Le Monde artiste, 21 de julio de 1895

 

LA TUMBA PROVISIONAL DE MAUPASSANT (II)

 

Cuando el año pasado denuncié con vehemencia el abandono en el que se encontraba la tumba de Guy de Maupassant, los parientes del gran escritor, sintiéndose culpables, contrataron al abogado Sr. de Colleville, un fino letrado que, en un artículo publicado en Le Figaro, el 29 de agosto, intenta demostrar la inexactitud de mis afirmaciones. Decía que la miserable verja del cementerio Montparnasse sólo era provisional, y la prueba era que el traslado de los despojos mortales iba a ser realizada en breve, el 7 de septiembre, tan pronto como el Sr. Lavareille, administrador judicial de la familia, regresase de los quehaceres que lo retenían en Vichy. El Sr. de Colleville, para tranquilizar mis desvelos, era tan amable incluso de describir el monumento fúnebre que pronto íbamos a poder admirar en el cementerio Père-Lachaise. Decía que «una maravilla en hierro forjado, una verja admirablemente labrada rodeará la tumba. Al pie se elevará una piedra solitaria, una especie de menhir en mármol donde será grabado solamente el nombre: GUY DE MAUPASSANT. En cabeza, una alfombra de césped y flores a profusión sobre todo el corpus.»

El día 26 de agosto, en primera página del Gaulois, la Sra. d’Harnois de Blangues, tía del llorado novelista, había protestado como lo hizo a continuación la propia Sra. de Maupassant en términos más indignados.

Pasaron semanas, luego meses, y hete aquí que hoy mis acusaciones de entonces se encuentran completamente justificadas.

Las mismas páginas de ese Gaulois en las que se publicaron los desmentidos de mis afirmaciones del año pasado, acogieron la crítica de la Sra. Blanche Roosevelt quien acaba de publicar un artículo que, bajo otra forma, no es más que la repetición del mío. Que se juzgue si no es así:

 

«Han transcurrido ya dos años desde el día, para siempre memorable, en el que condujimos a Guy de Maupassant al cementerio. Ayer, he ido a llevar rosas a su tumba, rosas impregnadas del perfume de los jardines y del recuerdo enternecido de los amigos que ha dejado un poco por todas partes, en el extranjero, y que me decían, cada vez que la casualidad de los viajes me los hacía encontrar: «¡Cuando vaya al cementerio Montparnasse, piense en nosotros!»

«Y ante el humilde cuadrado de tierra donde duerme el ilustre maestro, pensé en ellos, con el corazón encogido, los ojos húmedos, y maquinalmente muda por un inexpresable sentimiento de conmiseración infinita, quise extender mis ramos, esparcirlos, como para hacer desaparecer bajo las rosas ese cercado de tan paupérrima apariencia.

«Desde luego Guy de Maupassant no tiene necesidad, como los antiguos reyes de Babilonia, de un monumento de mármol y jaspe para vivir en la memoria de los hombres, pero la modesta cruz de madera negra que solamente adorna su tumba – la humilde cruz de los desheredados – no resulta menos melancólica. El primer viento invernal se la llevará...»

 

¿Qué piensa de esto el Sr. de Colleville? ¿Querrá explicarnos las razones de este retraso? ¿El Sr. Lavareille será ciudadano de Vichy a perpetuidad? ¿La Sra. de Maupassant espera a que sea materialmente imposible realizar un traslado, porque siendo panteísta no querrá oír hablar de un ataúd de plomo, incluso en caso de urgencia absoluta?

Pido a los que lo entiendan que tengan a bien desvelarnos este misterio ultrajante. En nombre de todos los admiradores del querido desparecido, exijo una última explicación, clara ésta, en absoluto manchada de hipocresía y ni siquiera prometedora a medias. Poco importa que un cadáver se pudra en Père-Lachaise mejor que en Montparnasse; toda gloria persiste ajena a los cementerios y por encima de algunos pies de tierra sin ornamentar tanto como alrededor de los monumentos en mármol y bronce; pero lo que hace reprobable la actitud de los allegados del escritor, es ¡la falta de respeto al honor del apellido! ¿Sería pues cierto que el artista admirable es detestado hasta en la muerte por los suyos? Esta suposición, por hiriente que parezca, hoy está permitida puesto que los compromisos sagrados no han sido llevados a cabo.

¡Pobre gran Maupassant! Creo que había presentido este abandono cruel, durante las horas de ensueños que vivió sobre la mar, ¡esa Mar tan a menudo mimosa y tantas veces madrastra!

¿Cómo cambiar de opinión, ahora cuando ha sido abandonado por su madre y sus antiguos amigos? ¿Quién tendrá una hermosa iniciativa para recuperar su recuerdo y querrá hacer campaña, a fin de asegurar a la memoria del celebre contador, un monumento imperecedero? ¡Hombres de letras, que vivís demasiado egoístamente la hora presente, asociaos en un sentimiento común de respeto y admiración, demoled la cruz inclinada, arrancad las hierbas, y dedicad como conviene a la gloria de vuestro inimitable maestro, muerto, es cierto, del asco por vivir en medio de idiotas, de malévolos y de perjuros!

 

PIERRE SANDOZ.

 

Publicado en Le Monde artiste, el 21 de julio de 1895

Traducción de José Manuel Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/