ABC 4 de octubre de 1911

 

UNAS “MEMORIAS” Y UN ESTRENO

 

Tiene gravísimos inconvenientes la gloria póstuma... Nos hallamos en un siglo de investigación, y las gentes muestran una curiosidad malsana por averiguar la vida y milagros de los grandes hombres desaparecidos. Nada se respeta... Los investigadores penetran en lo más recóndito de la vida privada y nos enseñan a los literatos, a los novelistas, a los poetas, a los reyes, en la intimidad más desnuda. Lo primero que debiera hacer todo grande hombre antes de morir es romper cuantos papeles y cartas poseyese... De otro modo, se expone a que unos años después de su muerte cualquiera le publique hasta las cuentas del sastre...

El público lee con avidez cuantos libros de Memorias, salen a la luz. Es ésta una literatura que ha puesto de moda, y los editores venden a millares las ediciones. En la actualidad, el mayor éxito de librería es el libro de Arthur Meyer, Ce que mes yeux ont vu... El director de Le Gaulois cuenta las cosas “que sus ojos han visto” desde el 1870 hasta nuestro días, y les aseguro a ustedes que la mayor parte de lo que refiere no tiene el menor interés. Muchas simpatías debe tener el Sr. Meyer cuando tantos ejemplares ha vendido de su libro.

Pero, en cambio, ha aparecido otro libro que se vende menos, y que, sin embargo, resulta mucho más entretenido. Son las Memorias de François, el ayuda de cámara de Guy de Maupassant. El fiel criado se ha entretenido en anotar sus recuerdos, y a la pata la llana nos cuenta lo que hacía su señorito al levantarse, las visitas que recibía, su modo de trabajar y los platos que le apetecían más. Al lado de estas nimiedades, el buen François refiere ciertos detalles que esclarecen un poco el misterio de la locura de Maupassant... Todas las hipótesis que hasta hoy habíanse forjado caen por tierra... en el drama tenebroso de la locura de Maupassant no han intervenido amores desgraciados ni contrariedades de ningún genero... Maupassant tenía la fiebre de la producción, trabajaba constantemente, apenas terminaba un libro ya estaba comenzando otro, y en tanto ideaba el plan de un tercero... Y entre capítulo y capítulo de novela, escribía cuentos y colaboraba en los diarios más importantes...

Para facilitar esta producción enorme, Guy de Maupassant tuvo que recurrir a todo género de drogas. Necesitaba estimular su cerebro, y no vaciló en envenenarse poco a poco.... El exceso de trabajo le debilitó de tal suerte, que cuando la morfina llegó en calidad de embajadora de la locura a aquel cerebro no necesitó de grandes esfuerzos para perturbarle...

¿Era avaro también? François no nos lo dice; pero en estos días ha referido no sé quien en un periódico que Guy de Maupassant llegó cierta tarde a la ventanilla del cajero del Gil Blas para cobrar el importe de los tres artículos que allí publicaba semanalmente, y agitando los tres billetes de 500 francos que acababa de recibir, atravesó el salón, donde otros literatos esperaban, diciéndoles:

–¡Quinientos francos por un artículo! ¡Aquí están! ¡Aquí están! ¡Quinientos francos por un artículo!

 

Entre el libro de Arthur Meyer, en el que este señor nos cuenta cosas sin interés, y las memorias de Fançois, yo prefiero la literatura del honrado ayuda de cámara. El Sr. Meyer se limita a hablar de lo que él ha trabajado para restaurar el imperio bonapartista y a decir pestes de la República. Y nos explicamos perfectamente que las conspiraciones bonapartistas no triunfaran.

Pero, lo repito, al público le gusta esta novísima literatura y devora con malsana curiosidad los libros de memorias, donde se habla de las proezas y debilidades de los grandes hombres desaparecidos.

En esta regla general sólo hay una excepción... El público francés no tolera que se toque a Napoleón... ¡No...! Napoleón es intangible... Todo lo que se relaciona con la vida privada del Emperador, con sus desgracias conyugales, debe ser olvidado... ¡No hay que hablar de ello!

Anoche, René Faudrois estrenó en el Odeón su epopeya Rívoli... el autor nos ha colocado una escenita de efecto, para que viéramos como Josefina, mientras su marido preparaba la victoria, le engañaba con un gallardo capitán de la Guardia. El público no quiso tolerarlo anoche, y hoy la Prensa parisina viene echando chispas contra el autor.

Todo el mundo conoce las desventuras matrimoniales del Emperador... Pero aquí quisieran que se guardase el más impenetrable secreto acerca de estas cosas y que nadie hablase de ellas. Por eso el público dio anoche un disgusto al Sr. Faudrois, por haberse éste atrevido a sacar al escenario del Odeón a Napoleón, a su señora y al amante que Josefina se había buscado para no aburrirse tanto durante la batalla.

Si se tratase de otro hombre cualquiera, esto hubiera sido un éxito; pero... ¡tratándose de Napoleón!

Y es que no lo pueden remediar... Los franceses acatan la República; pero el que más y el que menos suspira por un Napoleón... ¿Que fue el boulangismo? La esperanza vaga en el nacimiento de un Mesías napoleónico.

 

Yo creo que Napoleón no sería tan grande si no hubiera sufrido, además, la amargura más cruel que los hombres padecemos: la de vernos traicionados por la mujer querida... ¿Por qué el publico francés parece como que se avergüenza cuando ve publicadas las desventuras de su Emperador? Era hombre y amó... ¿Qué eligió mal? ¡Qué demonio! Eso le sucede a mucha gente...

 

JOSE JUAN CADENAS

 

 

Publicado en el ABC, el 4 de octubre de 1911. pag 3y 4.

Fuente y propiedad: Hemeroteca del ABC

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