Le Gaulois, 30 de junio de 1890

Guy de Maupassant

 

Guy de Maupassant seguramente es un escritor irrepetible. Por otra parte, ¡qué don tiene para encontrar títulos afortunados! Miremos los de sus tres últimos libros: la Vida Errante, La Belleza Inútil, y Nuestro corazón. Reconozcamos que esos tres títulos son de una singular belleza y, como se dice en el lenguaje moderna, ¡muy sugestivos!

No nos limitemos a contemplar los títulos, abramos los volúmenes; seremos recompensados. Abramos, por ejemplo, dos libros de un género completamente diferente: la Vida errante y Nuestro corazón.

 

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El primero es un libro de viajes. Horrorizado por la invasión de Paris, en 1889, por las hordas internacionales, exasperado de esa barbarie cosmopolita, boquiabierta con la torre Eiffel, el joven escritor hizo su maleta y se fue de Italia a Sicilia y de Sicilia a Tunicia.

¡Qué afortunado! ¡Cuántos no hubiesen querido como él, huir de esa caravana de fealdad desbordando el Campo de Marte sobre todo Paris!

«Esas cosas, dice, no nos apasionan como las antiguas formas del pensamiento, nosotros, esclavos irritables de un sueño de belleza delicada que acosa y apresura nuestra vida.»

He aquí por lo que podemos degustar un nuevo libro de viajes. Antaño, los libros de viajes eran hechos por aficionados. Si aparecía una relación de paseos por Italia, estaba firmado por el presidente de la Bolsa. Entonces, los viajes necesitaban mucho tiempo y mucho dinero, y los hombres de letras tenían el primero, pero no poseían el segundo. En todo escritor, se encontrará el gusto por la aventura. Ese gusto es muy intenso en Maupassant. Es un nomando de la raza de aquellos que se iban tiempo atrás sobre un barco para abordar no importaba donde, para conquistar un rincón de tierra que encontrasen agradable.

También le gusta recorrer el mundo. Y al regreso de una excursión, reúne en una antología las sensaciones anotadas. Muy joven, cuenta sus impresiones cálidas de Argelia, Al Sol. Mas tarde, su tendencia al vagabundeo, su deseo a lo desconocido, casi lo empujan a hacerse marino. Tiene su velero. Se pasea por el Mediterráneo, y publica su libro de bitácora – ¡un libro de bitácora escrito por un poeta! – ese es Sobre el Agua. Finalmente, el recién nacido es la Vida Errante.

Maupassant se divierte ofreciéndonos un libro de viajes entre dos estudios de la vida francesa. Subrayemos de paso que este escritor, que no deja nunca de verter un poco de ironía cuando dibuja los personajes franceses de sus novelas y relatos, se vuelve serio y melancólico cuando viaja. Pierde su buen humor normando al contacto con los árabes.

En Francia, la alta sociedad le divierte; se regocija riéndose de ella, persiguiéndola con su elocuencia irónica. En el extranjero, trata de gozar del encanto del mundo exterior, de las formas que sus ojos ven por vez primera. Se diría que este artista cuando viaja adquiere un ideal más amplio.

 

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Hay que considerar cada uno de los volúmenes de Maupassant como una evolución nueva de ese curioso espíritu. En cada ocasión es el relato de una nueva impresión producida por la vida en él.

Nuestro Corazón, la última novela de Maupassant, es un estudio pasional. Título obligado.

El joven novelista tiene por costumbre hacer paralelamente un estudio de pasión y uno del ambiente. ¿En que ambiente ha situado los personajes de Nuestro Corazón? En ese rincón bastante cerrado del mundo moderno que ha recibido el nombre de «nuevo París», un Paris de apariencia brillante, de costumbres amables, pero muy diferente del Paris realmente aristocrático.

«Un día, Mapissal, el músico, el célebre autor de Rebecca, aquel que desde hacía quince años ya, se llamaba «el joven e ilustre maestro», dijo a Andre Mariolle, su amigo:

»–¿Por qué nunca te haces presentar a la Sra. Michele de Burne? Te aseguro que es una de las mujeres más interesantes del nuevo París. »

Con estas palabras comienza Nuestro Corazón. Como es fácil adivinar, André Mariolle se presenta en casa de la Sra. de Burne y muy rápidamente se hace asiduo de su salón. ¡Qué curioso, ese salón! Allí se encuentra el filósofo mundano, Georges de Maitry,; el novelista Gaston de Lamarthe, »un despiadado y terrible hombre de letras, armado de una vista que recoge las imágenes, las actitudes y los gestos con una rapidez y precisión de cámara fotográfica»; el barón de Gravil, la marquesa de Bratiang; un diplomático, el conde de Bernlians, y el escultor Prédolé.

Entre una mundana, viuda, ociosa e idolatrándose a sí misma por su belleza como Michéle de Burne, y un desahogado como André Mariolle, es fácil prever lo que puede suceder: coqueterías de una parte, adulaciones de la otra. Juego encantador, pero que se puede convertir en terrible para aquel o aquella cuyo corazón sea simple.

Ahora bien, el corazón de André Mariolle es así: tiene sed de ternura y afecto, como otros lo tienen de belleza, de orgullo o de gloria.

En cuanto a la Sra. de Burne, ama, pero sin pasión. Además es un alma indecisa y vaga que preguntándose: «¿Qué es lo que me gusta? ¿Qué es lo que deseo? ¿Qué es lo que espero? ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que soy?» no encuentra nada que responder que pueda apaciguar su angustia interior.

Ante André Mariolle, intenta hacer un caritativo esfuerzo para darle la ilusión de una embriaguez igual a la suya, tan profunda y tan sincera que bastaría para absolver su culpa a sus propios ojos cuando suene la hora de la separación desgarradora, y del remordimiento y las lágrimas; pero la Sra, de Burne nunca podrá llorar ni arrepentirse de haber sucumbido y de haber hecho sufrir.

También, cuando Andre Mariolle descubre con espanto el trasfondo de frialdad y vanidad de esa alma de mujer, tiene conciencia da haber despilfarrado inútilmente unos tesoros de ternura con los que hubiese podido hacer, dando un objetivo a su destino, un uso más noble.

No conozco página más poderosa que aquella en la que André Mariolle precibe por fin con claridad todo lo doloroso de la situación:

«No insistió, desanimado, habiendo comprendido que ningún esfuerzo podría vencer, en ese momento, la inercia de ese ser sin espíritu, que se había acabado, acabado para siempre de esperar, de esperar palabras balbucidas en esa boca tranquila, con un deslumbrar en esos ojos calmos. Y, de repente, sintió surgir en el la resolución violenta de escapar a esa suplicante dominación...»

Y huye en una deliciosa retirada, cerca de Fontainebleau. Pero, por una singular ironía del destino, he aquí que la sirvienta de una posada, elevada por Mariolle a la categoría de gobernanta, se enamora del infeliz joven a la vez que la Sra. de Burne acaba de sorprenderlo en su retirada para decidirlo a regresar a Paris... al día siguiente.

 

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Maupassant ha mostrado en estas últimas páginas, una ciencia extraordinaria de la debilidad y de la perversidad del corazón humano. Es algo triste que reafirman varias obras maestras, desde el Adolphe de Benjamin Constant, hasta la Sylvie de Gérard de Nerval: el corazón del hombre esta así hecho, de modo que, incluso presa del mas noble amor, padece la nostalgia torturadora de otra pasión menos pura.

Maupassant se ha complacido en mostrarlo hundiéndose en el tenebroso laberinto de las complicaciones sentimentales, de las que él se escapa siempre mutilado, repitiendo algunas veces: nadie se ha atrevido nunca a decir: ¡curado!

 

TOUT PARIS

 

 

Publicado en Le Gaulois, el 30 de junio de 1890
Traducción de José M. Ramos González

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