La Revue d’histoire littéraire de la France , enero-febrero 1975

 

CHARLES CASTELLA, Estructuras novelescas y visión social en Guy de Maupassant, con prólogo de René Girard, Ediciones de l’Age d’Homme, Renens-Laussanne, 1973. Un vol. in-81 de 269 p.

 

El subtítulo propuesto por el Sr. Castella a su rico y vigoroso estudio, constituye por sí mismo una hipótesis de trabajo: verificación experimental de la hipótesis de Lukács y Goldmann. La novela vinculada al desarrollo de la ideología burguesa. unidad estructural de la obra de Guy de Maupassant. En algunas densas y esclarecedoras páginas, el Sr. Girard establece algunos puntos metodológicos de una extrema importancia, que constituyen una especie de estado presente de sus propias investigaciones, de las de Lukács y de las de Goldmann y concluye: «Hay pues que sugerir a los lectores que siguen las modas, mirar más allá de algunas palabras clave, cuyo empleo el Sr. Castella desdeña. En cuanto a los lectores que no siguen las modas, no deben desalentarse por el prólogo que se acaba. Resulta demasiado aburrido comparado con la obra que van a leer. Para disfrutar de ésta, no es necesario tener en la memoria las obras analizadas. No hay mayor mérito que un trabajo tan profundo se deje leer como una simple y apasionante introducción a la obra novelada de Maupassant.»

Desde luego nosotros estamos muy lejos de encontrar aburrido el prólogo del Sr. Girard. Por el contrario, suscribimos el juicio que establece sobre el libro del Sr. Castella y estamos particularmente felices viendo que la crítica, tras un largo olvido, completamente injustificado, se preocupa de Maupassant y, mejor aún, del Maupassant novelista. Ningún estudio de conjunto le había sido dedicado desde la magistral tesis de André Vial (1953) y he aquí que gracias al Sr. Castella, se retoma una actualidad de primera magnitud. Es importante que después de los biógrafos, de desigual interés, de las publicaciones fragmentaria de páginas encontradas, de ediciones críticas o eruditas, un trabajo como éste manifieste que el texto de maupassant resiste tan bien a los nuevos métodos de estudio de los que tal o cual texto reputado tiene el privilegio. La empresa era audaz, concerniente a un escritor desdeñosamente etiquetado como «mundano» – participando en la alta sociedad, y no como espectador de un mundo que hubiese observado y juzgado – o como contador de cortas miras, a ese «escritorcillo» al que Edmond de Goncourt desechaba con un gesto de mentón.

Sometiéndole a los métodos de la socio-crítica, el Sr. Castella restituye a su autor las dimensiones que le estaban negadas, y al lugar al lado de los más grandes. Cada una de las seis novelas, a las que se añade el Doctor Heraclius Gloss, está sometida a los métodos de análisis que las investigaciones de René Girard y sus predecesores han hecho familiares, lo que autoriza al Sr. Castella a reconocer de entrada en faena (p. 14): «Afectado por una auténtica enfermedad ontológica, el protagonista novelesco, o sujeto, es incapaz de desear espontáneamente, linealmente, algún objeto sea el que sea: no puede más que imitar el deseo de otro, de un mediador, que desear el objeto designado por éste. Calificado de metafísico, ese deseo desviado sigue, par así decirlo, una trayectoria triangular: partiendo del sujeto A, no alcanza el objeto B más que pasando por el vértice C. La imagen es particularmente afortunada, pues a los ojos del sujeto, el mediador está bien situado encima de él: no se trata solamente de un modelo, es un ídolo, es un dios. El impulso hacia el Otro (o trascendencia desviada en relación con la trascendencia vertical, que es la fe en una auténtica divinidad) inspira y prima siempre en el sujeto su deseo por el objeto.

Aplicado a Maupassant, el concepto de mediación se revela no solamente de una eficacia operadora notable, sino aún incluso recibiendo algunas puestas a punto […] »

El método, escrupulosamente aplicado a cada uno de los protagonistas considerados, Héraclius Gloss, Jeanne, du Roy, Andermatt, Pierre, Olivier y Mariolle, permite descubrir, admirablemente estructurada, una ideología de Maupassant y de su tiempo que el Sr. P. Schneider había entrevisto cuando había denunciado las mediocridades de la «época vespasiana»[1] , pero que nunca había sido estudiada de manera sistemática antes de la obra del Sr. Castella.

Dicho esto, es demasiado evidente que estamos ante un sistema donde todo se adapta demasiado bien para que sea enteramente satisfactorio. ¿Por qué en Une Vie, la mediación debería ser más maternal que paternal (p. 34)? Bajo qué criterio se fundamente el autor, cuando afirma, en relación con la misma novela, que Jeanne y Julien son felices en Córcega porque la luna de miel «tiene más de amor libre que de matrimonio»? (pag 75).  Por qué el hecho para Jeanne, de viajar en ferrocarril      

es un «indicio», cuando se sabe que la mayoría de los personajes de Maupassant usan este medio de transporte, entonces relativamente nuevo? (p. 64). ¿No es exagerar la tesis, en Bel Ami,  viendo en Georges un «mediador divinizado»? La interpretación de los cuatro cuadros que adornan el salón de la Sra. Rosémilly, en Pierre et Jean, es a la vez nueva y convincente, pero ¿no pertenece más bien a la crítica psicológica? (p. 197). ¿No es volver aún a la crítica psicológica afirmando, a propósito de Notre Coeur: «Ninguna duda podría subsistir: el impulso que Michèle experimenta hacia André es tributario de la meditación; no es una necesidad de amor libremente asumido, es el deseo de imitar el deseo de aquellos de los que ella envidia la felicidad, el deseo de igualar esta plenitud que le parece un desafío a su propia apoteosis»? (p. 263.). Hay aquí una ambigüedad, difícil de evitar por otra parte, que es la no delimitación de la zona de interferencia entre la psico-crítica y la socio-crítica. Esta ambigüedad no ha escapado al Sr. Girard, que la señala discretamente en su prólogo. Ella no nos molesta más que en la medida en la que el libro se anuncia como una verificación experimental y subraya simplemente el peligro de todo sistema que se considere absoluto: el valor y el interes del estudio del Sr. Castella no quedan en nada disminuidos por unas notas de lectura que no se consideran críticas.

 

PIERRE COGNY.

 

 

MICHELINE BESNARD-COURSODON, Estudio temático y estructural de la obra de Maupassant. La Trampa. Paris, Nizet, 1973. Un vol. de 279 páginas.

 

La idea de la Sra. Besnard-Coursodon era interesante, puesto que se trataba de proponer una unidad a la obra de Maupassant y de obtener de ella una corriente que circularía a través de la diversidad de los temas tratados. Era seductor, además, aplicar al autor de Boule de Suif, así como lo prometía el título, unos métodos analíticos a los que nunca había sido sometido de manera sistemática, aparte de algunos trabajos de detalle restringidos. Hay pues que felicitarse de una tentativa que tiene el merito de querer restituir a Maupassant, mediante un sesgo original, el lugar que le pertenece y que se le ha cuestionado durante tanto tiempo. Lamentablemente, si nos está permito recurrir a un mal juego de palabras, diremos que la Sra. Besnard-Doursodon, a base de construir trampas, ha caído en ellas. Hablando con más seriedad, lamentamos que haya transformado una intuición en sistema, restando de ese modo mucha fuerza a su argumentación. Para ponerse de acuerdo con ella misma, tiene tendencia a abusar del termino  «trampa» y el lector se pierde un poco en ese itinerario jalonado de lazos, pozos, engaños y redes. Esto no quiere decir que la tesis sea inaceptable: bien al contrario, es ingeniosa y abre toda una serie de pistas, pero nos parece que no se aplica a todas las obras y es inaceptable querer sustituir el tema que esta puesto delante de todos los demás, del mismo modo que no era indispensable anunciar un estudio estructural cuando nada está realmente demostrado en ese sentido.

Tomaremos algunos ejemplos para justificar nuestro punto de vista, y sin siquiera ceñirnos a la cuestionable elección de escritos marginales de Maupassant, como Des Vers o La Comtesse de Rhune…

En la página 62, la nota 35 revela el sistema: «Identificaremos «fantasías», «caprichos» y «azar» con el ardid, pues los términos sugieren que la previsibilidad está desbaratada y que las esperanzas son engañadas, como por los ardides». Se trata pues de modificar el sentido de las palabras en la dirección de la que se tiene necesidad para apoyar la demostración. Todo es posible desde ese momento, y es así como todo puede ser llamado trampa. En la página 65, «el amante es un sustituto de la trampa». En la página 69: «El alumbramiento participa del tema de la trampa, en la medida en que es la consecuencia directa de la trampa de la reproducción», lo que autoriza  algunas líneas más adelante, a la conclusión: «… parece que se puede ver en la actitud de la mujer dando a luz, ya animalizada por su función de reproductora, una representación de la imagen subyacente del animal tomado en la trampa y debatiéndose».

Los subtítulos de cada capítulo son reveladores del método utilizado. Tomemos por ejemplo el capítulo II, Del Amor a la naturaleza, encontramos este inventario: La trampa del amor físico, responsabilidad de la naturaleza, la trampa de la reproducción, alumbramientos, herencia y seducciones de la naturaleza. El inventario del capítulo III, De la naturaleza a Dios, se establece sobre un esquema paralelo y habría sido fácil – y sin duda también pertinente –  ponerlo en la cuenta del pesimismo de Schopenhauer, al que además se hace alusión,  más o menos en todo lo que es atribuido a esa trampa mítica, cuyas redes son finalmente demasiado largas para que uno logre escapar.

La Sra. Besnard-Coursodon no deja de ver las contradicciones en las que se arriesga a caer, pero no insiste demasiado en ello y el razonamiento carece a veces de un poco de rigor. En la página 103, escribe: «… la acción de la sociedad sobre el hombre reproduce el mecanismo de la trampa y tiende a hacer de él un prisionero. Maupassant no es un escritor social…», página 115: «Sabe ver la miseria de los desheredados, inclinarse sobre la suerte de las clases sociales más desfavorecidas y más humildes, pero a fin de cuentas, invoca la Vida despreciable, o el Destino», frase que está precisada por la nota 90: «Se comprende desde entonces fácilmente que Maupassant no haya podido adherirse a la doctrina naturalista».

Las relaciones no son evidentes… El último capítulo, dedicado a los objetos temáticos es más convincente y proporciona la ocasión de interpretaciones interesantes, pero es sorprendente ver el agua, difícilmente asimilable a una trampa, figurar en la nomenclatura, cuando se hace una simple alusión a los espejos, que constituyen tal vez la trampa más temible del hombre, en la medida que estos revelan al Otro del que él es víctima y prisionero (Le Horla).

En su conclusión, página 272, la autora recuerda que ha intentado una aproximación, y no una elucidación total. La aproximación, desde luego, valía la pena ser propuesta y las observaciones precedentes no restan ningún merito a la tentativa, de la que estoy persuadido ella sacará partido en justicia, pero el entusiasmo de la Sra. Besnard-Courdoson la hace salirse un poco del plano estrictamente científico. El mismo entusiasmo ha guiado la elección bibliográfica, puesto que la misma obra, Chroniques, Etudes, Correspondances, aparece en tres rúbricas, pero no hace mención de las ediciones de Maupassant, aparte de la edición Schmidt-Délaisement.

 

PIERRE COGNY.

 

 

Publicado en La Revue d’histoire littéraire de la France , enero-febrero 1975

Traducción de José M. Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/


 

[1] Jules Renar par lui-même. Le Senil. 1956