Le Mercure de France, 1 de julio de 1919

 

LITERATURA AMERICANA Y MAUPASSANT

 

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[…]

Hay dos nombres que han despertado un cierto interés. Son los de los escritores de cuentos y relatos, Ambrose Bierce y Fitz James O’Brien. Bierce tiene su leyenda. No se sabe hoy en día con certeza si está vivo o muerto. Si todavía vive debe ser un anciano. Participó en la Guerra civil americana y fue de ahí de donde extrajo la materia de sus admirables historias militares. Vivió varios años en Inglaterra. He aquí el prefacio que escribió en su libro de cuentos, In the Midst of Life que apareció en San Francisco en 1891:

 

Este libro se publica con el patrocinio del Sr. E. G. Steele, industrial de esta ciudad, toda vez que las principales editoriales de los Estados Unidos han rechazado su existencia. Como testimonio de fe del Sr. Steele en su juicio y en el de su amigo, esperamos que esta obra cubra la principal y más noble ambición de su autor.

 

Se le perdió de vista durante mucho tiempo. Luego pareció habérsele encontrado, ya mayor, dirigiéndose hacia México. ¿Fue a México y murió allí? De todos modos se le dio por muerto.

Su obra es aún poco conocida por sus compatriotas, pero, por el contrario, y sobre todo desde que una nueva edición apareció en New York, ha tenido unos elogios desmesurados. La Sra. Gretrude Atherton, novelista, declara que es el gran maestro de lengua inglesa que los Estados Unidos hayan producido, con excepción tal vez de Henry James. Otro crítico mantiene que en el género satírico Bierce es el igual de Swift, de Pope y de Byron. Escribir tales cosas, es perder todo sentido de la proporción y justificar las peores reseñas respecto a la crítica americana. Como escritor de lengua inglesa, Bierce es generalmente inferior a los americanos Emerson, Thoreau, Hawthorne. Carece de esa magia poética con la que Poe podía revestir su prosa cuando quería; jamás pudo aproximarse a ese lenguaje majestuoso del «Silence» y de la «Eleanora», ni del noble canto de órgano con el que comienza el «Fal lof the House of Usher». El inglés de Bierce carece de distinción. Solo puede parecer bueno a aquellos cuya lectura corriente es la de los periódicos y las revistas. Sus frases están recortadas. En cuanto a los temas, diez de sus cuentos a lo sumo bastarían para hacernos una idea de su valor. Enfrentarlo a Poe, como lo hacen algunos críticos, es equivocarse sugiriendo comparaciones falaces. Una gran parte de la literatura imaginativa de hoy deriva de Poe: la novela policíaca, la novela pseudo científica, la novela que trata del más allá, de la doble personalidad, la novela de aventuras. Los cuentos y relatos de Bierce pertenecen a dos categorías, los cuentos militares y los demás. Para estos su método es más bien monótono. Abusa del tema del hombre que mata a una mujer por celos y es a continuación acosado por su imagen; sin embargo, extrae de ello a menudo extraños y terribles efectos. Hay en Bierce un aspecto de Gran Guiñol, y los que escriben para este género encontrarían en sus cuentos numerosas ideas. En cuanto a lo mejor que tiene, Bierce es el igual de Poe en su Black Cat; ahora bien, The Black Cat no es lo mejor de Poe. En el arte de crear la atmósfera de un cuento, yo no diría que Bierce está por debajo de Poe, que no tiene par, sino que está por debajo de ese otro americano, especializado en el terror que es Fitz James O’Brien. Las reflexiones generales de Bierce no son más que comunes, y a veces llega a emplear unos procedimiento un poco cómicos que puede haber tomado de Hoffmann. Pero mientras Hoffmann consigue tejer la trama de su cuento, Bierce no lo logra, y el resultado es que lo sorprendemos gesticulando detrás de la escena con los efectos que produce. Sin embargo tiene el poder de Hoffmann de evocar los ambientes plácidos y somnolientos de los misterios y horrores abominables a menudo inexplicados.

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Los que deseen comparar la metodología de Ambrose Bierce con la de los escritores franceses pueden comparar Horseman in the Sky con Matteo Falcone de Mérimée, o  The Man and the snake con Catalina de Villiers de l’Isle Adam. Los cuentos son diferentes y no hay nada que indique en  ellos que Bierce hubiese leído esos cuentos franceses. Pero los temas son los mismos, y se encuentra en ellos la misma rapidez de narración. El escritor francés al que Bierce más se aproxima es a Maupassant. Es muy posible que lo haya leído. No había nada en Bierce que le indujera a escribir Monsieur Parent y sus experiencias tampoco desembocarían en Bel Ami; en definitiva, no es un escritor tan importante como Maupassant. Por otra parte, cuando Bierce comete de vez en cuando alguna falta de gusto, carece completamente de esa vulgaridad especial de un hombre endomingado y fumando un enorme cigarro con gruesa mano cubierta de joyas que a veces le llega a pesar penosamente leyendo a Maupassant. Para las escenas que se desarrollan en California y entre los mineros, tal vez Bierce haya tomado algunas idas de su colega americano, Bret Harte. Bierce sin embarco nunca es sentimental; no es ni muy tierno ni muy humano. Su sátira y su ironía ignoran la piedad.

Fitz James O’Brien no tiene leyenda. Su vida es demasiada oscura. A excepción de un relato, The Diamond Lens, ninguno de sus escritos apareció en una edición moderna. Vivió en New York lo que se llama comúnmente una vida de bohemio. Cuando estalló la guerra, se enroló como voluntario en el ejército de la Unión y murió a la edad de treinta y cuatro años. Ignoro donde está enterrado, pero sin duda se sabe. Los acontecimientos de su vida han sido diversamente relatados, pero todo lo que se puede decir con certeza es que era pobre.

A menudo debió vivir en la mayor de las indigencias, pero aunque tuviese uno de esos temperamentos volubles e insaciables, parece que era poseedor de un fondo de franca alegría a prueba de bomba. Se cuenta de él que una noche, en compañía de otro bohemio, un doctor escocés, se encontraron ambos en tal penuria que se vieron obligados a compartir la misma cama. Para pasar el tiempo entablaron una larga discusión sobre los meritos relativos de Escocia y de Irlanda, que pronto se hizo intensamente violenta. – Señor, gritó O’Brien, muy bien, usted sabe donde encontrarme mañana por la mañana. Luego ambos prorrumpieron en carcajadas.

Puede decirse que no son los acontecimientos de la vida, sino la personalidad de aquel que lo afectan y lo elevan hasta lo trágico. O’Brien sufrió iguales tormentos, sino con la misma intensidad, al menos con el mismo ambiente que Poe; pero Poe aparece como una gran alma, solitaria y romántica, en guerra con los dioses y el destino; no ocurre así en O’Brien. Se podría incluso comparar con Baudelaire o Villires de l’Isle-Adam, y sin embargo, por lo que respecta al aspecto realmente concreto de la pobreza y del sufrimiento, tal vez Villiers fuese más comparable con él. Desde el punto de vista literario, la superioridad de O’Brien reside en sus concepciones. En sus desenlaces y en el modo general con el que trata su tema es inferior a su amigo, Thomas Bailey Aldrich, y a muchos otros de nuestros escritores de cuentos.

O. Henry, el más popular de los escritores de cuentos y relatos que los Estados Unidos hayan producido en la última mitad del siglo XIX y tal vez desde que existen, era del Sur. Cuando estaba empleado en un banco de Texas cometió un desfalco con los fondos que le habían sido confiados, y cuando el delito fue descubierto, escapó a América del Sur. Regresó y se entregó a la justicia permaneciendo algunos años en prisión. Después, se pretendió que el juicio que lo condenó había sido amañado. Una vez en prisión, se dedicó a escribir algunos cuentos y los envió a las revistas y periódicos bajo diversos nombres prestados, siendo O. Henry el que conservaría más adelante y con el cual se haría célebre. Su verdadero apellido era Taylor. Vivió a continuación en New York, donde fue muy solicitado por editores de revistas; escribió varios centenares de cuentos, y también debió de haber ganado mucho dinero. Su éxito es debido a una hábil mezcla de pseudo realismo y de sentimentalismo muy conocido en Europa. Tal vez La Vie de Bohême de Murger, algunos poemas de Béranger y de François Copée y algunos cuentos de Alfred Musset son los mejores ejemplos de este género en Francia. Era sin embargo la primera vez que se aplicaba este género literario a la incipiente burguesía neoyorkina. A la multitud que pulula por el metro le gusta pensar en el pobre joven que vive en las buhardillas de su casa. Esta prendada y piensa que tal vez un día se revelará hijo de millonario, enfrentado con sus padres, como en los cuentos de O. Henry…

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Tiene un modo admirable de contar un cuento para una revista de centenares de miles de lectores, - una especie de publico que no se preocupa demasiado de las influencias, del estilo, de la lógica o del razonamiento, y no desea más que una cosa: el corazón de la anécdota al desnudo. O. Henry se lanza de cabeza en la anécdota y el diálogo comienza casi de inmediato. Eso está muy bien en una revista comprada para ser leída apresuradamente y más o menos con distracción; cuando se encuentras estos cuentos reunidos en un volumen, no parecen tan buenos. Ese fue uno de los métodos de Maupassant y tal vez O. Henry se inspirase en él; sin embargo en Francia, donde el cuento para periódicos era antes de la guerra una verdadera institución, no carecía de escritores con esta manera de proceder. Los amigos de O. Henry tenían la costumbre de compararlo con Maupassant; parece que lo enojaba mucho. He leído en alguna parte esta frase de él:

 

Odio que me comparen con Maupassant. Maupassant era un asqueroso. Yo, por el contrario, jamás he escrito una línea que pueda sonrojar a una muchacha.

 

Si O. Henry hubiese tenido el poder de escribir algo del valor de Boule-de-Suif o la Maison Tellier, se encontraría entre los americanos que no se preocuparían demasiado de hacer enrojecer a alguien. Es cierto que no hubiese encontrado editor para publicar tales cuentos en América. Espero con curiosidad que un americano se atreva a escribir una novela desprovista de toda sentimentalidad, con esta clara franqueza que Maupassant hubiese tenido, sobre las verdaderas experiencias del soldado americano en Francia. Imagino que tendré que esperar pacientemente durante mucho tiempo todavía.

[…]

 

 

Publicado en Le Mercure de France. 1 de julio de 1919.

Extracto del artículo  En Marge de la Littératura américaine de Vincent O’Sullivan

Traducción de José M. Ramos González

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