UNA CARTA

 

Sartrouville (Seine-et-Oise)

 

Querida señora y amiga,

 

Voy a pedirle un consejo, y, si es posible, un favor.

Cuando necesito un favor, siempre acudo en primer lugar a las mujeres por principios: porque son serviciales, accesibles a mil razones que no podrían comprender los hombres, y porque siempre obtienen lo que quieren (cuando quieren obtenerlo). Por eso, señora, es por lo que me dirijo a usted.

De entrada debo decirle que tal favor no me concierne directamente. Se trata de lo siguiente.

Mi más antiguo y mejor amigo, un muchacho encantador en todos los sentidos, sorprendentemente instruido y sensible, fino y culto, se encuentra en este momento en las más desagradable y desesperante de las situaciones.

Se llama X…

Una historia de amor lo condujo a esta lamentable circunstancia.

Hace siete años aproximadamente se enamoró con locura de una muchacha cualquiera. Su padre, hoy muerto, entonces ministro plenipotenciario en activo, creyó a su hijo perdido. Es extraordinario como temen al amor las familias. En fin, el padre, creyendo al jovencito abrasado por esa pasión, lo arrojó al agua para salvarlo; es decir que lo obligó a entrar como subalterno en una compañía de ferrocarriles. ¡He ahí una idea de diplomático!

El pobre muchacho permaneció siete años en esa galera y se convirtió en subjefe de estación en M… Figúrese usted lo duramente que trabajó. Hoy, para ascenderle, quieren destinarle a una pequeña estación perdida a veinte leguas de toda ciudad, de toda vida, de toda idea. Y allí permanecerá quizá diez o quince años; se hará viejo y morirá embrutecido.

Él es, ya se lo he dicho, señora y amiga, el más parisino de los parisinos y el amigo más encantador que uno pueda tener.

¿No habría algún medio de salvar a ese hombre desesperado, de encontrarle una plaza en París, una plaza que le permitiría vivir, pues no tiene ninguna fortuna? ¡Veo a tantos jóvenes de una indiscutible estupidez conseguir empleos excelentes! Buscando bien, ¿no se podría encontrar algún posible para un muchacho menos estúpido que los demás? Pero, ¿dónde buscar?

Desconozco por completo los engranajes administrativos, y no sé a que puerta llamar; tanto es así, señora, que he pensado en dirigirme a usted que conoce a tantas personas y que siempre sabe lo que pasa en el Estado y en sus administraciones.

Hay también una razón política que podría ser en rigor invocada. Su padre, el ministro***, ardiente republicano, demasiado ardiente para ser diplomático, dejó ver tan abiertamente sus opiniones que el Imperio lo marginó, no ofreciéndole ni ascenso, ni puesto, ni nada. Sus creencias acabaron con su carrera. El hijo, igualmente, es un republicano acérrimo a pesar de mis esfuerzos para hacer de él un escéptico e indiferente.

Hoy, el padre ha muerto; la madre, la hermana, Señora ***, consideran al joven perdido si permanece allí. En cuanto a mí, vivo ajeno al mundo oficial.

Conozco algunos diputados y senadores, es cierto, pero son menos influyentes que los conserjes de los despachos. Son corderos que balan, conducidos por perros y un pastor. Además tendré  que decirles que ese muchacho tiene las mejores credenciales que se puedan conseguir y, con toda seguridad, ellos preguntarán: «¿Por qué ha entrado en el ferrocarril? – Su padre lo ha obligado porque estaba enamorado de una joven.»

Entonces levantarán a su vez sus brazos de padres de familia indignados: «¡Enamorado de una joven!» Un senador no puede proteger a un hombre que estuvo enamorado hace siete años.

Como último argumento añadiría que compone versos, pero no se atreve a mostrarlos.

Una mujer siempre es indulgente con los asuntos del corazón. Puede adoptar un aire severo, pero se dice: «¡Ah, ese pobre muchacho, enviarlo allí por tan poco!»

¿Sería abusar de su benevolencia, señora, si le pregunto lo que hay que hacer, lo que hay que esperar, lo que se debe intentar?...

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Sea indulgente y perdóneme la indiscreción que cometo recomendando a mi compañero. Tengo tantas ganas de verle regresar aquí. Y permítame, querida señora, besar respetuosamente las puntas de sus dedos, poniendo a sus pies el homenaje de mis más profundos y devotos sentimientos.

 

GUY DE MAUPASSANT.

 

Perdone este espantoso papel. Estoy en pleno campo y me he visto obligado a dirigirme al café del lugar para obtener una hoja y media, de dudosa propiedad, al haberse agotado mi provisión.

 

 

Publicado en La Nouvelle Revue, 1 julio de 1895, bajo el epígrafe Pages courtes

Traducido por José M. Ramos para

 http://www.iesxunqueira1.com/maupassant

 

Este texto es un inédito en la bibliografía oficial de Guy de Maupassant