Le Gaulois, 5 de marzo de 1891

LOS ESTRENOS

 

TEATRO DEL GYMNASE: Musotte, pieza en tres actos, en prosa, de los Sres. Guy de Maupassant y Jacques Normand.

 

El dulce y tan impactante relato que el Sr. de Maupassant y Jacques Normand acaban de hacer al público que les escuchaba con los ojos anegados en lágrimas, es una obra de arte exquisita, sobre la que planea la bondad serena, extendiendo sus grandes alas blancas. Ese poema en tres cantos, donde vibran dolorosas y piadosas, todas las cuerdas del corazón humano, me ha causado una inolvidable impresión, e imagino que removerá profundamente las almas.

Tallado en plena humanidad, viril, sencilla y lealmente, da la sensación de que la mano del artista tembló de emoción al contacto de esas carnes tan vivas y ¡cuántas ternuras infinitas para esos pacientes, esos torturados, víctimas de las fatalidades de la vida, arrancando sollozos del pecho del poeta que contaba sus sufrimientos! ¡El hombre inventó la bondad para defenderse o consolarse contra las ferocidades de la naturaleza, y que, sólo por eso, puede estar orgulloso! Cuando Júpiter, rey de los dioses, se abrió el cráneo, no fue otra que la despiadada Minerva quién se escapó de la divina prisión. Al hombre se le desgarró el corazón y, la Bondad salió por la herida.

Esta elevada comprensión de las miserias humanas, esta voluntad de mitigarlas, son la marca particular del Sr. de Maupassant y llevan sus obras más alto aún que su soberbio talento. Hemos encontrado esas cualidades maestras, ayer noche, en Musotte, y la emoción del público, su angustia, sus aplausos, nos han probado que los espectadores refinados y exigentes de las primeras representaciones no pueden dejar de rendirse ante las obras realmente superiores e inspiradas por elevados y generosos pensamientos. Debo también reconocer que los actores del Gymnase han alcanzado la perfección en esta ocasión, y que ningún otro teatro, sin ni siquiera exceptuando a la Comédie-Française, podía ofrecer a unos autores una interpretación igual en el detalle y en el conjunto.

En este maravilloso resultado, hay que hacer partícipe al Sr. Koning, al paciente, escrupuloso y meticuloso director de la obra. Todos esos talentos de artistas tan diversos y tan personales no consiguen fundirse y confundirse en un todo tan armonioso, sin que una mano experta los haya acercado poco a poco, mediante un esfuerzo persistente y tenaz.

 

***

 

Veamos ahora quién es Musotte, la heroína de la obra representada ayer noche. Aquellos lectores que hayan tenido entre las manos la antología de relatos titulada Clair de Lune, del Sr. Guy de Maupassant, me perdonaran si mi seco análisis les hace añorar el relato cálido y colorista de l’Enfant, de donde está extraído Musotte.

Son las diez de la noche. Jean Martinel, joven pintor de gran talento y renombre, acaba de casarse con la Srta. Gilberte de Petitpré, hija de un prestigioso juez, que enviudó pronto y vive con su hermana, la Sra. de Ronchard.

Los recién casados están pletóricos de felicidad, pues han logrado superar los escollos que el Sr. de Petitpré y su taciturna hermana objetaban a esa unión y que consideraban, a los ojos de esos decentes burgueses, como una imprudencia y un peligro. Sin embargo, a base de perseverancia y voluntad, la resistencia familiar entró en razón. De entrada, el joven hermano de Gilberte, Léon de Petitpré, jamás dejó de defender la causa de su amigo Jean Martinel, enumerando sus cualidades, diciendo lo noble, leal, generoso y cariñoso que era.

Luego el tío Martinel, un anciano cuyo enorme pecho apenas era suficientemente amplio para contener su gran corazón, se había puesto de parte de su sobrino Jean, al que sirvió de padre desde la primera infancia del pintor. El Sr. Martinel era un caballero, y gozaba de tal reputación en el Havre, que su intervención resultó decisiva. Además, Jean adoraba a Gilbert; Gilbert amaba apasionadamente a Jean, y lo que los enamorados quieren firmemente, debe ser querido también por los padres. Así pues, son las diez de la noche, y, dentro de algunos instantes, los esposos se van a retirar.

Ya tienen la puerta entreabierta, cuando por la rendija, el dolor que acosa todos los umbrales se desliza en la casa.

El tío Martinel llega, arrastrando a Léon tras él. El hombre está profundamente turbado. Por casualidad, ha abierto una carta que un recadero acaba de traer. Esta carta, dirigida a Jean Martinel, está firmada por el doctor Pellerin e informa al joven pintor que a su antigua amante, la tan hermosa Musotte, del que él se separó hace ocho meses, no le quedan más que algunas horas de vida, que, irremediablemente condenada, suplica a Jean que vaya a recibir su último adiós. No hay un instante que perder.

Los dos hombres se miran consternados. ¿Qué hacer? ¿Entregar la carta a Jean? ¿Cómo es posible? ¿Cómo justificar una partida a esta hora, en semejantes circunstancias, ¿y no arriesgaría, cediendo a los deseos de la moribunda, causar a Gilberte un daño irreparable, hacerle una herida incurable?

Sí, pero ¡qué crueldad ignorar la llamada desesperada de Musotte! El tío Martinel y el hermano de Gilbert conocieron a la pobre joven, y ambos reconocían que nunca mujer alguna amó a su primer y único amante, con un amor tan sincero y tan desinteresado. Musotte tenía la alegría de un pájaro, el perfume de una flor y la lealtad de un perro, y, si en su humildad, se había resignado a asumir una ruptura con Jean, fue que, como siempre, prefirió sacrificarse por el honor del que ella amaba. Privar a la moribunda de la última alegría que espera, sería un acto de ferocidad, del que los dos nobles corazones son incapaces. Deciden, a todo riesgo, advertir a Jean quien ya tenía puesto un abrigo sobre los hombros de su esposa tan deseada.

El artista se tambalea bajo el impacto de la noticia; pero, pronto recuperado, tiende la mano a esos dos generosos caballeros y les dice que va a partir de inmediato. Léon y el tío Martinel lo excusarán, inventarán un pretexto, calmarán lo mejor que puedan la dolorosa sorpresa de Gilberte y de sus parientes; y, aunque su felicidad va a eclipsarse en esta súbita tempestad, no podrá decirse que no vaya a absolver, por un último abrazo, los tres años de ternura dulce y absoluta que le ha dado la pobre Musotte. El tío Martinel y Léon, con los ojos húmedos, animan al pintor, que parte con el corazón destrozado.

Desgraciadamente, la familia Petitpré y la propia Gilberte conocen que estrechos lazos unían en su fragilidad, a Musotte con Jean antes del matrimonio de éste último. La injustificable ausencia del pintor, en el preciso instante en el que debe llevarse a su joven esposa, hace renacer en el espíritu del Sr. Petitpré y de su hermana, la Sra. de Ronchard, las cautelas apenas desaparecidas. La propia Gilberte, perdida, ultrajada en sus más delicados y orgullosos pudores de esposa, exige explicaciones, que obstinadamente le son negadas por su hermano y el tío Martinel.

 

***

 

En el siguiente acto, los autores nos conducen a casa de la Sra. Blache, mujer prudente, antigua bailarina de la Ópera.

Al lado de una cuna, agoniza la desgraciada Musotte, pues fue dando a luz un hijo de Jean como la muerte la ha señalado con el dedo. La pequeña, después de su ruptura con el pintor, se percató de su embarazo; pero sea por orgullo, por resignación, por salvaje abnegación, nada hizo para hacérselo saber al padre de su hijo.

Ahora grita su angustia y su desesperación. En la noche que, ya oscurece su vista, ha tenido la visión de su querido hijo, huérfano, abandonado por todos, sin caricias, sin besos calentando su cuerpecito helado, y ella llama en su auxilio al hombre autor de todas sus alegrías y de todos sus dolores.

No trataré de contar la desgarradora escena en la que la madre, reconociendo, en su delirio inicial, al tan amado que se ha entregado a su llamada, hace penetrar, en un supremo y solemne abrazo, la paternidad en el corazón del artista. La Srta. Raphaële Sisos, representando el papel de la moribunda Musotte, ha alcanzado, en esta cruel escena, los extremos de lo patético y rebasa los límites del sufrimiento expresado. La Srta. Sisos, de la que habíamos admirado la amargura y la altivez en Révoltée, la inteligencia en Fin de siècle, ha dado pruebas deslumbrantes, ayer noche, que no hay papel con el que no pueda medirse con las actrices de primer orden.

