La Semaine Littéraire, 10 de octubre de 1925

 

ECOS POR TODAS PARTES

 

¿Recuerdan ustedes que, por lo menos en Francia, Maupassant fue el primer hombre de letras que se elevó en los aires en un globo aerostático? Ocurrió en julio de 1887.

Antes que Maupassant, un poeta se había propuesto subir a las nubes de otro modo que no fuese mediante el pensamiento. Baudelaire había tenido la intención de intentar en 1859 una ascensión con Nadar; pero, en el momento de subir a la barquilla, el poeta se declaró enfermo y se fue a acostar. No abandonó su cama hasta pasados dos días para asistir al banquete en honor a los aeronautas.

Al contrario que Baudelaire, Maupassant tomó con decisión su lugar cerca del piloto. Este piloto, que se llama Maurice Mallet, es hoy un anciano de noble rostro al que enmarca una cabellera romántica de un blanco níveo. Fue él de quien la Sra. Louise Faure-Favier obtuvo las informaciones que esta da en el Mercure en relación con esta memorable tripulación aeronáutica. El Sr. Maurice Mallet, por una simpática gentileza hacia su pasajero, había bautizado su esférico Le Horla. El viaje del Horla duro ocho horas. Maupassant, tanto al partir, como en el transcurso del viaje por los aires, como durante el aterrizaje, dio muestras de una gran sangre fría. Empujado por el viento del sur, el globo volaba hacia el mar en dirección a Bélgica. Maupassant, muy tranquilo, charlaba alegremente. La visión celeste y terrestre le sugerían notables observaciones en las que se traducían su sensibilidad de artista y poeta. Cantaba y recitaba versos. Entre las nubes silenciosas, cuenta el Sr. Maurice Pillet, declamó algunas estrofas del Plein ciel de Victor Hugo. Quiso demostrar a su piloto que era capaz de interesarse en las maniobras aéreas y se hizo explicar el manejo de la válvula y el lastre. Igualmente dio pruebas de que poseía un robusto estómago comiendo con buen apetito un ala de pollo acompañada de un vaso de champán.

Hoy en día, cuando los hombres de Estado, los soberanos y los hombres de negocios vuelan desde París a Casablanca, desde Hertenstein a Budapest, desde Londres a Constantinopla, del mismo modo que el Sr. Sanguinède toma el barco para la Belotte, la tripulación aérea de Maupassant aparece desprovista de aureola. No era lo mismo en 1887. La prueba de ello es que esa ascensión produjo un mal efecto, incluso en sus amigos, y que hizo que a Maupassant se le tildase de loco cuando todavía no lo estaba.

 

La Semaine Littéraire, 10 de octubre de 1925.

Traducción de José Manuel Ramos González

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