ABC, 5 de julio de 1957

 

GUY DE MAUPASSANT COMO NOVELISTA

 

¿Es Maupassant un escritor olvidado? Maupassant, en sus días, fue escritor de gran público; a la par, muy estimado por la crítica. Después de su muerte el nombre de Maupassant fue sumiéndose poco a poco en el olvido literario. Las generaciones literarias, desde comienzos del presente siglo, no se acuerdan de él. ¿Es merecida esta preterición? En cuanto a si Maupassant continúa siendo escritor de público numeroso, carezco de datos precisos para dar una respuesta. Mi impresión es que las obras de Maupassant conservan todavía aficionados, lectores y adeptos, numerosísimos. Lo natural es que así sea. El renombre de Maupassant no se debió a incentivo y deslumbramiento de novedad literaria, sino a la simplicidad y perfección narrativas de este autor. Novedad pasa: perfección perdura. Además, la literatura narrativa, en todos los tiempos, desde los orígenes literarios, ha contado con el mayor público.

Hace ya no pocos años se celebró en París la segunda reunión internacional del P.E.N. Club. En el banquete con que se cerró aquel Congreso hicieron uso de la palabra algunos grandes escritores de diferentes naciones. Entre ellos, el gran novelista escandinavo Bojer, dirigiéndose a los franceses, se expresó algo así a este tenor: “Tenéis un escritor verdaderamente extraordinario, al que se me figura que no le dais la importancia debida: Maupassant. Maupassant es uno de los primeros escritores del siglo XIX, y acaso el primero como narrador.” Yo no pude asistir a aquel banquete. Pero después, un escritor francés amigo mío, que asistió, me lo refería, así como la sorpresa, colindante con el estupor de los colegas franceses. Mi amigo estaba también un poco sorprendido. A mí no me causó sorpresa alguna la opinión de Bojer. Lo que me sorprendería es que un escritor que cultiva la literatura narrativa y conoce por experiencia sus problemas y dificultades no admire a Maupassant, cada vez más en la medida que se le lee más y con mayor atención. Es tal su claridad, y su maestría tan espontánea, que no es raro si pasan inadvertidas para el lector lego o distraído; tanto mejor.

Recuerdo haber leído, hace muchos años, en unas notas íntimas de Tolstoy, su juicio acerca de Maupassant. Había mediado entre los dos correspondencia epistolar. Maupassant era el novelista francés que más interesaba a Tolstoy. Le tenía en predicamento del escritor narrativo de mayor talento, y predecía que tiempo adelante, en el declivio de la edad madura, llegaría a producir obras de auténtica genialidad, pues, a diferencia del lector vulgar y distraído, que juzga a Maupassant como un escritor ligero y sin ideas, Tolstoy comprendía que Maupassant estaba en todo momento aquejado por la preocupación metafísica y trascendental. Desgraciadamente la plenitud prevista por Tolstoy se malogró, a causa de la muerte prematura de Maupassant (murió a los cuarenta y tres años edad). El singular, peregrino talento de novelista, que Tolstoy atribuía a Maupassant, lo explicaba Tolstoy así, poco más o menos: “Estamos varias personas en un tranvía. Nos examinábamos unos a otros. Comenzamos por lo más externo; la manera de vestirse. Luego, la traza y disposición del cuerpo la fisonomía, los rasgos, la expresión, los ademanes, los gestos. Por último, de los datos sensibles procuramos inferir la profesión del individuo, sus aficiones y pasiones, su psicología, su estado, su biografía, toda su vida pasada, cómo será el medio en que habitualmente se mueve, la casa donde se recoge, etcétera. Pues bien, si a cada una de las personas del tranvía se le pregunta cuál ha sido el resultado de este examen y a dónde lo ha conducido esta indagación hipotética, hallaremos que estas personas son ciegas y estúpidas, que no saben repetir ni quiera cómo iban vestidas las demás, ni el color de sus ojos, ni mucho menos presumir de su vida misteriosa. Pues bien; se posee tanto mayor talaento de novelista en la medida que con sólo observar a los demás se percibe más cantidad de pormenores individuales externos, y estos pormenores se relacionan necesariamente con una manera de ser y de obrar, con la vida, en suma. No basta observar por de fuera; hay que animar las observaciones e incorporarlas a la vida misma. Este talento lo poseyó Maupassant en grado supremo. Con sólo mirar a un transeúnte, Maupassant se apoderaba del secreto de su vida.” (No aseguro que estas fuesen, textualmente, las palabras de Tolstoy; el sentido, sí. Repito que este juicio lo leí hace muchos años. Me impresionó y no lo olvidé.) En efecto, las narraciones de Maupassant, aun las más triviales y baladíes, nos producen la sensación de vida genuina. Establecemos contacto directo con el flujo usadero de la vida, sin interposición ni medianería del autor. Esa misma trivialidad de algunas narraciones de Maupassant nos deja tristes, con dolor sordo y difuso, como el curso de las horas estériles en nuestra propia vida, cuando, con el corazón alicaído, no podemos menos que preguntarnos: “¿Para que vivo yo? ¿Para qué viven los demás? Todo esto, ¿qué sentido tiene?”

Quizá a causa de esta sugestión de nihilismo profundo y estoico que se desprende de la obra de Maupassant, Nietzsche le admiraba tanto, como narrador y psicólogo, porque veía en él el autor más fiel al sentido de la vida; o, por mejor decir, a la falta de sentido de la vida. De idéntico motivo se derivó la veneración de Antón Chejof hacia Maupassant, a quien siguió e imitó en sus narraciones breves, si bien el autor ruso el “tedium vitae” y la intuición nihilista trasparecen y se muestran de continuo; no así en el autor francés.

Apenas hay estudios literarios recientes dedicados a Maupassant. En la “Historia de la Littérature Française contemporaine (1879 à nos jours)”, por René Lalou, se le conceden hasta siete páginas, algo estrechas de criterio y tendenciosas. Es un libro útil, por su información; pero sus juicios son siempre laterales y exclusivistas. Para el lector que de antemano no conoce los autores juzgados es un libro peligroso que le inducirá a tomar como unánime y comúnmente recibidas opiniones arbitrrias y sin otro fundamente que el gusto personal del autor. Libros así no debieran llamarse historia, sino más bien “Alegato o apología de ciertas tendencias literarias contra otras”.

Copio el principio de la referencia que de Maupassant se hace en este libro. Dice así:

“Maupassant es un notable cuentista y un delicioso narrador de novelas cortas; pero un estilista, un gran escritor....no, no. Sean cuales fueren los rencores que han inspirado esta frase de Edmundo de Goncourt, y aunque hacia esta fecha (9 de enero de 1892) se le acusó de cruel envidia, no por eso dejaremos de confesar que la posteridad, en resolución, ha ratificado este juicio. Si, en vida de Maupassant, el éxito del autor de novelas eclipsó en ocasiones al autor de novelas cortas, el cuentista ha tomado ampliamente su desquite después, y nadie le disputa su puesto entre los grandes narradores franceses.”

Realmente, ocupar un lugar de paridad entre los grandes narradores franceses no se comprende cómo puede ser obstáculo para disfrutar, al propio tiempo, del calificativo de gran escritor.

Y en cuanto al fallo de la posteridad... cosa de unas pocas décadas es muy poca posteridad.

 

Ramón PEREZ DE AYALA

 

Publicado en el ABC, el 5 de junio de 1957

Fuente y propiedad: Hemeroteca del ABC.

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