ABC, 16 de diciembre de 1983

MAUPASSANT

     Hay que decirle adiós al siglo XX, un siglo que – más tarde se comprobará – ha vivido estéticamente de los hallazgos del XIX. Lo más notable del siglo todavía presente ha sido la invención de las vanguardias. Pero ninguna de nuestras vanguardias han tenido la repercusión social del Barroco o del Romanticismo. Sólo el surrealismo – que es una extensión del simbolismo concebido en plena aquilatación del siglo pasado – ha tenido influencia, a veces indirecta pero innegable, dentro de la renovación de los lenguajes. La surrealidad está ahora en el sistema de pensamiento del hombre actual y es un poco triaca, contraveneno del racionalismo materialista.
     La vitalidad artística del siglo XIX es un poco canto del cisne de la imaginación individual, de la hegemonía del «artista», con todo lo que en ello pueda existir de ingenuo a nuestros ojos.
     Ahora sí que el siglo XIX está lejos, ahora sí que se le puede decir adiós, porque todo su influjo se ha gastado. Ha tenido un largo rabo que desollar. Casi no hemos salido del siglo XIX hasta hace unos años. Nos cuesta tanto trabajo dejarle que hasta se ha inventado el «revival», una forma de enmascarar nuestra carencia de presente, que es tanto como carencia de una seguridad en él. Si bien nos vamos a fijar ¿qué son las series televisivas de la BBC – que tanto agradan hoy al público y que tan imitadas son en Europa y América – sino insistencia invocadora y melancólica de un mundo descubierto y valorizado por Maupassant? En toda la literatura burguesa realista no existe un cronista de su tiempo tan exacto y tan creador como Maupassant.
     La sociedad burguesa se siente tan segura en ese tiempo que Maupassant se permite, tanto como crear un lirismo muy sui géneris exactamente acoplado a ese mundo, desvelar también todo el horror, la miseria de su parte negativa. Es depositario de toda la mala conciencia de su siglo con una agudeza implacable y estremecedora. Es el horror aceptado en un mundo sin salida. Desde luego es un gran demoledor de la ética burguesa y todo pensador tendencioso lo puede utilizar en este sentido, si quiere, pero olvidando que es también un exaltador del dominio individualista de la razón y de la moral, que es también un poeta producto exquisito de esa misma sociedad que critica. Su mundo es tan atractivo que, aun hoy, pasado un siglo, un medio de comunicación de masas, la TV, lo adopta tácitamente como su patrón y hacia maupassanismo a troche y moche. Edulcorado, que es lo peor.
     Lo que más queda de esas series televisivas de gran audiencia, en donde vemos muchas casones en decadencia, muchas familias que se hunden con su orgullo anacrónico, mucha humillación menestral, mucha primer gran guerra europea – que es casi un trasunto de la guerra franco-prusiana–, es el clima novelesco. Un hecho cierto de que la gran novela, que no es siempre una novela grande, se acaba, está perdiendo su vigor, es este recurso al «revival» novelesco, tan tópico, dentro de la imaginaria televisiva. Tanto que, si no hay falda larga y velos por la cara, parece que nos quedamos sin novela. Y también es novelesca la presión social proletaria, la reivindicación de los humildes en los bajos de aquella sociedad. En los capítulos de «Arriba, abajo», una de las series que más aceptación tuvieron, está presente, aunque demasiado apastelada y conformista. La ferocidad de Maupassant no está allí, no se puede exponer todavía por intolerable. Pero el clima novelesco sí. Maupassant descubrió un filón literario que sólo puede ser explotado por muy pocos, porque, a fin de cuentas, es muy difícil de determinar. Además tiene que existir una base. Creo que esta base está en la jerarquización precisa de una sociedad. Y la jerarquización del mundo burgués es inexpugnable en tiempos de Maupassant. Fijémonos en el modo que este escritor ha tratado el tipo de la prostituta, uno de los tipos más patéticos de todo el final del siglo pasado. La prostituta no tiene salida en su destino trágico, mucho peor que el del menestral ciudadano. En los cuentos de Maupassant en donde esa mala conciencia del siglo se hace más evidente es en aquellos en donde aparece el lívido garabato de una prostituta, de aquel medio ser necesario y despreciable. «Lo novelesco» está, pues, en saber elegir a las «víctimas». Sólo en una sociedad muy jerarquizada la víctima aparece subrayada con suficiente contundencia, cualquier cosa de bueno o de malo que le ocurra tendrá el sabor realzado y picante del clima social que acompaña a esta víctima, sus costumbres, su forma de hablar, todas las adherencias inefables propias del «tipo». Lo vemos plasmado en los dibujos de Lautrec. No es necesario contar nada. El prototipo está ahí, conocido por todos, consabido. Es rabiosamente novelesco en su esencia. La novela moderna –el cuento– no sabe ni puede echar mano de tipos así, acaso porque nos deslumbra la eficacia novelesca que tuvieron y no sabemos hallar otros personajes que los sustituyan. Por eso los personajes de las series televisivas inglesas son invocaciones fantasmagóricas, que, aun así, conservan algo de fuerza, conservan un «prestigio». Eso sí, un prestigio de emblema y nada más. El mérito de Maupassant es el de haber sabido elegir a la víctima, no sólo la prostituta, claro. En aquel cuento en que un burgués típico lleva a su casa, una noche, a una pobre prostituta que oculta su embarazo y termina por dar a luz en su cama , víctimas de la novelesca situación son los dos con su mundo específico, intrasvasable, incomunicado, jerarquizado al máximo.
     Maupassant, como muchos intelectuales y artistas de su tiempo, no vivió presionado por la fuerza invasora de las ideologías que han sido, acaso, lo que más ha confundido el papel novelesco de las víctimas sólo buscando ese «prestigio» para tipos que, en su esencia, no son novelescos, sino aspirantes a la simpatía y a la piedad con motivos menos gratuitos y menos basados en la realidad. En seguida sospechamos que no son víctimas verdaderas, que son víctimas amañadas. Ninguna telaraña ideológica abrumó la aguda mirada que Maupassant arrojaba sobre las víctimas – a la vez emblemáticas y reales – que, de verdad, producía su sociedad. En la nuestra parecemos empeñados en «victimar» a tipos que no llevan esa carga fatal de las víctimas verdaderas. Para nosotros existen víctimas impresentables de las que hay que hacer caso omiso, relegarlas al anonimato. Y sabemos que hay víctimas que no alcanzarán el honor de hacerse novelescas, porque nos avergüenzan y, lo que es peor, contrarían nuestras pretensiones de captación doctrinaria que, frente a la realidad y la verdad, son arbitrarias e irreales. Esa negación de la víctima verdadera – que Maupassant supo ver y plasmar – es también negación de «lo novelesco» en su mejor sentido decimonónico, eso que, como un perfume casi imperceptible ya, nos ofrecen las series televisivas de los ingleses. El escritor moderno, por arrimar el ascua a una pobre sardina, se ha quedado sin personajes.

Francisco NIEVA

Publicado en el ABC el 16 de diciembre de 1983.
Fuente y propiedad de: Hemeroteca del ABC. http://hemeroteca.abc.es/

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