El Noroeste (La Coruña), 12 de abril de 1911.

 

MEMORIAS DE TASSART

 

Los periódicos se vienen ocupando en estos días de la publicación de unas Memorias en las que un señor Francisco, ayuda de cámara de Guy de Maupassant, cuenta la vida y milagros de su amo. Las memorias han hecho cierta sensación; los comentaristas las traen y las llevan, y los procederes familiares del célebre escritor pasan por bajo las lentes de todas las curiosidades y por el tamiz de todas las críticas.

Francisco ha hecho una impresiones, mejor aún, unos relatos absolutamente llenos de sumisión  y de respeto hacia el muerto ilustre, cuyas botas limpió durante muchos años; pero aun así, Francisco ha realizado una mala obra. Se siente uno un poco absolutista ante la presencia de hechos de esta índole. la divulgación realizada en vida o póstumamente, de las costumbres de hombres como Maupassant, debiera ser sencillamente condenable. En torno al poeta, en torno al escritor, se ha creado una atmósfera que le agiganta y le desfigura; todo el sentimentalismo, toda la espiritualidad de su obra está entre él, y nuestros ojos; cuando nuestra mirada llega a él va saturada del color de ese ambiente que creó su genio, y de ese color lo vemos: tiene él algo del sentimiento de sus personajes, algo del tono de sus paisajes. De toda su obra hemos quintaesenciado nosotros la idea de él.

Maupassant, el prodigioso cuentista, el escritor intenso y extraño, tenía sobre todo la aureola de su obra, la aureola de sus sombrías borracheras de éter. A su manía suicida, se busca una explicación en complicadas historias amorosas de una enfermiza intensidad. Francisco rompe la romántica historia y nos cuenta las borracheras de su amo como estimulantes buscados para obtener una mayor producción. Maupassant bebía para trazar más noveleas y más artículos y cobrarlos, naturalmente.

Era el hombre de la cabeza de oro, de Daudet. Como él, arañaba su cerebro para sacar hasta la última partícula del rico metal; pero el hombre de Daudet gastó esa última partícula, ensangrentada, en llevar unos zapatitos de raso a la mujer amada. Guy de Maupassant la llevaba del cerebro al bolsillo.

He aquí como Francisco nos arrebató una bella creencia.

¡Pobre humanidad si todas las grandes figuras tuviesen a su lado un servidor indiscreto que contase sus debilidades más íntimas!

 

Publicado en El Noroeste (La Coruña), 12 de abril de 1911.

Digitalizado en el presente formato por José M. Ramos González, para:

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