Le Monde artiste, 16 de julio de 1893

 

Si pese a la sinceridad de mi pena, me demoré en hablar del gran finado, cuya obra será orgullo de nuestra literatura del siglo XIX, es porque quise ver antes como sería juzgado el genial escritor, desaparecido a la edad de cuarenta y dos años, por la prensa y por sus colegas más cercanos.

¡Pobre Guy de Maupassant! ¡Qué poco se le ha comprendido, y cuántas tonterías se han dicho sobre él desde hace ocho días!

Unos no ven en él más que a un apuesto macho; otros juzgan su obra de oídas, la encuentran evidentemente respetable porque es clara; algunos, jesuíticamente, formulan sus reservas sobre la moral de sus cuentos; finalmente la mayoría niegan al artistas las cualidades del pensador.

Pero nadie ha dicho realmente que un amor traicionado fue el que aniquiló su gran inteligencia. No obstante ese poderoso hombre murió de tanto llorar la decepción de sus sueños.

En su cuerpo atlético latía un corazón de una extrema sensibilidad y su cerebro, que buscaba con afán el por qué de todas las cosas, se minaba obstinadamente en combinarse para sus deseos de un idealismo imposible.

Sin duda sabía perfectamente que la carne prima sobre el alma a pesar del poco goce que ésta nos procura. Pero la sabía sumisa a leyes incontrolables. El mal nervioso torturaba su concepción de los goces menos bestiales, más diferenciados y sobre todo más numerosos.

«¡Ah!, exclama él, he experimentado todo sin gozar de nada.» Y es torturado por el «sufrimiento de vivir», permaneciendo aterrado ante «la nada de la dicha», «la monotonía de los disfrutes terrestres.»

 

***

Hay que leer una y otra vez la obra completa de Maupassant. Desde Boule-de-Suif hasta Notre Coeur, en cada uno de sus libros, se le encuentra con su sensualidad característica, compleja aunque lúcida, profunda, imposible de analizar. ¡Oh! ¡Qué psicólogo era! Su pesimismo es accesible a todas las almas dotadas, pero ¡qué cruel es ese pesimismo adornado de frases inútiles, breve, claro, absoluto, conquistador.

¿Se trata de la Mujer? Sea criada de granja, dependiente de tienda, burguesa, buscona o mundana, siempre la describirá sin faltar jamás a la exacta perversidad de sus sentimientos.

Habría sido más que cualquier otro preciso en la pintura de las sensaciones hasta tal punto que algunos de sus páginas huelen –sugestivamente – a perfumes adorablemente analizados.

Su salvaje misantropía de los últimos años, la continua negación que arrojaba como una injuria y de la que sufría con vergüenza, su malsana tentación de no actuar más, de acostarse tranquilo para siempre, bajo los cielos vacíos de esperanza, todo eso provino de su martirio de amor.

Tras haber bebido las neurosis de la boca de los descendientes de nuestra nobleza eclipsada por los judíos, tomó gusto a las mezclas asesinas de los venenos.

A su robusto físico, le faltaron robustos amores, – carne y pensamiento, – mientras que fue una señora de Presles, una adicta al éter, una enamorada maliciosa quien le condujo al calvario e hizo de su corazón y cerebro la papilla roja en la que cimentó sus últimas páginas.

Maupassant, consciente de su fuerza, sufría por ser para la mujer solamente un hombre guapo. Tenía el orgullo de su valor moral y hubiese deseado la admiración de todas las que pasaron por su vida sin procurarle el éxtasis.

Ese coloso tuvo contrariedades de adolescente celoso ante unos rivales imbéciles, pero vestidos a la última moda y consecuentemente preferidos.

Tomó su cabeza entre sus manos y lloró ampliamente, luego, asqueado de las repeticiones sin fin de nuestras pasiones humanas cuyo horizonte es limitado, desmoralizado por tener que mascar las mismas palabras para obtener la misma posesión, se volvió hacia las estrellas, la sombra, la noche, el viento. En lo Inalcanzable, preguntó lo que había allí de sensaciones superiores tamizadas bajo el velo del misterio, interrogó lo Oculto y, de súbito, encontrándose frente al invencible Miedo, al intolerable Miedo, escribió el Horla.

Esas tristes páginas tan vívidas me cautivan y sin embargo me hacen daño. Ese miedo que él ha soportado sin duda alguna, yo lo siento a mi vez, me mantiene noches despierto, me sobrecoge, ciega mi pensamiento.

Oigo reír a los espíritus fuertes, a aquellos que jamás sintieron nunca un soplo de locura plegar su frente bajo la agudeza de grandes dolores, pero desprecio el equilibrio de su estupidez: al no sufrir no han amado.

«La vida, mire uste, no es nunca tan buena ni tan mala como se cree, había dicho Maupassant al final de su magnífica novela Une vie.

Aún creía en los corazones en los que se puede habitar, en las flores que se pueden coger, en la bella Naturaleza vestida de primavera.

Pero seguid la progresión de su desesperanza en una de sus últimas obras: Sur l’eau, y le veréis pasar de la calma que procura en soledad al aburrimientos, del aburrimiento a los peores desordenes físicos y psíquicos, para entrar fatalmente en el periodo de las supremas angustias que preceden a la locura.

Quiso escribir. No encontró las palabras para expresar sus ideas. Se dio cuenta de que iba a sumirse en vida en la muerte de las sensaciones procuradas antaño por su vista doble de escritor genial, y no queriendo que la animalidad sobreviviese a su conciencia, intentó matarse.

 

***

 

Durante dieciocho meses, su cuerpo resistió a la degradación de la parálisis. ¿Qué diría si el pensamiento estuviese realmente muerto, completamente aniquilado, o si durante los momentos de lucidez no tuviese el orgullo de callarse para no ser extraído bruscamente del mundo de las grandiosas ficciones?

Qué importa. Helo aquí tumbado para siempre aquel que vivirá entre los más puros de nuestros contadores clásicos. Aquellos que se han celado de su gloria tachándola de fácil, lo habrán olvidado mañana. Pero aquellos que se tanto se preocupan del arte nacional como del arte individual no dejarán de considerarlo como un maestro superior, y tendrán sus obras por modelos de literatura y de una rara potencia.

Personalmente lloramos en el ilustre escritor, no solamente un gran corazón y una notable inteligencia, sino también a un amigo sincero a quién debemos preciosas palabras de aliento.

En efecto, fue gracias a sus consejos como hemos ampliado el marco del Monde artiste. Respondiendo a su gusto por los documentos precisos, habremos trabajado útilmente en la historia del teatro contemporáneo.

 

PIERRE SANDOZ

Publicado en Le Monde artiste, el 16 de julio de 1893

Traducción de José M. Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant