Le Gaulois, 7 de julio de 1893

 

GUY DE MAUPASSANT

 

En medio de los últimos rugidos del motín, ayer por la mañana sobrevino un doloroso suceso que ha venido a arrojar una nueva consternación en el París amigo de las letras: Guy de Maupassant ya no está. Por prevista que fuese esta muerte, amenazadora después de tantos meses, no deja por ello de ser una pérdida irreparable, un profundo duelo.

Sin embargo es consoladora, habiendo acabado únicamente la obra de destrucción que la parálisis había llevado tan lejos. Hoy es la liberación y el término de los sufrimientos pasados.

En enero de 1892, Guy de Maupassant fue conducido desde Cannes a París, donde por dos veces había intentado suicidarse. Estaba en tratamiento en Passy, en la residencia hospitalaria del doctor Blanche.

El mal lo había contraído a orillas del Mediterráneos, donde le gustaba tripular su yate Bel Ami, el último testigo de sus últimas horas de cordura. ¡Y que enfermedad! ¡que no perdona y mata tan lúgubremente, tan lentamente! ¡Dieciocho meses de densas tinieblas, hora tras hora en esa luminosa inteligencia!

 

Guy de Maupassant no tenía más que cuarenta y tres años. Había nacido en el castillo de Miromesnil (Sena-Inferior) el 5 de agosto de 1850. Debutó con un fulgurante éxito: Boule de Suif, el relato que entregó para el volumen de Les Soirées de Médan. Luego publicó un volumen de poesías: Des Vers. En 1881, la Maison Tellier.

A continuación llegaron: Mademoiselle Fifi, Clair de Lune, les Contes de la Bécasse, antologías de cuentos; Bel Ami y Une Vie, novelas; Yvette y Miss Harriett, relatos; Mont Oriol, novela; el Horla, relatos; Pierre et Jean, novela; Sur l’eau, le Rosier de Madame Husson, la Main guache, relatos; Fort comme la mort, novela.

De él queda una obra inédita, por desgracia inacabada, l’Angelus. Tan sólo resta de ella un esbozo manuscrito. Y no hubiese sido Maupassant quién lo hubiese propagado, sin haber finalizado la obra, cuando la parálisis todavía no había arrancado la pluma de sus dedos. Nadie era más hostil a la publicidad ni más cerrado a las indiscreciones.

Sin embargo se lo había contado a su amigo Georges de Porto-Riche, y el autor de Amoureuse, sin traicionar en modo alguno el secreto de la obra bosquejada, había podido dar algunas informaciones en relación con l’Angelus, que no hacen

más que acrecentar nuestro pesar porque la novela no haya visto el día.

Se sabe como trabajaba Guy de Maupassant: Daba vueltas a su obra durante mucho tiempo, y cuando tomaba la decisión de escribirla, ya había llegado a tal grado de perfección, de plan y de estilo en su cabeza, que sus manuscritos no presentan huellas de ninguna tachadura.

Por desgracia para l’Angelus que había contado ampliamente a Porto-Riche, los médicos le habían prohibido la escritura, a causa de la debilidad de sus ojos, una primera advertencia de la parálisis;  y, además, tenía horror a las secretarias que hubiesen podido escribir bajo su dictado.

L’Angelus era una novela de la importancia, más o menos, de Pierre et Jean, una novela de amor maternal. El relato acaecía durante la Guerra, convertida en la Debacle. Maupassant había tomado un hecho de la guerra en torno al cual se desarrollaba su acción, profundamente impactante y escrita al estilo de sus relatos normandos.

Guy de Maupassant, que había debutado en esta casa, en el Gaulois, en 1878, con una poesía: la Dernière escapade, también había disfrutado de la gloria de los escenarios. El Gymnase había estrenado Musotte, un drama en tres actos, que Jacques Normand había adaptado de uno de sus relatos; eso ocurría el 4 de marzo de 1891. El éxito iba aumentando de acto en acto. Y sin embargo Maupassant sufría cruelmente de los ojos, y el malestar físico le impedía alegrarse del triunfo; su colaborador, sentado cerca de él en el palco de la dirección, le escuchaba murmurar lastimeramente: «¡Ah! ¡esta luz...esta luz! ¡Me quema los ojos!»

La segunda vez en que una obra de Maupassant apareció en escena, fue en el Thêatre-Français: la Paix du ménage, especie de homenaje póstumo que la Comédie pensaba rendir al novelista golpeado por la demencia.

 

Con la noticia de la siniestra catástrofe se produjo una profunda emoción. Estalló como un fogonazo, y supimos todos al mismo tiempo que, en una primera crisis, Guy de Maupassant se había disparado con un revolver en la cabeza sin herirse gravemente porque su mayordomo François, por prudencia, había vaciado la pólvora de los cartuchos; luego se había cortado la garganta con una navaja, detenido una vez más a tiempo por su marinero Bernard; debieron ponerle la camisa de fuerza y trasladarlo a París.

¿Era el hundimiento una explicación posible tras una tan considerable labor? Era la herencia, se sabe que su padre estaba paralizado. Era la consecuencia de las intolerables migrañas que padecía varias veces a la semana, al punto de rodar por tierra. ¿Qué importaba la causa? ¡El mal había llegado, fulgurante, despiadado!

Tenía miedo a perder la vista y recordamos lo que respondió a un amigo que le advertía de las fatigas y los peligros de un viaje que tenía proyectado al Sahara: «¡Bah!, decía melancólicamente, hay más peligros para mí atravesando la plaza de la Ópera que en el gran desierto africano.» Temía perder la vista y sin embargo fue la razón quien lo abandonó.

En los primeros días como interno en la residencia del Dr. Blanche, tuvo intervalos de lucidez y el rumor de su curación se propagaba para alegría de todos. En esos momentos lucidos, tenía por costumbre hablar mal de los numerosos Bel-Ami encontrados en su camino.

Pronto cualquier brillo de inteligencia se extinguió. Ocupaba una habitación en el primer piso, viviendo, si se le puede llamar vivir, bajo la vigilancia constante de dos criados que no le abandonaban nunca. Durante el invierno, todavía daba largos paseos con ellos por el parque. Era dulce con todos y no manifestaba ningún sentimiento de rechazo. Algunas veces hablaba de suicidio, y luego una nube pasaba llevándose flotando ese pensamiento. No dejaba de pronunciar frases incoherentes a las que regresaban sin cesar estas dos palabras, el peor síntoma: «¡Millones! ¡millares!»

Hasta el mes de marzo pasado tomó sus comidas sin ayuda de nadie, comiendo y bebiendo con corrección. A partir de marzo, se volvió presa de convulsiones que fueron empeorando. Fue durante una convulsión suprema cuando exhaló, ayer por la mañana, el último suspiro.

Junto a él se encontraban además del doctor Meuriot, director del establecimiento, la Sra. d’Arnoy, tía de Maupassant y su primo Sr. Get. Se espera hoy al doctor Huchard, su primo, médico mayor en el regimientos de artillería nº 12 en Angouléme, que tenía por Maupassant el más tierno afecto. Ni su padre, afectado por la parálisis, ni su madre, actualmente en un estado de salud preocupante, pudieron abrazar a su glorioso hijo en su lecho de muerte.

 

Las exequias de Guy de Maupassant tendrán lugar el sábado, a las doce, en la iglesia de Chaillot.

TOUT-PARIS

 

Publicado en Le Gaulois, el 7 de julio de 1893.

Traducción de José Manuel Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant