Le Gaulois, 8 de enero de 1892

EL ESTADO DE MAUPASSANT

 

LA OPINION DE ALPHONSE DAUDET

 

La llegada a París

 

El tren de lujo que transportaba al Sr. de Maupassant a París llegó ayer por la mañana a la estación del Norte, a las diez y veinte. Se sabe que el tren de lujo procedente de Cannes se detuvo en esta estación, y no en la estación de Lyon. Dos personas se encontraban en el andén del apeadero: los Sres. Ollendorff, el conocido editor, y el doctor Cazalis.

La llegada resultó ser de una gran tristeza.

El Sr. de Maupassant descendió con dificultad del vagón, sostenido por su fiel criado François. Estaba cubierto por una manta de viaje disimulando apenas la camisa de fuerza que le habían puesto durante el trayecto desde Cannes a Paris.

Estaba tocado con un pequeño gorro hongo; un fular blanco ocultaba el vendaje que llevaba en el cuello. El viaje se realizó sin ningún incidente. El Sr. de Maupassant apenas durmió una o dos horas.

Damos la palabra a una de las dos personas que esperaban al infortunado escritor.

– Maupassant nos ha parecido muy cambiado. Nuestro pobre amigo está muy delgado, las mejillas hundidas, la mirada apagada, casi perdida. Sin embargo, nos reconoció. Yo me adelanté rápidamente hacia él, y le tendí la mano. Él la estrechó afectuosamente. Le pregunté si había hecho un buen viaje:

»– Al contrario, respondió, estoy horriblemente fatigado. Apenas he podido dormir un poco.

» A continuación entramos en el despacho del subjefe de la estación, y allí, Maupassant se repuso algunos instantes. Durante este tiempo, algunos viajeros se habían agrupado y observaban con curiosidad a nuestro amigo.»

Preguntamos entonces a nuestro interlocutor si Maupassant había logrado leer algunos periódicos durante su enfermedad.

– Ninguno, no, dijo; desde hace más de un mes, Maupassant no ha echado ni un vistazo a ningún tipo de publicación.

–En su opinión, ¿el Sr. de Maupassant tiene conciencia de su estado?

–Creo que sí, lo que probaría que no está en absoluto loco. Por otra parte, confío en su curación.

» Maupassant está afectado de un acceso de melancolía depresiva. El físico, por contra, está en un estado grave. Maupassant sufre neuralgias intolerables y una gastritis muy pronunciada. No realiza bien las digestiones. El enfermo sabe muy bien que tiene necesidad de un reposo absoluto; lo ha declarado en repetidas ocasiones.

– ¿Habló usted con él?

– Sí, pero muy poco; Maupassant estaba en un estado de gran postración que hacia difícil una conversación con continuidad. Durante el trayecto desde la estación al hospital del doctor Blanche, apenas pronunció palabra alguna.

–¿Iba usted en el mismo coche?

–Sí. En la estación tomamos un coche en el que Maupassant subió ayudado por su mayordomo y el enfermero enviado por el doctor Blanche a Cannes.

– ¿Qué comentó Maupassant cuando entró en el hospital?

–Nada. Entró libremente, sin hacer el menor movimiento de repulsa. Pues, se lo repito, se da cuenta perfectamente de la gravedad de su estado de salud; y sabe que en la residencia del doctor Blanche encontrará todos los cuidados necesarios para su curación. El doctor Blanche recibió personalmente a nuestro amigo, que enseguida fue conducido a la habitación que le estaba reservada.

 

***

 

Al llegar a Passy, el Sr. de Maupassant estaba aún en un estado de gran postración. No salió más que para caer en violentas crisis de ira.

Esas crisis lo hacían peligroso para sí mismo y para los demás.

Para evitar cualquier tipo de accidente, siete celadores van a ser asignados especialmente a su persona, con la misión de no perderlo de vista ni un instante.

Hace tiempo que el escritor contaba con muy buenas amistades entre algunos miembros de la familia del doctor Blanche. Tanto es así que, en calidad de amigo personal del enfermo, y como médico en activo, el doctor Blanche le tratará personalmente.

El médico adjunto del hospital es un joven doctor, natural de Rouen y pariente de Flaubert, que profesa desde hace varios años una intensa admiración y una profunda amistad por el Sr. de Maupassant. El hospital se encontraba casi completamente ocupado cuando se conoció la noticia de la próxima llegada del novelista. No se le pudo reservar el apartamento que, sin esta circunstancia, le hubiesen dispuesto para él. Por tanto la instalación efectuada hoy es completamente provisional.

A última hora, sabemos que el Sr. de Maupassant pasó una jornada bastante buena. El enfermo está tranquilo; en un estado de postración casi absoluto.

 

Con Alphonse Daudet

 

Ayer por la mañana, en casa del Sr. Alphonse Daudet, durante una conversación de temas diversos, acabamos hablando de Maupassant y del desgraciado suceso de estos últimos días. Y Daudet, entristecido de repente, exclamó:

–La noticia me ha partido el corazón. Hasta el momento no puedo creer que el daño sea irreparable. ¡Oh!, no, es un accidente pasajero del que pronto espero que ya no se hable. La salud, la vida volverá a ese cerebro que parecía tan bien equilibrado. Mire usted, antes quería enviar unas palabras al querido enfermo, allá, en Cannes, para darle ánimos y que no se dejase invadir por la tristeza y la pena.

»Pues el deplorable acontecimiento del que se nos ha informado proviene, desde mi punto de vista, del abatimiento en el que estaba sumido, del pesar que experimentaba por no poder escribir como antes, más que un acceso de alineación mental como se ha llegado a decir. Hubiese querido encontrarme a su lado para procurarle unas palabras de cariño y consuelo. Pues tengo por Maupassant el mayor de los afectos. Cuando pienso que almorzó y cenó aquí con frecuencia, en la intimidad, ¡con todos los míos! Y además, ¡tan amables y encantadores recuerdos nos relacionan al uno con el otro! Créame si le digo que fui yo quien hice publicar su primer trabajo en un periódico. Era su primera tentativa en el género de la nouvelle. Boule de Suif, que lo dio a conocer y que se cree que fue su debut en las letras, llegó después. Ninguno de nosotros, además, en esa época, preveía la espléndida fortuna que lo esperaba. Todavía lo veo en Croisset, en casa de Flaubert, torpe, tímido, manteniéndose en un rincón y no atreviéndose a inmiscuirse en las conversaciones. Sin embargo Zola, Goncourt y yo lo tratábamos como uno de los nuestros porque vivía en la intimidad de Flaubert, que lo quería como a un hijo. De este modo, era como nuestro amigo se desplazaba a Rouen para recibirnos en la estación. Incluso estaba encargado, me acuerdo bien, de reservar las habitaciones. Maupassant no nos parecía entonces más que un excelente compañero de paseo, un robusto y sólido remero para quien el río no tenía secretos. Sí, el futuro autor de Pierre et Jean no era para nosotros más que un valiente muchacho, de brazos ligeros y vigorosos, y mirada de halcón, que manejaba los remos como nadie y con el que uno se podía aventurar lejos. De sus aptitudes literarias, no teníamos la menor sospecha.

»¡Tal fue nuestra estupefacción cuando apareció Boule de Suif! Era una revelación. Maupassant entraba en la literatura, armado de capa y espada y no teniendo nada que aprender. Ya era un maestro. Solamente tenía que producir.

»En cuanto a su aspecto físico, era un auténtico macho. Desbordaba juventud y vida, gozando de ella con una especie de frenesí, que incluso preocupaba a sus amigos. Y, al respecto, se ha dicho que la enfermedad nerviosa que sufrió más tarde había derivado del abuso que había hecho de sus fuerzas. No creo nada de ello, pues yo fui como él, yo, quién le habla. He tenido una juventud muy ajetreada, llena de golpes y sorpresas, sin que mis facultades intelectuales se hayan resentido en modo alguno. Uno es joven, ¡caramba! La sangre hierve en las venas entre los veinte y treinta años. Y, por poco que se sea curioso por lo desconocido, uno se muestra audaz y aventurero. La mayoría de los jóvenes pasan por ahí y no pierden por eso el suso de su razón.

» Se ha hablado igualmente de las drogas en el caso de Maupassant. Pero voy a poner todavía en cuestión ese tema. Nadie hizo más uso que yo de los venenos. Desde hace seis años, someto mi sistema nervioso a todo tipo de medicamentos. He tomado morfina, cloral, ¿qué sé yo? para mitigar los dolores que experimentaba, y no una vez, sino cien veces. Pues bien, siento mi cerebro tan lúcido como en el pasado, e incluso tan lúcido que he llegado a desdoblarme: he analizado y continuo analizando todas las fases de mi mal, siguiéndole paso a paso, tomando notas sobre su evolución y sobre los remedios aplicados para combatirlo.

»En cuanto a mi modo de trabajar, no ha variado. Conservo mis costumbres de antaño y continúo produciendo con la misma facilidad y la misma libertad. Además tenemos numerosos ejemplos de producciones incesantes entre los escritores, fecundidad que no ha provocado ningún desorden en sus sistemas nerviosos. Así, por no hablar más que uno de los miembros más distinguidos del cuerpo al que usted pertenece, Henry Fouquier, nos dio y todavía da, como periodista, un bello ejemplo en apoyo de lo que le adelanto. La cantidad de artículos que ha escrito, día tras día, es verdaderamente increíble. Y he aquí ya que hace algún tiempo que ese prodigioso ejercicio dura. ¿Qué responder a eso? No, mire usted, un espíritu bien dotado y bien equilibrado no desea otra cosa que producir. Solamente cuando el talento comienza a fallar es cuando uno se detiene.

En este momento, nosotros interrumpimos al ilustre escritor, para someterlo a la opinión que el doctor Paul Garnier, el médico en jefe de la enfermería del Depósito, acaba de formular en relación con el caso de Maupassant.

–El sabio alienista, le decimos nosotros, es de la opinión que no hay mas que leer el Horla, ese cuento fantástico de una evocación tan intensa, para descubrir el germen de la locura en el autor; pues, según él, un cerebro sano no puede describir semejantes fenómenos alucinatorios, salvo que los haya observado en el prójimo, lo que no fue el caso de Maupassant.

–No estoy de acuerdo por completo con esa opinión, responde el Sr. Alphonse Daudet, después de algunos minutos de reflexión. Un artista puede estar perfectamente sano de espíritu y evocar los fenómenos de la locura de un modo intenso y preciso. Todo reside en la ejecución de la obra, puede usted creerlo. Y dado que se trata del Horla, digo que lo que da a ese cuento de Maupassant una rareza tan sobrecogedora, es que existe un contraste chocante entre el fondo y la forma. El autor ha tenido esa cualidad, verdaderamente original y admirable, de escribir ese cuento fantástico en un lenguaje sobrio, tranquilo y límpido del que se sirvió para escribir los relatos cuyo tema está tomado de la vida cotidiana. He aquí lo que confiere a su obra, a mi parecer, ese carácter singular que tanto ha sorprendido. Y si usted quiere convencerse de que se puede ser sano de espíritu y describir pesadillas y alucinaciones realmente vividas, no tiene más que echar un vistazo al pequeño cuaderno que tengo aquí...

El Sr. Daudet abre su pupitre y nos tiende un pequeño cuaderno cuyas páginas están llenas de una escritura fina y apretada.

–Este cuaderno data de 1859, nos dice. En aquel tiempo, yo escribía los sueños que tenía por la noche en mi cama. Tan pronto despertaba, corría a mi mesa, y allí, en el sueur du rêve, trataba de recordar las visiones que me habían aparecido en sueños. Así pues, todas esas notas que usted ve en ese libro, son reseñas fieles de las alucinaciones, de las pesadillas y de los sueños que tenía por las noches. Todos soñamos cosas fantásticas durante nuestro sueño. Solamente una vez despertado, ya no se piensa más en él. Todo consiste en retomar algunos de esos sueños y traducirlos bajo una forma artística – con talento, por ejemplo – para conmover al lector y darle la sensación exacta de lo sobrenatural.

»Recorriendo ese cuaderno, verá usted que mis sueños, llevan títulos. Me venían de repente. ¿Por qué? Porque durante la jornada, cuando había tenido la idea de un relato, no había cesado hasta haber encontrado el título. Ese estado de ánimo se reproducía por la noche mientras dormía. Tal vez el mismo fenómeno le haya ocurrido a Maupassant a propósito del Horla. Un título se le ha podido presentar, en un sueño, para caracterizar su alucinación, y ese título que probablemente debía ser Hors la vie, no ha sido formulado más que a medias: Horla... en el sueño. Y Maupassant acordándose de su sueño, lo conservó.

»¡Vamos! hablemos de otra cosa. Pues mire usted, no puedo pensar en todo eso sin experimentar tristeza. Es como una visión espantosa, una de esas pesadillas de las que acabamos de hablar. Pero tengo confianza en el futuro. No puedo creer que esté perdida toda esperanza, pues jamás inteligencia pareció más lucida ni cerebro mejor equilibrado.

 

***

 

Durante la velada, se había difundido el rumor de que el Sr. de Maupassant había sucumbido algunas horas después de su llegada al hospital de los doctores Blanche y Meuriot.

Nos dirigimos de inmediato a Passy.

–Esa noticia es falsa, nos dijo el doctor Blanche, y no me explico como ha podido propagarse. Por el contrario, el Sr. de Maupassant ha pasado un día muy tranquilo.

»A su llegada, el doctor Meuriot y yo, lo hemos instalado en una habitación con vistas al parque.

»El Sr. Ollendorff y el doctor Cazalis han quedado algunas horas con el enfermo, quien les reconoció y ha intercambiado algunas palabras con ello.

» Por la noche, he tenido que ver yo mismo al Sr. de Maupassant. Lo encontré tan bien como su estado permite. El enfermo ha podido dormir algunos instantes.

» En cuanto a la herida del Sr. de Maupassant, el Sr. Meuriot ha hecho personalmente la cura, y está en vías de cicatrización.

 

SAINT-REAL

 

Publicado en Le Gaulois, el 8 de enero de 1892

Traducción de José M. Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant