Le Gaulois, 12 de octubre de 1897

VISIÓN MELANCÓLICA

 

El monumento de Maupassant

 

Guy de Maupassant va a tener su monumento. Se inaugurará dentro de doce días, el domingo 24 de octubre.

Al menos no ha tenido que esperar mucho tiempo...

Emprender este homenaje era de justicia hacia su altiva gloria y tan pronto obtenida. Mediante ese monumento se traduce la crueldad de la pena que deja tras su gloria y ese rechazo que levanta tantos corazones contra el anormal rigor de un trágico destino.

Éste fue tan cruel que parece que haya sucedido ayer. Ese maravilloso temperamento de artista asesinado por un mal cuyas raíces parecían confundirse con las mismas de su talento... Pues, ¿de qué murió Maupassant, sino de una exasperación de su sensibilidad nerviosa? ¿Y de dónde procedía la personalidad tan claramente acusada de su pensamiento y su forma, sino de la agudeza ya mórbida de esa sensibilidad?

Es un juego fácil profetizar a toro pasado. Cuando Maupassant murió de la enfermedad que lo había abatido desde hacía muchos meses, los psicólogos no dejaron de encontrar el germen de ésta en sus obras, en apariencia las más sanas. La verdad no tiene necesidad de perspicacias tan sutiles.  Ella se desprende tan sólo de algunos hechos demasiado evidentes para que haya necesidad de torturarnos con otros que lo son menos.

No es dudoso, por ejemplo, que esa extraña historia del Horla, tan fuera de las ordinarias condiciones humanas, que incluso  Maupassant debió crear una palabra para servirle de título, denote en su autor una singular tendencia a complacerse en las alucinaciones de la vista.

¿Qué decir por otra parte, de esa fragilidad orgánica atestiguada por la confesión del soñador que mece sobre el agua sus dolorosas melancolías, y cuyo oído encuentra por instantes en el menor ruido la ocasión de una verdadera tortura?

Vuelvo a ver un tal cuento de Maupassant, de pura fantasía, donde, bajo un aparente capricho de la imaginación, se oculta una necesidad malsana de maravillas e inverosimilitudes. Es este relato, cuya claridad límpida contrasta sobrecogedoramente con la sombra en la que se difuminan los objetos y donde se mueven los personajes, en el cual el prestigioso narrador nos muestra, como la cosa más natural del mundo, una casa vaciándose de sus muebles, que se van trotando o galopando sobre unas patas invisibles, y que su propietario irá a encontrar, sin asombro, en la tienda de un quincallero de Rouen. Para concebir esta fuga, se necesita evidentemente tener un cerebro no conformado como el de todo el mundo.

 

***

Pero, más que el inventor de aventuras bizarras hasta la extravagancia, es el filósofo, el analista del corazón humano que había en Maupassant lo que atrae y conserva la admiración. El hombre que escribió esas dos obras maestras, Fort comme la mort y Notre coeur, es un pensador al mismo tiempo que un artista de gran raza. Nadie tal vez haya llegado a alcanzar una investigación más penetrante y más audaz en el cerebro complicado de la mujer moderna. Y es porque Maupassant será, y permanecerá siendo, el novelista favorito de las mujeres de nuestro fin de siglo alambicado y atormentado.

Y también es la razón por la que el lugar donde fijar su monumento ha sido designado el parque Monceau, entre unas elegancias refinadas y amores quintaesenciados, entre los que él ambientó el marco de sus últimas heroínas, y donde el culto de sus admiradoras podrá prodigarle su fervor como en la intimidad de un santuario.

 

 Faverolles.

 

Publicado en Le Gaulois, el 12 de octubre de 1897

Traducción de José Manuel Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant.