La Semaine Littéraire, 9 de noviembre de 1912

 

 

Al igual que Mérimée, Maupassant tuvo su «Desconocida», y como la primera de esas amigas de esos dos hombres célebres, la segunda parece a su vez salida del misterio. En efecto, la Desconocida de Maupassant acaba de hacer algunas confidencias a una gran revista parisina. Siempre manteniéndose respetuoso con el secreto de esta alma, le Cri de Paris levanta levemente los velos con los que esta amiga del escritor oculta con demasiada obstinación una belleza que fue deslumbrante y todavía no se ha desvanecido.

«De origen eslavo, se dice, y de cultura esencialmente francesa, fue durante mucho tiempo una de las reinas de las reuniones mundanas de París y de San Petersburgo.

Enviudando muy joven, continuó brillando, especialmente en el salón de una de sus hermanas, la Sra. Condesa C…, a donde acudían frecuentemente la flor y nata de la política, las letras y las artes.

Fue allí como conoció a Maupassant y donde se fraguó su idilio. Él fue el amigo amado por encima de todos. Ella fue la confidente elegida de su corazón y su genio. Su Guy de Maupassant intime nos lo demuestra en parte. Pero no ha revelado que fuese la inspiradora de Notre coeur y que se la identifica en la heroína de esa obra maestra.

Sobre todo, en su voluntario ocultamiento, la «Desconocida» no nos ha dicho hasta que punto su amor estuvo lleno de abnegación.

Al mismo tiempo que el salón de su hermana, también frecuentaba asiduamente el de la princesa Mathilde. Su belleza, su espíritu, las cualidades de su corazón pronto fueron allí observadas y apreciadas. Se convirtió en una de las más queridas del palacete de la calle de Berry y del castillo de Saint-Gratien.

Ahora bien, entre sus admiradores más fervientes, se encontraba el heredero de una gran familia, el hijo menor pero preferido de un laureado príncipe. Este cayó perdidamente enamorado de la joven mujer, le hizo una corte asidua y finalmente pidió su mano.

La demanda no fue aceptada. Más heroica que Berenice, la «Desconocida» renunció al príncipe para permanecer fiel a su novelista. Y quizá Maupassant siempre desconoció ese sacrificio.

Le permaneció fiel más allá de la tumba. Ella posee casi todos sus manuscritos. ¿Se decidirá a entregarnos nuevos fragmentos de la correspondencia del gran escritor? Sabemos que ha quemado muchas de sus cartas.

¡Qué lástima!»

LAZARILLE.

 

 

La Semaine Littéraire, 9 de noviembre de 1912

Traducción de José Manuel Ramos González

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