Pierre et Jean

 

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En el transcurso de una conversación entre artistas, Théodore de Banville afirmó un día que los autores de vaudeville tomas prestados todos sus temas del teatro clásico. «De este modo, decía, toman Andromaca; de la viuda de Héctor hacen un bombero; en lugar de la salvación del joven Astianacte, hacen un despacho de tabaco, y he aquí la pieza concebida.» Habría podido añadir que el tema de Andromaca está tratado anualmente en una veintena de folletines, tras haberse sometido a las modificaciones necesarias.

Pierre et Jean, trata el mismo tema que el André Cornélis del Sr. Bourget, una transposición de Hamlet, un Hamlet desarrollándose no en un mundo heroico, sino en la burguesía contemporánea. Allí, no hay líricos lamentos de tortura íntima, ni explosiones rojas de sangre manchando las cortinas. El Código Penal y los policías le declararon la guerra al romanticismo. Este modo de zanjar las situaciones crueles, que consiste en suprimir un personaje de un solo golpe de daga en el corazón, no siendo admitido en nuestras costumbres, esas situaciones permanecen eternamente en suspenso, e infectadas aún por todo una cacharrería de convenciones sociales, hieren tanto o más dolorosamente que aquellas que ciñen sus mallas.

Maupassant, cuyo poderoso talento se place en tomar temas de una extrema simplicidad, extraídos de la vida media, no ha tardado en seguir las fabulaciones de Shakespeare. Que no se vea aquí una crítica en ese acercamiento entre la novela moderna y la obra maestra inglesa: pues todos los temas son y serán eternamente los mismos; y lo que siempre les confiere un nuevo interés, es, según la época, la diferencia de los seres que allí se engranan, y la diferencia de alma de sus autores.

Del príncipe metafisico de Elseneur, Maupassant ha hecho un médico de inteligencia media y de media sensibilidad. Ese Pierre Roland, gran mozo de una treintena de años, vive en el Havre, con su joven hermano Jean, con su padre y su madre, pequeños rentistas retirados de los negocias tras haber obtenido la estabilidad económica con una joyería en París. Un día, Jean se encuentra con que es el heredero universal de un testamento de un amigo del padre Roland, muerto y legándole una fortuna. Pierre, de naturaleza suspicaz y celosa, se libra a un lento trabajo de conjeturas, y acaba por obtener la certeza de que Jean es el hijo adúltero del hombre que lo ha hecho su heredero. Desde entonces, sufrirá horriblemente en su cariño hacia su madre, una pobre alma burguesa que es acosada silenciosamente por el remordimiento de haber querido degustar una vez el fruto prohibido de la sentimentalidad. Y ese hombre no tiene bastante generosidad para enterrar en el misterio de su corazón el doloroso secreto que ha descubierto. Tortura cruelmente a su madre, con lentitud, y un día, grita a su hermano todo lo que sabe, mientras la madre escucha todo al otro lado de la puerta. Luego, habiendo retomado su sangre fría, se juzga y se exilia.

Todo el interés se concentra en la turbación que se apodera del alma de Pierre por el descubrimiento. Y Maupassant, que elige sus tipos en las categorías medias de la humanidad, no ha redimido a su personaje; lo muestra con una cruda sinceridad, y una impecable lógica, tal como lo ha concebido: un ser cuyo sufrimiento no sabría desterrar la vulgaridad natal. Y tal como es, tal y como lo ha querido su creador, ese Hamlet estudiante de medicina está singularmente vivo. Entre todos sus dones, Maupassant posee el de insuflar a sus personajes un relieve, una intensidad de vida que raramente se encuentra en otros autores en el mismo grado.

Pero ¿por qué un artista del valor de Maupassant no se dedica a otros seres más elevados en la jerarquía humana? ¿Por qué se confina en el exclusivo estudio de los mediocres? Maupassant respondería, y con razón, que es su derecho. Pero también se tiene el derecho de exigir de él un esfuerzo más grande. Si alguno de sus personajes pudiesen tener sobre todas las cosas concepciones superiores a aquellas que pueden amueblar el cerebro de un hombre de complexión ordinaria, ¿tendría menos interés? Esta vez, Maupassant respondería sin duda que se niega a abrir sus puertas a los seres excepcionales. La única cosa que ennoblece la novela, es la facultad de crear excepcionalidades de intelectualidad o de sensibilidad; y todas las novelas de costumbres del mundo, por perfectas que sean en su género, no me parecen valer nunca ni la milésima parte de Louis Lambert o de Ce que ne meurt pas.

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 EMILE MICHELET

Fragmento.

Publicado en Le Gaulois, el 9 de abril de 1888

Traducción de José M. Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant