Le Gaulois, 30 de enero de 1893

GUY DE MAUPASSANT

NOTAS INTIMAS

 

Guy de Maupassant nació cerca de Dieppe, el 5 de agosto de 1850, en una torre del castillo de Miromesnil, al amanecer...

Tan pronto nació, el doctor Guiton tomó al niño en sus brazos y, so pretexto de que se podía moldear impunemente su cabeza para darle las formas que se quisiese, se dispuso a apretar ese cráneo para gran desesperación de su madre. Lo apretó tan bien que le dejó una extraña conformación que derrotaría a los frenólogos más versados. Fue el asombro de su sombrerero y, sin embargo, les aseguro que no se le aprecia en absoltuo. Pero ese sabio medico olvidó sin duda tirarle suficientemente de las orejas, pues tiene orejas que le comunican de un modo imperfecto las inflexiones y las modulaciones de la voz, en medio del guirigay de una multitud o de un salón lleno de gente. Tiene orejas de salvaje, que pueden percibir de muy lejos los ruidos más simples, pero que no notan distintamente las delicadezas del sonido. Por el contrario, tiene el don de ver bien y de observar finamente.

 

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A los tres años, Guy fue a vivir con su familia al castillo de Grainville, luego, del país de Caux, se retira con ella a Étretat, donde dejó indelebles recuerdos. Sin embargo, Guy de Maupassant no ocupaba esa vivienda, tan ligeramente amueblada de sus placeres de infancia; se hizo construir una villa cercana a la casa paterna.

Comenzó sus estudios a los trece o catorce años, en una institución eclesiástica de Yvetot y, tres o cuatro años después, fue expulsado por haber completado las lecciones de un digno profesor y atrevido a abrir un curso de catecismo irreverente... ¿Le vino la fe a continuación? No me atrevería a afirmarlo. Sea como fuere, sus doctrinas ya habían reunido sus adeptos cuando fue expulsado. Los buenos Padres registraron entonces todo el contenido de su pupitre. ¡Oh, escándalo! Entre sus cuadernos descubrieron versos galantes... que ellos atribuyeron ingenuamente a Alfred de Musset.

Pero lo que era mucho más halagador para este poeta en ciernes, era el Premio de excelencia, que debía conseguir al final del año escolar, y que esta desgracia hizo que se le concediese de pleno derecho al segundo, que no era quizá más que un traidor. A los diecisiete años, se matriculaba en retórica en el Instituto de Rouen, para acabar allí sus estudios, y es cuando conoció a Flaubert, que ya había visto sin embargo varias veces en su infancia. Por otro lado, Gustave Flaubert había sido educado intelectualmente por su tío Alfred Lepoittevin, cuya madre era amiga de infancia de la madre de Flaubert.

Las dos familias vivían en Rouen, en una intimidad muy estrecha, y fue  Alfred Lepoittevin, el hermano de la madre de Guy de Maupassant, al que Flaubert dedicó la Tentation de saint Antoine. Pero Guy de Maupassant no conocido realmente más tarde a Gustave Flaubert, al que no le gustaban los niños. Cuando regresó a Paris después de la guerra, entró en el ministerio de la marina, con el modesto sueldo de 1500 francos. Se debe creer que sufrió moralmente en esta administración, no del cuerpo de marina, al que tenia mucho afecto, sino del espíritu mediocre reinante en los despachos y entre los funciones que juegan a ser oficiales... Pues, su ironía se manifiesta en cada página en sus obras, y particularmente en un encantador relato titulado: l’Heritage.

 

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Guy de Maupassant – nombre que resuena como un aire de fanfarria – habiendo pasado su vigésimo cumpleaños, fue un día invitado a almorzar por Flaubert, quién le obligó, desde entonces, a trabajar e ir a su casa todos los domingos. Muy minucioso en la forma como en la búsqueda del adjetivo justo, en el lugar exacto que debía ocupar, Guy de Maupassant se encontró así en buena escuela. Con un maestro tan precioso para un debutante, se abrió al oficio de las letras al estilo antiguo, e hizo ese rudo aprendizaje sin caer en las payasadas de estilo que horripilaban a Flaubert, el cual daba enseñanzas como ésta, para enseñarle a escribir bien:

– Échate en tierra, le decía de un modo brutal; examina, por ejemplo, el tronco de un árbol. Cuando le hayas descubierto algo que nadie haya descrito nunca, pues bien, descríbelo...

Él escuchó sus consejos con una confianza ciega, siguió sus preceptos con fe sincera, y durante siete años, bajo su recomendación, no publico ninguna obra. Solamente, algún tiempo antes de su muerte, sobrevenida en Croisset en 1880, Guy de Maupassant le envió las páginas de un relato que había mantenido secreto hasta ese momento. La respuesta de Flaubert no se hizo esperar. Era benevolente y llena de entusiasmo.

– ¡Ve ahora, le dijo. Pues ahí está mi muchacho!

Guy, por su parte, no se lo hizo repetir. Corrió a hacer imprimir Boule de suif, que apareció en les Soirées de Médan y fue seguida de cerca por un volumen titulado Des vers, en el que nos encontramos, bajo el título de la Dernière escapade, un poema presentado en la Revue des Deux Mondes y devuelto por ésta al autor con una mención severa. Igualmente, en el Voltaire, donde Guy de Maupassant aportó sucesivamente dos artículos, que fueron considerados ridículos por ese periódico, pero aceptados por el director del Gaulois, que lo enroló enseguida entre su falange de cronistas.

 

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Sin abandonar la redacción del Gaulois, trabjó en el Gil Blas, en el que, así como en Le Figaro, no produjo menos de trescientos cincuenta cuentos o relatos, de los que una parte solamente, reunida en volúmenes de seis a veinte, comprenden hoy ocho ejemplares, que son: les Contes de la Bécasse, Clair de lune, Contes du jour et de la nuit, la Maison Tellier, Mademoiselle Fifi, Miss Harriett, Yvette, les Soeurs Rondoli... del cual una madre no permitiría la lectura a su hija. Forman unos estudios muy divertidos y muy minuciosos. Uno se acuerda todavía del rumor que produjo Une Vie, aparecida en 1882, y del éxito que obtuvo Au soleil. El revuelo que se formó en torno a Bel Ami me dispensa de hablar de ello.

Los lazos de amistad que unían a Guy de Maupassant y Gustave Flaubert, quién lo llamaba «su discípulo», han hecho creer equivocadamente que Flaubert había designado a su alumno para ser su heredero intelectual. Guy de Maupassant no fue elegido para convertirse en su ejecutor testamentario. Además no procede en absoluto del autor de Salammbô. Navega entre dos aguas: Zola y Daudet, teniendo del uno la intensidad del pensamiento y la crudeza de la expresión, a menudo voluntaria, y del otro el carácter estilista, sobre todo con más sobriedad en las expresiones y menos limpieza en los detalles. Su talento es completamente personal. Algunos colegas, celosos de su superioridad, le reprochan el haber llegado más rápido que ellos al grado de general y no precisamente en la ancianidad. Tal es el escritor de gran talento.

 

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He aquí al hombre, ahora: estatura media y corpulencia ordinaria, brazos musculosos y pantorrillas de acero. Detalles particulares: no fuma y no bebe nunca vino; estos últimos años todavía levantaba pesas todas las mañanas y hacía hidroterapia dos veces al día. Practicaba todos los deportes salvo la equitación y la esgrima, pero era un buen tirador de pistola y un excelente nadador. Caminante intrépido, recorrió a pie toda Suiza, Bretaña y Córcega. Viajero infatigable, visitó Sicilia e Italia.

Estaba sin cesar en el ferrocarril, entre Cannes y Etretat, dos estaciones en la costa azul y en las olas tumultuosas que se compartían el honor de poseerlo, pues pasaba todos sus inviernos a orillas del Mediterráneo, en ese país balsámico que le ha dado el amor inmoderado por los perfumes. Además execraba el frío, y, sin embargo, hizo ascensiones al Etna y al monte Rose. Luego, como su vecino de Antibes, Alphonse Karr, se hizo jardinero y pescador. Pero a su modo, pues prefirió navegar por la mar que pescando en sus orillas.

Por lo demás, siempre remó con pasión, en Argenteuil, en Bezons, en Sartrouville; tenía tres yolas en Maisons-Laffitte, con una de las cuales realizaba cada año el trayecto entero desde París a Rouen. Remaba durante doce horas seguidas si fuese necesario. Por ejemplo, tenia una afición singular por recuperar ahogados. Toda persona que hubiese caído al agua, él se encarnizaba en buscarla durante tres horas, cuatro horas, hasta que la hubiese encontrado... Si le hubiesen concedido una medalla por cada cadáver que dragó en el cauce o entre las hierbas, su pecho estaría estrellado como un estandarte de orfeones.

Era una monomanía en estado agudo. Muy desperdigado por el mundo, en Paris era asaltado por invitaciones, llevaba una vida muy ocupada que le impediría trabajar, desde luego, si no tuviese tiempo para huir de los alrededores de la avenida Malesherbes. Timbrando en la planta baja de su pequeño edificio, que antaño ocupaba, se encontraban allí cinco habitaciones artísticamente amuebladas, el comedor primero con sillas rusticas, enrejadas de paja, y una bella colección de porcelanas del antiguo Rouen colgada en las paredes. Entrando a continuación en el despacho del maestro, se descubrían unos muebles cubiertos de bibelots, unas estanterías repletas de libros, asientos de todos los estilos, con tapices de los Gobelins y tapicería de seda italiana, una colección de Sévres Luis XVI sobre la chimenea y sobre el suelo, recubierto de alfombras de Oriente, un radiante trineo holandés, cubierto de pieles, que hacía soñar con los hielos del Zuyderzée, sin no se hubiese vuelto a la realidad mediante la vista de las tinturas de Esmirna o de los terciopelos de Utrecht.

Un pasillo decorado con tela de Génova separaba esta habitación de su dormitorio, que estaba compuesto de una cama Enrique II en roble esculpido, de un viejo aparador en marquetería, y contiguo, de una parte, un cuarto de baño, y del otro, un pequeño salón adornado de porcelanas antiguas y de lozas raras. Fue allí donde vivió Guy de Maupassant antes de habitar en la calle Boccador; fue en ese medio tan artístico, donde la cerámica francesa rivalizaba con la antigua de China, pero de un gusto muy firme, donde los matices se casan armoniosamente, sin chocar los colores. Fue allí donde había elegido su domicilio, cuando no estaba en sus periplos viajeros, en el mar o en las montañas, en el bajo matorral o en el bosque, en barco, en vagón, en coche o en globo.

 

GEORGES BASTARD.

 

Publicado en Le Gaulois, el 30 de enero de 1893

Traducción de José M. Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant