La Semaine Littéraire (Ginebra), el 12 de septiembre de 1925.

 

ECOS VARIADOS

 

Maupassant, a quien se le dedicaba el 6 de septiembre un monumento en el castillo de Miromesnil, pasó los más hermosos años de su vida en Étretat, sobre la costa Normanda. En 1882, contando con treinta y dos años y viendo la fortuna sonreírle por primera vez, hizo construir una pequeña casa sobre un terreno que le había cedido su madre.

El Sr. A. Guérinot nos cuenta en le Mercure, que se trataba de un confortable chalet con dos alas adelantadas que se unían en un balcón de madera formando una terraza y completamente engalanado con plantas trepadoras. Enlucido amarillo en las paredes, las tejas rojas del techo y al fondo un amplio jardín plantado de arbustos donde florecían, según la estación, rosas y claveles, dalias o crisantemos. Una alineación de fresnos y álamos blancos delimitaban la finca. En un ángulo, un barco invertido, una chalupa sostenida sobre dos pilares de ladrillo y rodeada de alheñas, hacía las funciones de cuarto de baño e incluso de habitación del criado, puesto que allí era donde dormía François, el mayordomo. En el jardín había un estanque donde nadaban peces rojos, un campo de fresas, una pista para jugar a los bolos y una caseta para practicar el tiro. Más abajo un cobertizo, donde el escritor se divertía cuidando las gallinas y con los embates de un soberbio gallo de cresta deslumbrante. También tenía otros animales: perros de caza, su soberbio podenco llamado Paff, gatos, un loro y finalmente un mono, del que se vio obligado a separarse a causa de sus extravagancias y los daños que producía.

Maupassant había bautizado a su casa «La Guillette».

Cuando no estaba de viaje, cuando no se encontraba realizando alguna terapia en Châtel-Guyon, en Aix o alrededores, se instalaba con mucho gusto en la Guillette donde le visitaban sus amigos.

Cuando estaba solo, le gustaba dirigirse a una casa vecina, la Bicoque. Allí pasaba a menudo su velada cerca de aquella de la que él decía que tenía el «talento de la amistad», la Sra. Lecomte de Nouy, que parece haber sido su más cariñosa amiga, y que descansa ahora no lejos de él en el cementerio Montparnasse. Ella le leía, pues él padecía de la vista. Ambos se interesaban en el siglo XVIII. Recorrieron juntos la correspondencia de Diderot con la Sra. Volland, las cartas de la marquesa del Châtelet, de la Sra. D’Epinay, de la Sra. Du Deffand, de la Srta. De Lespinasse. Maupassant, tumbado en la sombra, escuchaba y de vez en cuando emitía algún comentario irónico o malicioso.

O bien se paseaba, observaba una hoja, recogía un pequeño guijarro, una mata de hierba;  «Las contemplo con avidez, escribe en la Vie d’un paysagiste, más entusiasmado que un buscador de oro que encuentra un lingote, saboreando una dicha misteriosa y deliciosa descomponiendo sus imperceptibles tonos y sus inapreciables reflejos». Un día observó en una granja a un «anciano con una blusa azul que se peinaba bajo un manzano»; era Corot. Otro año había frecuentado un poco a Courbet, «un hombre gordo, grasiento y sucio» que «vivía en una pequeña casa prácticamente a orillas del mar» y que «con un cuchillo de cocina, pegaba grandes placas blancas sobre un gran lienzo», boceto de la Ola. Finalmente, en una fecha más reciente, Maupassant «había seguido a menudo a Claude Monet en la búsqueda de impresiones.»

Maupassant escribió varios de sus libros en la Guillette, entre otros Pierre et jean, así como le Horla. Pero la enfermedad acechaba al escritor. A finales de 1889, Maupassant trata sin éxito de vender la Guillette al municipio de Étretat que proyectaba construir un jardín público en las inmediaciones. La Guillete permaneció cerrada hasta 1893, año de la muerte del novelista.

A principios de ese año, el Sr. Camille Oudinot realizó un peregrinaje a la Guillette, encontrándola muy triste, las contras de las ventanas cerradas, los tonos de la pintura descoloridos. En el interior se habría inventariado el mobiliario. Alrededor, los árboles habían crecido como para devorar la casa y arrojar un velo sobre el pasado.

 

Publicado en La Semaine Littéraire (Ginebra), el 12 de septiembre de 1925.

Traducción de José Manuel Ramos González

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