Le Gaulois, 1 de marzo de 1887

 

EL AMOR EN LA NOVELA CONTEMPORÁNEA

 

La Bête de Victor Cherbuliez

Mont - Oriol de Guy de Maupassant

 

¡Ah! si las bellas lectoras de la Nouvelle Héloise levantasen la cabeza! En ocasiones me he preguntado en que consistían las costumbres amorosas de nuestros antepasados; ¿cómo un hombre galante enamorado cortejaba a una bonita mujer? ¿qué medios empleaba para hacer el asedio a un corazón defendido por una hábil mezcla de pudor y coquetería? Al menos sabemos, –¡más o menos! – los hábitos amorosos en el segundo Imperio. Hoy todo ha cambiado; e imagino que las costumbres de cara al exterior de la tercera República son muy diferentes de las costumbres de los salones de Luis XVI. ¿Todavía se hace la corte a una mujer? Si creyese en las novelas publicadas desde hace algunos años, el amor ha dado paso a la brutalidad. El hombre prendado cree llevar su conquista a tambor batiente, y de modo tan  ligero como el Sr. de Chevert ante Praga. ¡Uno ya no se arroja a los pies de una mujer, da vueltas; ya no se desespera, se retuerce; no se grita, se aulla!  ¡Oh! ¡qué antiguos y descoloridos parecen los discursos de amor de 1830!

La Bestia triunfa. He aquí al Sr. Victor Cherbuliez como lo demuestra en su nueva novela (titulada la Bête), y el Sr. Guy de Maupassant que viene en su apoyo con Mont-Oriol. Me ha parecido muy placentero reunir en la misma columna a ambos escritores que tan poco se parecen. El primero tiene afición por lo raro, lo exquisito, lo excéntrico, tanto en los personajes que describe como en las acciones que inventa; el segundo, dotado de un verbo muy bromista, de un espíritu claro y preciso,  con unas actitudes burlonas e insolentes. El uno y el otro, estilistas de primer nivel, escriben una lengua bien musculada, con el gusto por la expresión rebuscada, el epíteto raro, y el odio franco hacia la banalidad.

I

La Bête es una de mis preferidas entre las obras de Victor Cherbuliez. Sitúo este libro al lado del Comte Kostia y de Meta Holdenis; un poco por debajo de Ladislas Bolski, uno de las dos o tres obras maestras contemporáneas. ¿Es una novela o no convendría decir más bien que se trata de un estudio filosófico? Pero estudio bien sutil, fino y espiritual: demasiado espiritual, pues todos los personajes tienen el mismo espíritu, ¡que parece primo hermano del espíritu de Cherbuliez! Silvayn Bergeac es el hijo de un vinatero bastante rico tiene la buena precaución de no provocar diferencias entre sus herederos: muere convenientemente a una edad razonable. Sylvain comparte la fortuna con su hermana, y helos aquí a ambos  gozar de una buena situación entre cepas y viñedos. ¡Excelente muchacho, ese Bergeac! A la vez inteligente y un poco bestia. ¡Esas dos cualidades se encuentran con frecuencia! ¿Y qué químico dosificaría la cantidad de estupidez que encierra el cerebro de un hombre de espíritu?

Esa mezcla produce «el ingenuo». ¡Eh! ¡me gustan los ingenuos! Hay en su torpeza una sinceridad que me gusta. La primera prueba de ingenuidad que da Silvayn Bergeac es casarse. Y, ¡que matrimonio, Dios mío! Una católica «noble» unida a ese filósofo rústico y mal curtido, protestante además, que jamás será para ella más que uno de esos « paletos ». Para colmo de ironías, ella se llama Hermine: lamentablemente no es de aquellas a las que una tarea hace morir. Ni siquiera las tareas de rubicundez de su pequeño primo, cuya cabellera al viento ha seducido su corazón inflamado. Sylvain Bergeac sorprende a los culpables, y comienza por infligir una vigorosa corrección al joven. Luego, pide el divorcio, que obtiene fácilmente.

¡Helo aquí de nuevo soltero! E incluso hecho de nuevo un apetecible soltero, puesto que su unión no ha sido bendecida en el templo, al no haber el Santo Padre concedido la dispensa. Naturalmente el vinatero ha tomado horror a las mujeres. ¡Qué iguales son todos esos infortunados traicionados por una infidelidad! No tienen bastantes imprecaciones contra las traidoras: y he aquí el corazón que late a la llamada de la primera muchacha que pasa con la primavera en los ojos. ¿Es el corazón? Imagino que poco tiene que ver en este asunto. Me vería en un compromiso para definir mi pensamiento, si Victor Cherbuliez no hubiese inventado un tipo de inglés muy original. Sir John no tiene más que un defecto: habla demasiado mediante aforismos. ¿Qué importa, después de todo, si los aforismos son divertidos? Ahora bien, a ese sir John le gustaba citar la frase de Shakespeare: «El amor, señora, tiene eso de monstruoso; como la voluntad es infinita y como la ejecución no lo es, el deseo no tiene límites, y la acción es esclava del límite. »

Mientras la Bête estaba en plena publicación en la Revue des Deux Mondes, escuché discutir a ese caballero fantástico y espiritual, en las cenas y los salones donde la literatura ha conservado sus elevadas entradas. Sobre todo asustaba a las mujeres. Porque demasiado cierto, y demasiado real, y demasiado burlonamente filosófico! Piensen pues que sir John practicaba abiertamente el culto por la diosa Milita[1]. ¿No conocen a la diosa Milita? Yo no mucho, o al menos la llamaba por otro nombre. Es la gran Impúdica que somete a los hombres bajo su dominación fatal; en ella se resumen todos los transportes del deseo y todos los embates de la pasión. Y es ella aún la victoriosa tentadora del protagonista de Cherbuliez, es ella quien nos presenta a la Bestia todopoderosa.

¿Sylvain Bergeac se deja seducir por las bellos hombros de la Srta. Zoé Gabelin? ¡Es culpa de la diosa Milita! ¿Y a fin de cuentas, el vinatero cae bajo el encanto de la Srta Louies Havenne? ¡Siempre está detrás la sugestión  de la diosa Milita! ¡Oh buena diosa, que bien ha hecho Victor Cherbuliez en inventarte o descubrirte, a ti que eres tan cómoda para el pobre mundo! Las culpas, los vicios, los crimenes, las locuras no son imputables a la infortunada criatura humana. Librada a sí misma, ésta sería de una inocencia de oveja y conservaría un corazón puro como la miel de Hymette[2]. ¡Es la diosa Milita culpable de todo!

El gran novelista, que nos ha encantado por tantas obras a la vez poderosas y delicadas, jamás ha imaginada nada más ingenioso y espiritual. Y quiere ver en ello la socarrona indulgencia de un espíritu superior que la vida ha conducido dulcemente al perdón ligeramente desdeñosos de las debilidades humanas. ¿Desdén? Desde luego sí, puesto que ese perdón es universal y no elegido; de ese modo el escritor, con lápiz ligero, subraya la diferencia entre el amor de Sylvain Bergeac por Hermine y su amor por Louise, ¡siempre mediante la magia de la diosa Milita!

Sylvain Bergeac se casará, sin embargo, con la Srta. Louise Havenne, y sera perfectamente feliz, y tendrá muchos hijos. ¡La segunda mujer se parece tan poco a la primera! Pero entonces yo preguntaría al Sr. Cherbuliez si es la diosa Milita quien bendecirá el matrimonio Me responderá finamente que algo, pero que al menos esta vez la Bestia se acoplará con el Espíritu. Y es esa unión en lo que consiste el amor. ¡Desconfía de tus sentidos, oh, criatura enloquecida, que el primavera o la juventud arroja jadeante a los ardores de los primeros besos! Es la Bestia quien habla. ¡Desconfía de tu sueño, oh, criatura melancólica, que espera en la dulce y pura unión de las almas! Es el Espíritu quien reivindica sus derechos y los arroja temblando a las delicias de los platónicos deseos!

Tal es, creo yo, la tesis que el novelista ha querido sostener: es que todo hombre oculta en sí una Bestia dormida. ¡El animal también! Nuestra única superioridad sobre él, es que él no posee más que instinto, mientras nosotros tenemos la inteligencia. Y es la inteligencia quien debe practicar la selección en nuestros deseos y elegir, entre todas las criaturas, la mujer del inmortal amor.

Que la tesis sea o no cierta, está presentada con tanta finura y enmarcada en un relato tan encantador, que seducirá a todo el mundo. Victor Cherbuliez se parece bastante a esos hábiles orfebres de la Edad Media, que cincelaban, con su hábil punzón, un vulgar trozo de hierro o acero. La cinceladura del gran novelista es el estilo, que es rápido y colorista; es el espíritu, que es deslumbrante e intenso. Y ¡qué habilidad en la descripción de las mujeres que nos presenta! Yo desafía al menos sensual a no desear a Hermine y al menos soñador a no suspirar por Louise. ¿Debo confesar a cual de las dos prefiero? Imposible... ¡No soy mas que una Bestia!


II

 

Mont-Oriol, es la que menos me gusta de todas las obras de Guy de Maupassant. Debo estar equivocado, puesto que el éxito ha sido considerable, y, en el momento en que escribo, el editor publica la cuadragésima edición. ¿Que reproches dirijo a esa novela? De entrada uno muy grande. Temo que carezca de realidad. Un poeta tiene el derecho de presentar tal creación de su sueño o de su fantasía: no un novelista como Maupassant, que siempre escribe lo real, y cuyos personajes están descritos a la vez de un modo muy claro y sobrio.

El autor me muestra, como se funda un balneario, y los intereses puestos en juego que se combaten o se mantienen, y la vanidad de unos ante la codicia de otros. William Andermatt es un banquero que quiere fundar su Royat o su Vichy: al albur de esta primera concepción, el novelista hace desfilar bajo mis ojos una serie de personajes, unos divertidos como realidades tomadas por encargo, los otros irreales como fantasmas. Antes yo alababa la elocuencia bromista del talento de Maupassant. ¡Cómo la vuelvo a encontrar en esta novela! ¡Qué galería de médicos, que son de una comicidad rematada! Todos hemos visto los rencores, los odios y los celos de los médicos de los balnearios, el arte con el que se roban enfermos, y la hiel que se destila de las alabanzas que se prodigan. El autor de Mont-Oriol ha tomado de la vida a esos ridículos, y que burla fina, cuya alegría no excluye nunca la profundidad.

¡Sería demasiado lamentable no encontrar a mi buena amiga la diosa Milita! Guy de Maupassant es franco en sus formas y no teme en simbolizar a la Bestia. Para él, la Bestia lleva su nombre y no es en absoluto diosa. Leed: «De repente ella comprendió como se pertenece a alguien... como un ser os toma, en cuerpo y alma, carne, pensamiento, voluntad, sentidos, nervios, todo, todo lo que hay en vosotros, así como hace un gran pájaro de presa de amplias alas, abatiéndose sobre un gorrión.»

Al menos, con Guy de Maupassant, queda claro de inmediato, y la definición del amor que yo solicitaba me ha sido dada muy netamente, sin perífrasis. «Es la Bestia enamorada que busca a su compañero...» No critico, constato. Cada escritor tiene su temperamento, su naturaleza, su hábito de concebir; y, cuando se estudian artistas de primer nivel como Maupassant o Victor Cherbuliez, es muy curioso advertir la diferencia de sus procedimientos. Éste me envuelve con su pensamiento aunque lo capto sin gustarme su amargura; aquel va brutalmente, haciéndome aceptar de un golpe lo que me presenta. Y si tuviese que elegir entre las dos escuelas, me vería en un compromiso.

Confieso que en arte soy completamente ecléctico: aplaudo todo lo que me gusta; pues, para regresar a la definición exacta del Sr. Brunetière, «sin encanto, una obra de arte siempre será incompleta». Aunque lo que alabaría sin reservas en la nueva obra de Maupassant, es precisamente lo que me sedujo hasta la emoción más intensa. Quiero hablar del último tercio de la obra. Desde luego, el autor de Mont-Oriol escribió fragmentos exquisitos, donde domina un sentimiento muy delicado, como en Miss Harriett, por ejemplo, o en la Fille de ferme. Ninguno de ellos me ha gustado tanto como el desenlace de Mont-Oriol. ¡Oh, diosa Milita, ese realista es un poeta y el poeta te ha vencido! Christiane Andermatt adoraba a Paul Brétigny. Él la tomó con la brutalidad que he comentado. Ella se ha convertido en madre. Se dejan, y cuando se vuelven a ver, tras la separación, la hija recién nacida de los amores culpables duerme en su cuna, tranquila.

¿Qué choque van a sufrir esos dos seres, cuyos corazones han latido al unísono? Él quizá será tentado por la Bestia, y querrá tomar a esta joven madre en sus brazos. Ella ha sabido defenderse por adelantado y, para permanecer invencible, ha encargado a la madre protegerla del amante. Donde el amante será débil, la madre será fuerte: y cuando Paul se acerca a Christiane, «él percibe que las cortinas de la cuna están cerradas de arriba a abajo con los alfileres do oro que ella llevaba de ordinario en su camisa.... Él comprendió lo que ella había querido...»

Decididamente yo tenía razón, y es Guy de Maupassant quién me lo demuestra. ¡Desconfiaba un poco de la diosa Milita! El sentimiento siempre tendrá razón contra ella. Y en este momento me reprocho mi severidad de antes.

¿Cómo no gustarme Mont-Oriol casi al igual que las demás obras de Maupassant puesto que en ella he encontrado la risa y las lagrimas? ¿Soy pues yo quien estaba equivocado y el público tenía razón? Tal vez yo tuviese el espíritu perturbado por la Bestia! No me creo culpable. Los culpables son mis muy distinguidos colegas que me han dejado fascinar por la diosa Milita: ¡Hermine y Zoé Gabelin, por una parte, Christiane Andermatt, por la otra! Una mirada a derecha o a izquierda, y se ha perdido. ¡La Bestia, siempre la Bestia! No tan bestia, puesto que el público devora las obras nuevas: y yo tendría un alma demasiado dominada por la infernal Milita si no aplaudiese el justo éxito de estos dos hombres de gran talento.

 

ALBERT DELPIT

 

Publicado en Le Gaulois, el 1 de marzo de 1887

Traducción de José M. Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant

 

 


[1] Diosa de origen babilónico relacionada con la prostitución y el deseo sexual. (N. del T.)

[2] Miel recogida en el monte del Olimpo. (N. del T.)