 

***

 

Jean sintió todo un pasado de sonrisas y de amor subirle al corazón y a los ojos, ante el espectáculo de esta eterna exiliada de la vida que parte, de las dulces palabras en los labios, hablando de su maternidad insatisfecha. Promete criar a su hijo, educarlo él mismo, y no abandona a Musotte hasta que ésta cierra los párpados y la pobre muchacha muere.

Sin embargo, en caso del Sr. de Petitpré, la indignación ha dado paso a la estupefacción. El padre y la tía de Gilberte han acabado por descubrir la verdad y se trata seriamente la cuestión de un divorcio que pondría fin a tan intolerable situación.

En vano, el tío Martinel y el hermano de Gilberte argumentan contra esa decisión de la Sra. Ronchard y del juez. Este cuarteto en que la prudencia práctica, incluso indulgente de los unos, choca con la filosofía de los otros, filosofía hecha de piedad y bondad, es un fragmento maravilloso. Cada frase sugiere un mundo de reflexiones y cada palabra resuelve un problema. Los buenos autores y los buenos actores! Y hay que reconocerle a estos últimos, el haber traducido con una emoción tan sincera y comunicativa los elevados y humanos pensamientos de los escritores! El Sr. Nertann ayudando a la causa de su sobrino y el de Musotte, el Sr. Noblet con su ironía tan llena de ternura, han estado más que excelentes.

Han conseguido en hacer olvidar al público su simpática personalidad. Eran el tío Martinel y el hermano menor Léon quienes hablaban, y tan bien, tan cálidamente, que se sentían ganas de tenderles la mano por encima del escenario.

 

***

Se aproxima el momento de la crisis. He aquí a Jean de regreso y, valientemente, pide a su esposa un cuarto de hora para hablar a solas. Gilberte, estremecida, le escucha, hablando libremente, sinceramente, no ocultando nada, ni su resolución de obedecer a los deseos de la muerta, ni su voluntad de sacrificar todo al deber sagrado de ser el verdadero padre del hijo de Musotte.

Poco a poco, los nervios de la joven esposa, a punto de romperse, se someten a la influencia de la cálida palabra del hombre al que ama y con el que no puede decidirse a separarse. Conquistada una segunda vez, no resiste más a la voz que le grita que ella es amada, adorada; y cuando sabe que Musotte, en el impulso de su inocente corazón, ha esperado que la joven esposa del padre de su hijo fuese clemente y dulce con el pequeño sin madre, todo lo que hay de piedad y de instintos maternales en el corazón de una mujer, sube a los labios de la encantadora criatura.

Y, ya, según la despiadada ley de la naturaleza, el árbol de la felicidad y la vida ha comenzado a florecer sobre la tumba apenas cerrada.

Escribiría ocho días, sin cansarme, sobre todas las agitadas ideas que surgen en el drama tan interesante, tan conmovedor de los Sres. Guy de Maupassant y Jacques Normand; pero no olvido que mi tarea es más modesta y que solamente tengo la misión de contar a los lectores si, en la representación de una obra teatral, me he emocionado, interesado, sorprendido, por resumirlo en una palabra, enganchado. Pues bien, Musotte me ha interesado apasionadamente, y el gran éxito que ha saludado los nombres de los autores me demuestra que he tenido razón abandonándome a mis impresiones.

 

***

 

He dicho al paso, con qué superioridad los artistas, y, entre otros, la Srta. Raphaële Sisos, los Sres. Noblet y Nertann han interpretado la obra de Guy de Maupassant y Jacques Normand. Pero esta mención sumaria no me impide nombrar, con los mayores elogios, en primer lugar a la Sra. Pasca, aligerando su gran talento hasta representar una mujer ridícula; luego la Sra. Desclauzas, que ha extraído de la silueta finamente caricaturizada de la Sra. Flache, sabia mujer, unos cuadros de género hermosamente observados y reproducidos; luego el Sr. Suflos, absolutamente perfecto. Finalmente, hay que añadir que la Srta. Darlaud está cada día, sino más bonita, lo cual es imposible, al menos más dueña de sí misma y que está ganando, por su talento y esfuerzo, un lugar que le habríamos cuestionado enérgicamente hace solamente dos años.

 

HECTOR PESSARD

 

Publicado en Le Gaulois, el 5 de marzo de 1891

Traducción de José M. Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant