ABC, 12 de septiembre de 2003
JOHN WAYNE EN LA PELÍCULA QUE SUPUSO EL NACIMIENTO DE UN MITO
«La diligencia» es un título mítico que ha pasado a la historia del cine por
varias razones. Fue la película que lanzó a John Wayne, la que consolidó su
longeva relación con el director John Ford, la que fijó el modelo clásico del
«western», representado por el binomio Ford-Wayne, y la que descubrió la silueta
de Monument Valley como ineludible signatura visual del género. No todos estos
hitos resisten el escrutinio histórico. Ford había conocido a Wayne en 1927 en
un estudio de la Fox, pero tardó doce años en ofrecerle el papel que sellaría su
asociación profesional. El papel de Wayne, Ringo Kid, no estaba pensado como
protagonista de «La diligencia», una película coral con siete personajes
principales, de los cuales Ringo era el que menos hablaba... y Wayne, casi, el
que menos cobraba (alrededor de 3.700 dólares de la época frente a los 15.000 de
la protagonista femenina Claire Trevor).
Además, Wayne
ya había hecho un western importante («The Big Trail») y, por otro lado, ni Ford
contó con él para su siguiente «western» («Pasión de los fuertes»), ni los
siguientes trabajos de Wayne con el director («The Long Voyage Home», «They Were
Expendable») transcurrían en el Oeste. No era, en fin, la primera vez que se
rodaba en Monument Valley y Ford mismo sólo rodó seis títulos más en marco tan
incomparable, lo que no le impidió «apropiárselo» para siempre.
Finalmente, «La diligencia» no es precisamente un
«western» típico. Pese a la presencia de arquetipos como los indios hostiles, la
fulana de buen corazón, el médico borrachín o el tahúr, o de motivos temáticos
como la venganza que persigue Ringo Kid, se trata en realidad de una
disimulada adaptación de un relato de Maupassant, «Bola de sebo»; Ford no lo
reveló en su momento – lo hizo en 1968 en el libro-entrevista con Peter
Bogdanovich - por la mala fama que le habían acarreado sus anteriores
proyectos «artísticos» con el guionista Dudley Nichols. La crítica social que se
desprende del argumente – una serie de ciudadano, que van de un respetable
banquero al fugitivo Ringo Kid, comparten un viaje en diligencia con una
prostituta (Trevor) a la que todos desprecian – sólo pudieron hacerla «pasar»
Ford y Nichols disfrazándola como un modesto «western» de serie B con un actor
B: Wayne. Fue luego un crítico tan influyente como André Bazin el encargado de
canonizar tan atípica película como un «ejemplo de la madurez de un estilo
llevado a la perfección clásica». Pero es inútil disentir: estamos en territorio
fordiano y «cuando la leyenda se hace realidad, hay que imprimir la leyenda». Lo
que no cabe discutir es el espesor mítico de Ringo Kid desde su primera
aparición, una de las introducciones visuales más famosas de la historia del
cine, y la maestría con la que se adueña del espacio tanto interno como exterior
de «La diligencia». Es, como decimos, una pieza coral que se basa en el choque
de personajes, pero Wayne sobresale del conjunto como en una de esas tarjetas
que la Gestalt utiliza para separar la forma del fondo; y esto no lo supo prever
ni el propio Ford, aunque luego («print the legend») se apuntara el tanto.
Ringo, el proscrito que se redime, es un hermoso
centauro, muy diferente de la imagen de autoridad moral (en pantalla) y
conservadurismo ideológico (fuera de ella) que se iría solidificando en torno a
Wayne con el paso y del tiempo y que ha oscurecido su notable talento
interpretativo; hoy tendemos a verle como un icono– la imagen que a cierta
América le gusta proyectar de sí misma– pero a menudo se olvida la tensión que
supo imprimirla a papeles que jugaban con su persona pública: «Rio Rojo»,
«Centauros del desierto», «El hombre que mató a Liberty Valance»...«La
diligencia» ofrece la ocasión de pillar a John Wayne antes de que se endurezca
el molde de su estatua (ecuestre).
Antonio Weinrichter
Publicado en el ABC el 12 de
septiembre de 2003.
Fuente y propiedad de: Hemeroteca del ABC.
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Imagen: Filmaffinity
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