiente carta:

 

16 de febrero de 1883

Calle Dulong, nº 83

 

Mi querido Deschaumes,

 

Le he instado, por carta, a retirar mi nombre de la portada del Chat Noir. Sé que ha sido distribuido un número especial en el Baile de la Prensa, que me sigue designando como administrador.

Continuada de ese modo esta broma, cada vez resulta de peor gusto y grosería con respecto a mi persona, y me haría lamentar mucho la pérdida de unas relaciones tan absolutamente privadas de cortesía de su parte.

Le advierto pues que esta carta ha sido escrita y depositada en el correo ante testigos, y que he tomado las medidas necearías para reír el último en este asunto que me resulta perjudicial.

 

Crea, personalmente, en mis mejores sentimientos.

GUY DE MAUPASSANT.

 

El asunto «continuó». Deschaumes, todavía encamado, quedó a la vez estupefacto y furioso. Escribió de inmediato a Maupassant, demostrándole que, habiendo estado enfermo, era ajeno a esa aventura montmartroise, y que la primera carta no se habría descartado si Guy tuviese la idea de digerírsela directamente a él en lugar de enviarla a un periódico cuya sala de redacción se confundía con una sala de cabaret – y donde las funciones de secretario de redacción eran casi tan irreales como las de administrador general.

Maupassant se explicó en una nueva carta, muy afectuosa, y Salis tuvo que padecer, por parte de Deschaumes, una violenta escena, que se terminó, más tarde, con una reconciliación: los dos hombres cayeron en brazos de Emile Goudeau que los sentó ante una especie de aperitivo de honor.

¿Debemos tratar de discernir, a través de la rápida irritación del autor de Une Vie, los rasgos de esa megalomanía que debía desembocar en los procesos llevados a cabo contra el Suplemento Literario del Figaro, contra el editor Charpentier, contra un periódico de New York  – y los subsiguientes dramas que acontecieron?

Esta megalomanía apareció con bastante claridad desde 1880, según el hecho inédito que me señalaba el otro día Eugène Fasquelle, mi primer editor, cuya Editorial siempre me pareció algo así como la Comedia Francesa de la novela.

Des vers, editado por Charpentier, obtenía un verdadero éxito, Pero cada vez que Maupassant iba a ver a su editor, pasaba a través de auténticas calles de libros de Zola. Le ocurría que tomaba un volumen al azar. – Emile Zola… ¡sesenta cinco mil! Silbaba, y lanzaba el libro sobre la mesa con gesto colérico.

Una mañana, no aguantó más. Llegó, trepidante, al despacho de Charpentier y, sin más preámbulos le dijo:

–No le entregaré mi próximo .libro.

–Pero… yo… no…

–No, no lo tendrá.

–…?!...

–¿Qué quiere que haga aquí? Zola cincuenta mil… Zola sesenta y cinco mil… Prefiero estar con editor más modesto, pero quiero ser el primero.

Y ofreció su manuscrito a Victor Havard.

 

Georges Normandy.

 

Suplemento literario del domingo. Le Figaro 29 de mayo de 1926
Traducción de José M. Ramos González. Enero 2017