ABC, 15 de junio de 1968
NOVELAS EN LA TELEVISIÓN
Honorato de Balzac es el maestro de Gustave Flaubert y éste lo es de Guy de
Maupassant. Y los tres son grandes novelistas del brillante siglo diecinueve
francés, cuyas relevantes calidades ha puesto de manifiesto en esta temporada la
televisión de la “Mittel Europa” exhibiendo de manera convincente adaptaciones
de sus más famosas narraciones: “Las ilusiones perdidas”, del primero; “Madame
Bovary”, del segundo, y “Bel Ami”, del tercero (que era además experto dibujante
e ilustraba los textos con las figuras de sus personajes).
Es evidente que las ajetreadas gentes de hoy día
carecen de tiempo para saborear las exquisiteces de la literatura universal en
las que las galanuras del estilo, las excelencias de la prosa, el espíritu de
observación, la psicología y caracteres de los personajes, la pintura de los
tipos y la descripción del paisaje o del medio ambiente, determinaban antaño el
valor artístico de las obras señeras.
El cine y mejor todavía su aportación al hogar que es
la televisión, han facilitado enormemente la captación de esos valores
condensados en imágenes sincronizadas, ahorrando al espectador la fatiga de la
lectura que requiere siempre un esfuerzo de voluntad junto con la dedicación del
tiempo adecuado que generalmente escasea.
Y así, el tema del relato, los propósitos de los
protagonistas, su presencia física, las bellezas femeninas con sus vestidos a la
moda, los conflictos pasionales y el “suspense” y la plasticidad de la acción,
absorben el interés de los vidente-auditores, transportándoles al París
decimonono muy bien camuflado por los regidores de escena.
Claro es que se trata de problemas de aquellas épocas
que según algunos no se acomodan a los de nuestros días. La ambición y el amor
parecen ser los dos grandes impulsos que animan las existencias de los héroes de
estas novelas que se mueven en círculos sociales, cenáculos políticos,
redacciones de periódicos. Salones aristocráticos y camarines, palcos y plateas
teatrales nos muestran todas las miserias que se albergan en los humanos
corazones baqueteados y golpeados cruelmente por los azares del destino y las
turbulencias de la vida.
Son los tiempos en que un editorial de Prensa derriba
un Gobierno o provoca un duelo. Y con un simple artículo afortunado se puede
alcanzar un alto cargo y hasta una poltrona ministerial. La intriga, la murmuración,
la calumnia, la amenaza, el chantaje... Todo sirve para hacer carrera y lograr
una posición ventajosa.
En “Las ilusiones perdidas” y en “Bel Ami”, por
ejemplo, encontramos el mismo tipo de hombre joven pobre y arribista que
persigue el amor y lo utiliza como palanca o trampolín para trepar a las
cumbres. Tal vez el “Lucien” de Balzac, es más idealista y menos cínico que el
“Jorge Duroy” de Maupassant. Y por eso el primero fracasa. Y vencido, deprimido
y humillado se vuelve a pie y sin un céntimo a su pueblo natal. Mientras que el
segundo se apoya en las damas explotando su físico –el suyo y el de ellas– sin
que le preocupe mayormente que su esposa le engañe, pues hasta de ello hará
escabel para su escalada. Verdad es que las mujeres que por esas páginas o por
la pantalla desfilan, tampoco ofrecen contextura moral más recia.
Dejando a las de Balzac por ser tantísimas y de tan
diversa índole con predominio de las casquivanas, madame Forestier, madame de
Marelle, madame Walter y madame Bovary son la personificación con diversos
matices de la consorte desleal, coqueta y veleidosa.
La primera es fría, calculadora, reservada y refinada.
La segunda vehemente e impetuosa. La tercera otoñal, acaudalada, enamorada y
celosa. La cuarta sentimental y erótica, encuentra vulgar a su marido que es un
médico competente y bondadoso de Rouen al que burla con sucesivos amantes a los
que colma de regalos contrayendo débitos enormes. Cuando acribillada de deudas
acude a ellos para que le saquen de apuros y éstos le vuelven la espalda,
desesperada por sus desengaños y remordimientos se envenena ingiriendo arsénico.
***
¿Pero es que estos flamantes novelistas franceses del pasado siglo no tenían más
“leit motiv” que la infidelidad conyugal?, se preguntará acaso un tanto alarmado
algún lector entre pacato y moralista. Por lo general, no; habida cuenta de la
obsesión de nuestros vecinos por el tema que era moneda corriente en aquella
burguesía un tanto corrompida y del picante margen de complacencia que sus
escabrosidades ofrecían. Lo que no significa que hicieran su panegírico sino que
las describían con morbosa complacencia, siquiera su desenlace desdichado fuera
como el condigno castigo y la sentencia condenatoria a las liviandades contadas.
Naturalmente que no todo era mostaza sensual y que hasta también relatos
desprovistos de ella, destinados a probar cuán injusta y dura es a veces la
humana existencia con seres desgraciados. Tal la novela corta “El aderezo ”, de
Maupassant, televisada y pintiparada como sus otras trescientas breves
narraciones para la pequeña pantalla. (Un hombre insignificante, jefe de
negociado está casado con una pequeña burguesa llena de vanidades y pretensiones
imposibles de satisfacer con el minúsculo sueldo del marido. En una ocasión el
matrimonio es invitado a un baile para el que ella se encarga un costoso vestido
de noche que el burócrata paga haciendo un sacrificio. Pero faltan las joyas que
otras damas lucirán. Una vecina ricachona que las posee se ofrece a prestarle un
hermoso aderezo de rubíes y brillantes. En la fiesta la pretenciosa que es
agraciada, obtiene un gran éxito social bailando toda la noche, mientras el
pobre y oscuro cónyuge permanece en un rincón desapercibido e ignorado. Retorna
el matrimonio a casa a medianoche. Y ¡oh fatalidad! El aderezo ha desaparecido
¿Dónde? ¿Robado? ¿Extraviado? No se sabe. Todas las indagaciones resultan
infructuosas. Y como hay que devolverlo a la propietaria, encargan de su
confección, lo más parecido posible al perdido a un joyero. Pero como el precio
es elevadísimo, el pobre diablo ha de buscar el dinero rápidamente. A base de
anticipos de su oficina y de empréstitos a usureros y prestamistas con un muy
crecido interés se reúne a duras penas la cantidad.
Mas es a costa de quedar el matrimonio arruinado y
empeñado para toda la vida. Diez años serán necesarios para liquidar las deudas.
Al cabo de este tiempo, una tarde de primavera el pobre burócrata sentado en un
banco de los jardines de Luxemburgo, cabizbajo, raído y entristecido, se
encuentra con la propietaria del aderezo . Compadecida ésta por la pesadumbre
del hombrecito, no puede menos de inquirir sus causas. Este se resiste a
exponerlas. Al fin lo hace y cuenta lo ocurrido. Sorpresa de su interlocutora.
¿Para que aquellos gastos prohibitivos por adquirir el nuevo aderezo, si el que
ella prestó era falso?)
***
Es posible que no falte algún otro lector suspicaz que se pregunte por qué en
vez ce ensalzar la literatura de nuestros vecinos y la televisión de la Europa
Central, no me ocupo en elogiar las nuestras.
Le contestaré que en diversas ocasiones he tratado de
hacerlo, abogando con entusiasmo porque se aireen y difundan bajo una culta e
inteligente dirección televisiva, nuestros altos valores artísticos que podrían
proyectarse más ampliamente, acoplándolos a los pertinentes espacios descargados
de otros empeños menos importantes. Y también me he lamentado de que no imitemos
a los franceses en esta hábil propaganda que saben hacer de sus modas, su alta
costura, sus perfumes, sus ideas, su idioma, sus libros, su teatro, su historia
y su arte. Primero, supieron crear todo eso. Y después, acertaron a exportarlo y
a imponerlo al mundo entero, haciendo de París el faro deslumbrante del que
irradiaban todas las espiritualidades y seducciones. Y con ellas acertaron a
engatusar a toda Europa y a nuestra América –como lo prueban las triunfales
acogidas al general De Gaulle por doquier – y a crear el clima propicio para que
muchas entidades de televisión acojan con espontáneo entusiasmo las versiones
aludidas.
Por supuesto, que también hay, de vez en cuando, en
ellas ciertos fallos que son más de deplorar porque nos atañen. Me refiero a la
opera “Carmen” de Bizet – inspirada en la novela de otro francés ilustre
Próspero Merimée – televisada recientemente en Munich bajo la dirección musical
y cinematográfica del eminente Karajan. Se trata de una españolada deformada.
Con lo cual resulta doblemente españolada. Y, por tanto, doblemente absurda.
Aparte del mal gusto de presentar a una negra – aunque
buena cantante – como protagonista, los sevillanos aparecen en 1808 con bigote,
perilla, cuello y corbata, pantalón largo y sombreros de gancho. Y los más
garrafal y anacrónico: don José, que era sargento del Regimiento de Dragones de
Alcalá, sale tocado como sus soldados con tricornio que la Guardia Civil usa
ahora.
¡Con lo poco que al célebre maestro le hubiera costado
asesorarse en materia de guardarropía escénica y propiedad histórica! Pero ya
digo que se trata de una españolada. Se trata de España. Y ya se sabe que con
España se pueden permitir los extranjeros todas las más disparatadas licencias,
embadurnando con exageraciones delirantes los chafarrinones de la pandereta.
Federico OLIVAN
Publicado en el
ABC del martes, 15 de junio de 1968.
Fuente y propiedad del texto e imagen: Hemeroteca del ABC.
http://hemeroteca.abc.es/
Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant