ABC Cultural 17 de marzo 2012

TRAS LA PARTIDA DE CAZA

Tras la partida de caza
Guy de Maupassant. Traducción de Carlos Ezquerra. Erasmus Ediciones. Barcelona, 2012. 167 páginas, 19 euros.

    Se ha escrito mucho sobre Maupassant. Se ha dicho que junto a Zola, Balzac y Flaubert es uno de los cuatro mosqueteros de las letras francesas. Para mí es D'Artagnan, el mejor.
    Le aplaudo por su humor socarrón, siempre fino, como el barniz con que su pluma tiñe todo lo que relata. Y le aplaudo de igual modo por su humildad por principio, como talante y como meta: una humildad que se ríe por lo bajito de cualquier acto de prepotencia u ostentación, una humildad propia no solo de las formas breves que escogió, sino de sus motivos de inspiración- cotidianos, aparentemente anodinos - y, sobre todo, de esa discreción y generosidad con que este autor sabe desaparecer tras sus historias. Pero, por mucho que Maupassant quiera disolverse en su obra, ese genio suyo, vigoroso y delicado a un tiempo, reaparece una y otra vez en un detalle de observación, en un diálogo exacto - como si acabara de escucharlo -, en una sucesión de escenas vivísimas, trabadas siempre con armonía.
    Como quien hace lo más natural y sencillo del mundo, Maupassant cuenta historias claras, elocuentes, memorables. Se trata siempre de emociones conservadas tras una rápida impresión, que parece actual, de viva como está. Su fuerza no está en el estilo, sino en los hechos. Al término de la lectura de cualquiera de estos cuentos, se queda uno pensando en lo que su autor ha relatado y en lo que revela de la condición humana. Y se comprende que aquello a lo que se apunta es mucho, y que es dolorosamente certero.
    Maupassant conocía al ser humano, y este es de los mejores elogios que puede tributarse a un autor. Y a su manera, algo melancólica, le amaba, como revela la benevolencia de su mirada, capaz de rasgar la belleza de este mundo, empañada con tantas miserias. Una mirada aparentemente ingenua, pero en el fondo sagaz. En todos estos relatos late una aceptación de la vida tal cual es, con sus contradicciones y ambigüedades, sus asperezas, y con esos rincones olvidados que el narrador - porque esa es su misión - pone bajo el foco de un reflector. Maupassant es, además, un autor con el que los escritores que empiezan pueden aprender el oficio. No deslumbra, sino que alumbra, que es lo que yo busco cuando abro un libro. Hace que lo difícil parezca fácil. Arranca magia de cualquier situación.
    Tras la partida de caza es un libro para conservar y para, periódicamente, abrirlo por el sumario, leer los títulos de los cuentos y evocar lo que nos contaron. Si Bola de sebo, que tanto gustó a Zola, supuso un exordio rotundo, y si en Bel Ami alcanza su más granada madurez narrativa, en estos cuentos da lo mejor de sí.
    Aconsejo de modo particular «El cerdo de Morin» - divertidísimo y cruel - ; «La loca» - con la imagen poética de una cama abandonada en pleno bosque invernal - ; «Broma normanda» - el relato de una terrible noche de bodas - ; «La reparadora de sillas» - una historia de amor desesperada, de las más emocionantes que haya leído nunca-; «El testamento»- la venganza de una madre vejada que cede todos sus bienes al amante-... ¡Basta! Debo interrumpir este listado, puesto que en realidad recomendaría la lectura del volumen entero.
    En «Minué», tras relatar como bailan dos ancianos, marido y mujer, entre arrumacos infantiles y cómicos saltitos, el narrador concluye: «Quizá a ustedes todo esto les haya parecido algo ridículo». Pero no, a mí no me ha parecido ridículo, sino tierno y aleccionador, necesario. Y creo que estas son las cosas que hay que contar, ayer y hoy. Y entiendo, al fin, que para toda generación tener al menos un narrador como Maupassant es una bendición.

PABLO D'ORS