LOS SEIS NATURALISTAS
En el imperio se encontraban los
famosos cinco de la oposición. La República de las letras no tiene nada que
envidiar a partir de ahora a ese grupúsculo político. Nosotros tenemos la
oposición de los seis naturalistas. Acaba de constituirse, de un modo
definitivo, la extrema izquierda del tintero, publicando una antología de
relatos titulada: Les Soirées de Médan.
Los señores Zola, Guy de Maupassant, J-K. Huysmans,
Henry Céard, Léon Hennique, Paul Alexis, son seis, ni uno más ni uno menos, y
todos nosotros, por muchos que seamos, y no somos ninguno de los seis, tenemos
que prepararnos para lo que venga. En un prólogo en diez líneas despreciables,
el gran jefe de ahora en adelante, ya manifiesta que se espera la mala fe y la
imbecilidad de la crítica.
Eso no me impedirá en absoluto decir todo lo malo, y
también todo lo bueno que pienso de los naturalistas en general y de cada uno de
ellos en particular. El Sr. Zola no goza el solo, como se imagina, del
privilegio de la franqueza. Incluso creo tener mucha más libertad que él para
hablar; pues no pertenezco a ninguna escuela, no me apunto a ninguna camarilla,
a ninguna librería, no tengo en absoluto que moderar mi conciencia artística; y
expresando mis opiniones libremente, no temo desmentir un programa o ser
portador de una consigna.
Digo esto una vez por todas, a fin de establecer con
claridad que hablo sin tomar partido previo, sin rencor, y como conviene, en
definitiva, puesto que se trata de escritores de los cuales algunos me parecen
tener un valor incuestionable.
LES SOIRÉES DE MÉDAN
No trato de buscar ese valor en el
libro que acaban de publicar. No oficio aquí de crítico del día, y dejo a otros
la tarea de juzgar esos seis relatos.
No quiero decir ni una sola palabra en lo relativo a la
pluma, salvo a Guy de Maupassant, para dirigir al autor mis más sinceras
felicitaciones. Considero su relato como el mejor de muchos, incluso como una
pequeña obra maestra de narración simple y de verdadera psicología.
Pero incluso suponiendo que el libro entero tuviese esa
calidad, solo la idea que ha presidido la publicación de les Soirées de Médan.
me haría el libro desagradable. La obra demuestra en nuestros seis naturalistas
la intención de establecer escuela y hacer más que nunca de Zola un pontífice
seguido de acólitos.
No sabría censurar demasiado este modo de presentarse
al público al rabo de un hombre célebre. Eso hace pensar demasiado en los
débiles que, entre una multitud, siguen el paso de alguien destacable para
aprovechar el trote que él sabe mantener. Eso atribuye a los cinco jóvenes
naturalistas la búsqueda de la fama aprovechándose de la reputación de un
maestro. Tal actitud los rebaja al rol de aprendices. Ahora bien, esta forma de
comportarse y ese rol, me parecen verdaderamente indigno de ellos; pues cada uno
tiene su diferente temperamento, y en particular hay tres que ya han dado
muestras de su talento, lo suficiente para caminar solos y sin linderos.
¿Por qué entonces someterse a una dependencia que los
empequeñece? ¿Por qué dar a la razón, aunque no sea más que en apariencia, a la
crítica que los representa muy alegremente como unos farsantes? Francamente, me
da pena por aquellos a los que aprecio y que es justo apreciar.
Pero basta ya de tantas reflexiones que demoran lo que
es propiamente mi tarea aquí, es decir bosquejar los retratos de los seis
naturalistas.
Voy a tratar de hacerlos con naturalidad.
EMILE ZOLA
El gran culpable, el que incita a
los demás a cometer estupideces. Ese es Zola. Confieso que si lo estimo como
novelista, por el contrario lo detesto como crítico e incluso como hombre.
Su desfachatez y su ignorancia tienen el don de
exasperar hasta el más indiferente en materia de arte. Pontifica sobre
cualquiera cosa con una soberbia que él cree autoridad. Embriagado por algunos
lectores científicos, se cree en posesión de la idea del siglo, y se imagina
haber descubierto un mundo nuevo porque ha descrito las nalgas de Nana.
Es un espíritu limitado, sin ideas generales, sin
lógica, sin horizonte. Es a la literatura lo que los sectarios son a la
política.
Como los sectarios, además, tiene la potencia por la
que se caracteriza todo tipo de fanatismo. Desprovisto de imaginación, e incluso
de estilo en sus inicios, acabó por hacerse un talento notable a base de
paciencia y de testarudez. Ha puesto en su tarea literaria la regularidad de un
burócrata. A la larga, esa voluntad de alcanzar la meta ha sido recompensada por
el éxito.
Éxito merecido, ¡no tengo ninguna dificultad en
reconocerlo! Hay en los Rougon-Macquart cualidades de primer orden, y, por
encima de todo, un arte singular de dar vida a los objetos.
Por desgracia, en mi opinión al menos, no ocurre lo
mismo con todos los personajes. Su psicología se reduce a una fatalidad
fisiológica excesivamente rudimentaria para mostrar la complejidad de la vida.
En cuanto al estilo, es más bien a extractos. Si
tuviese que clasificarlo, demostraría fácilmente lo que Zola debe al
romanticismo al que tanto execra. Toma los defectos más desagradables, y la
Páge d’amour, por ejemplo, está repleta de frases absolutamente parnasianas.
Eso, además, con una pobreza y una monotonía de procedimientos realmente
agobiantes; se ha reprochado mucho a Gautier sus famosos Moules à gauffres
y los naturalista sobre todo se solazan en ello.
Pero al menos Gautier tenía todo un arsenal y ponía los
más diversos patés. Zola siempre pone la misma comilona. A la larga eso empacha.
De ahí viene que no se tengan ganas de releer ninguna
de sus novelas. No hay ni una de la que pueda considerarse un libro de cabecera.
Incluso voy más allá: cuando se han leído dos o tres, no se siente la necesidad
de conocer las demás. Ese sentimiento juzga una obra.
En resumen, es la obra de un buen obrero, al que saco
sinceramente el sombrero: no es la obra de un maestro ante el que se doblan las
rodillas.
***
El retrato físico del hombre no es
mejor.
Los modales burgueses, en el peor sentido de la
palabra, es decir ordinario. Zola, por lo demás, hace gala de la coquetería de
su aburguesamiento.
Hace público su horror al buen gusto con una convicción
que se parece diabólicamente al del zorro al que han cortado la cola. En cuanto
al vestir, he oído decir que considera la Belle-Jardinière como el parangón de
la elegancia moderna. Eso no me sorprende: sus ideas también están cortadas por
el mismo y vulgar patrón.
El cuerpo es fornido, rechoncho, grueso. Enseguida se
ve en él a un hombre de la raza de los sedentarios.
La palabra es tímida, con esa timidez particular en los
grandes orgullosos. Una especie de ceceo infantil la hace cómica. Incluso la voz
es menuda, balbuceante.
La mirada es banal; pero, por el contrario, la nariz es
interesante: de base cuadrada, forma sobre el labio un ángulo recto que concede
algún carácter a la fisonomía.
El rostro es grueso y pálido. Para quien no lo conozca
personalmente y quiera hacerse una idea, no sabría dar mejor ejemplo que
compararlo con la de un charcutero. He visto más de cien veces, detrás de esas
ciudadelas de patés y espirales de salchichas, ese plenilunio de manteca.
J. DE MOUPASSANT (sic)
Me gusta este poeta. Pues se trata
de un poeta, ¡y de los auténticos! También yo estoy estupefacto de encontrarlo
en este medio donde se trata a Banville de niño y a Víctor Hugo de payaso.
He tenido el placer de leer varios de los poemas que va
a publicar próximamente Guy de Maupassant bajo este mal título: Des Vers.
Sin embargo, si el título es malo, los versos me han parecido muy buenos, de un
lenguaje enérgico y cálido, de un ritmo un poco acobardado, pero sin embargo
sonoro, y sobre todo con un nuevo y extraordinario soplo en estos tiempos de
cortos de aliento.
No me cabe dudas de que la aparición de este libro será
un acontecimiento literario. Saludo por adelantado, y de todo corazón, este
arranque de poesía nueva, sensual, vibrante, llena de sabia y de sangre, esta
obra que va a revelar al público a un verdadero poeta y tal vez incluso a un
joven maestro.
Además, esa antología no tiene nada de naturalista.
El autor es como su libro, vigoroso, sanguíneo y
apuesto. Es un orgulloso y robusto macho, remero incansable, vividor saludable y
al que da gusto ver. Es normando y pariente de Flaubert, digno de esa raza
generosa y sana, y digna también del gran escritor en el que se reivindican los
naturalistas como el cerdo se reivindicaría de san Antonio.
J. – K. HUYSMANS
¡He aquí uno que desentona de un
modo exagerado en la escuela!
¿Pueden imaginarse ustedes que a ese fogoso amante de
la realidad desnuda no le guste Stendahl, es decir el novelista más fisgón, el
más exacto, el más cruelmente real de la literatura francesa? ¡Extraña lógica!
¿Y de dónde procede ese poco gusto por el autor de La Cartuja de Parma?
De esto: de que la Cartuja está mal escrita. Mal escrita, léase: escrita
con sencillez, sin preocuparse del estilo.
Pero, ¡oh naturalista!, es sin embargo así como hay que
escribir, si creo al gran jefe, al que no le falta ni una ocasión de
desprestigiar el estilo y la retórica. Stendahl es el menos retórico de los
hombres, y no te gusta. Así pues, no entiendo nada.
Sí, ¡ya lo comprendo! En resumen, este naturalista no
tiene más que una nariz postiza naturalista. Ha escrito dos novelas sobre temas
bastante repugnantes, lo que no le reprocho, entendámonos bien, sino lo que
constituye su único vínculo con la escuela. Las ha elegido como naturalistas,
¡de acuerdo!. Las ha escrito como romántico.
Su estilo es un derroche de estilo. Sustantivos raros,
epítetos curiosos, alianzas entre palabras imprevistas, arcaísmos, neologismos,
sintaxis desbaratada a destajo, abigarramientos, bordados con lentejuelas,
asonancias, música tintineante de sílabas, todas las hierbas de San Juan, ¡cómo!
¡Abajo, Aloysius Bertrand! ¡Abajo, Pétrus Borel! ¡Abajo, Verlaine! ¡Abajo,
incluso Mallarmé! ¡Viva J.-K. Huysmans, él último y más asombroso de los
parnasianos en prosa!
He aquí su rostro y su lenguaje:
Una barba de primitivo enmarañada bajo las mejillas,
que pone tonos dorados a la piel de pergamino de un nervioso. Grácil, cual gallo
se pavonea, husmeando con la nariz y picando las cosas con las guías de sus
ojos, en un saltito de gato juguetón. La manzana de Adán rompe la línea angulosa
del cuello, picado con un lunar sobre la piel granulosa, y tanto se levanta como
se baja siguiendo el rítmico movimiento de las degluciones.
¿Qué dice usted? Este juego es divertido, cuando no
tiene nada mejor que hacer. Pero qué bien se ven las cosas, ¿verdad?
De todos modos, a pesar de eso tiene talento. No ha
dado todo su potencial, creo, ni en Marthe, que no vale nada, ni en las
Soeurs Valard, que no vale gran cosa. Pero lo hará mejor. Es un artista,
y ama sinceramente la lengua. La ama hasta violarla.
HENRI CÉARD
Todavía no ha publicado libros, y
solo le conozco algunos versos, una balada entre otros. Es bonita; pero se
parece mucho a aquella de un poeta que no esta lejos de mi en este momento.
Parece que es un espíritu crítico, muy desligado a la
vez y muy agudo. Al verlo, me ha parecido incluso que debía ser puntiagudo.
Su fisonomía, en efecto, no habla a favor de su bondad.
Delgado, descuidado, de apariencia sulfurosa y de rostro agrio, tiene todo el
aspecto de haber tomado su hígado por tintero, y su pluma tendrá sin duda unos
esputos de bilis amarga.
Ahora bien, puede que la apariencia sea engañosa, y me
haya equivocado al pronosticar de un modo tan desagradable respecto de un hombre
que tal vez oculte una hermosa alma bajo unos ingratos exteriores, como los
perfumistas de la época de Rabelais encerraban buenos ungüentos en cajas
desastrosas.
Supongamos pues que el ungüento es bueno. ¡Eso no
impide que la caja no sea bella!
LÉON HENNIQUE
Un muchacho muy elegante, con unos
quevedos sobre una larga nariz. Pero no tiene aspecto amable.
Lo conocí hace tiempo, cuando era un rabioso romántico,
juraba por Catulle Mendès y parnasianaba en la Repúblique des lettres.
El suyo ha sido un camino de Dumas. ¡Muy brusca la
conversión! Para decir todo lo que pienso, no me huele bien. Se parece a la de
Enrique IV diciendo que París bien vale una misa. Para Léon Hennique, Paris se
llamaba el éxito. He aquí la causa de mis sospechas. Se trata de un pequeño
capítulo de historia literaria.
Y con toda sinceridad, Léon Henniqe había escrito
antaño el libro romántico titulado los Hauts faits de M. de Pontahaus.
Después, ha considerado que debía publicarlo presentándolo como una parodia. No
me gusta esta forma de actuar. No se debe renegar de los hijos, incluso
bastardos, cuando se les ha concebido con amor.
Además la misa no ha llevado los frutos que Léon
Hennique esperaba. El éxito no ha llegado, las novelas naturalistas son
aburridas.
Mejor hubiese hecho mostrándose tal como es y no
someterse, él que tiene imaginación, y mucha, y de la mejor, a un hombre que la
desprecia como los jorobados desprecian a las personas esbeltas.
PAUL ALEXIS
Me alegra mucho acabar con una
persona que me gusta sin ningún género de dudas. Paul Alexis es un hombre de
talento, y, por añadidura, desde mi punto de vista es el único verdaderamente
naturalista. Entiendo que lo es naturalmente.
No ha publicado más que un libro conteniendo cuatro
relatos que son lo más completo que la escuela ha producido en su género-
Sobre temas muy diferentes, todos tomados y casi
fotografiados de la vida real, ha mostrado las mismas cualidades de observación,
de precisión, de sobriedad y de fuerza. Le Fil de Luele Vellegrin,
l’Infortune de M. Fraue, les Femmes du père Lefèvre, le Journal de M. Mure,
respiran sinceridad y gustan, solamente por eso, a aquellos que incluso no les
gusta el naturalismo.
El estilo de Paul Alexis es exacto sin ser técnico,
colorido sin ser abigarrado, sencillo sin ser seco. Posee una distinción
singular que encanta.
Como Guy de Maupassant, Paul Alexis es un hombre
saludable. De ahí, sin duda, el esmero de sus obras. Alto, vigoroso, muy dulce
sin embargo, de hermoso rostro, amado por las mujeres y amante de la vida,
trabaja sin amargura, sin tomar partido, incluso sin ansias de éxito ruidoso e
inmediato, y es porque tiene suerte de producir buenas cosas.
Se lo deseo y creo augurárselo. Si sus futuras novelas
contienen las promesas de sus relatos, me parece destinado a convertirse en el
único y verdadero representante del naturalismo.
EL FUTURO DE LA ESCUELA
Esto me lleva a concluir hablando
del porvenir que creo reservado al naturalismo y a sus adeptos.
Del mismo modo que espero haberlo mostrado, la escuela
se reduce en definitiva a un maestro y a un discípulo, a Zola y a Paul Alexis; y
no hay otro que no sea Paul Alexis, el más estricto en la pura teoría
naturalista.
Guy de Maupassant es un poeta fuera de lugar en Médan.
J.K. Huysmans es un estilista que procede del Parnaso contemporáneo. Henry Céard
todavía no es nadie. Léon Hennique no puedo convertirse en alguien excepto
retornando a sus primeros amores románticos.
Entre estos seis escritores, el acuerdo y la razón de
estar juntos no son más que aparentes. La brecha se abrirá por si sola. La
escuela no existe más que sobre la portada de Les Soirées de Médan.
En resumen, no hay en todo este ruidoso guirigay
literario más que la personalidad alborotadora de un hombre y la inocencia o el
interés de algunos jóvenes a quienes el éxito de este hombre ha deslumbrado.
Pero esta embriaguez pasará, pueden estar seguros, y mañana estarán asombrados y
arrepentidos cuando se den cuenta que su estrella marcando el polo no era nada
más que un reflejo. Tal vez entonces sean los más encarnizados en romper los
cristales a pedradas.
JEAN RICHEPIN
Publicado en Le Gaulois el 21 de abril de 1880
Traducción de José M. Ramos. Pontevedra agosto 2013
Para
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