ABC, 17 de septiembre de 1925
GUY DE
MAUPASSANT Y SU OBRA
I
La inauguración de una estatua en Francia al célebre cuentista y novelista Guy
de Maupassant vuelve a darle actualidad a una de las más prestigiosas figuras de
la literatura francesa de fin del siglo XIX. La crítica que tanto ensalzó en
vida al ilustre escritor, hoy se muestra algo fría o desdeñosa con el autor de
Bel Ami, al que pretende reducir a la talla de un nouvelliste
sobrio, vigoroso, plásticos, de muy limitado horizonte intelectual.
Confieso que no estoy nada conforme con esta injusta
reacción crítica reflejada ahora por no pocos escritores franceses al juzgar a
Maupassant. Aunque su horizonte de la vida fuese, en efecto, limitado por un
concepto pesimista y materialista del mundo, la huella de Maupassant ha sido
profunda, no sólo en la moderna literatura francesa, sino en la literatura
universal. Hoy es acaso mayor su celebridad en el extranjero que en Francia
misma. Recientes encuestas literarias demuestran que en Inglaterra, en Rusia, en
Norteamérica, Maupassant sigue contando con entusiastas admiradores, y que su
arte de narrador aún ejerce una positiva influencia entre los cultivadores del
cuento y de la novela corta. Es este último género literario, tan
característicamente francés de la nouvelle, el autor de Boule-de-Suif
– cuya aparición fue un acontecimiento – y de La Maison Tellier, es
un renovador que aún no ha sido superado. Su intensidad dramática, su emoción
contenida, su amarga y cruel ironía, hacen de su obra, que él quiso objetiva e
impersonal, algo personalísimo en la literatura novelesca. Acaso la sensualidad
de que están impregnadas sus páginas y la crudeza descriptiva de muchas escenas
contribuyesen a popularizar el nombre de Maupassant entre las multitudes más que
su talento literario. Pero la pureza del estilo cubre con un manto de oro los
desenfrenos sensuales, y el artista sale siempre victorioso, aun cuando haya
hundido sus pies en el lodo por su erróneo afán de buscar sólo la realidad entre
las naturalezas primitivas.
¡Patética figura la de Guy de Maupassant, logrando de
golpe la celebridad en la publicación de Boule-de-Suif, devorado por la
doble ansia del placer y de la producción novelesca; aplaudido, admirado y
ensalzado desde sus comienzos, y apenas alcanzada tan ruidosa fama, atormentado
ya por una cruel dolencia patológica, que le libró a las garras de la demencia.
Así, pues, el amargo pesimismo de Maupassant no es pura
teoría, como en otros escritores de la escuela naturalista, como Zola, Octave
Mirbeau. El pesimismo de Maupassant emana tanto de su temperamento mórbido como
de sus ideas. Es imposible separar del todo su obra de su vida, como él hubiese
querido, porque las últimas producciones revelan los síntomas de la cruel
enfermedad que le llevó a una casa de salud en plena madurez. Mientras vivió,
Maupassant no quiso que su popularidad de escritor le obligase a abrir de par en
par las puertas de su vida privada, y se negó siempre a celebrar entrevistas y
hasta dar su retrato a la publicidad. Acaso por ese mismo deseo de evitar
indiscreciones y familiaridades, Maupassant adoptó siempre en público una
actitud de fría reserva y de mutismo, que sus detractores achacaban tan pronto a
orgullo como a timidez. Alejado en lo posible, salvo en sus comienzos, de las
redacciones y de los cenáculos literarios, Maupassant fue víctima de una leyenda
tan injusta como inexacta. Se le pintaba duro, egoísta, sensual, indiferente a
todo lo que no fuera su persona, ensoberbecido por éxito, inspirado sólo por el
interés. A esta leyenda contribuyeron no pocos escritores, a quienes estorbaba
la fama del rival. Zola no podía perdonarle al antiguo discípulo de Médan que se
hubiese independizado tanto. Edmond de Goncourt le odiaba cordialmente. Octave
Mirbeau no reparó en corresponder con calumnias a ciertos favores recibidos. Sin
embargo, sabemos hoy que la realidad era muy distinta, y que en la intimidad
este hombre, al parecer brusco y huraño, tenía un corazón efusivo e ingenuo.
Maupassant fue un excelente hijo, como lo prueba su profundo cariño por su
madre, y un amigo leal de quienes merecían su confianza.
Hasta el dicho vulgar de que “no hay grande hombre para
su ayuda de cámara”, queda desmentido por la publicación de ese curioso libro
Souvenirs sur Guy de Maupassant, par François, son valet de chambre,
verdadero monumento de afecto y fidelidad poco frecuentes de un criado hacia su
amo. Pero la vida de Maupassant, durante su corto y esplendoroso apogeo,
excitaba la envidia de muchos compañeros menos afortunados. No podían perdonarle
su aislamiento, su fingido desdén por la literatura, su éxito con las mujeres,
su brillante posición social. Este hombre privilegiado que frecuentaba los
salones y vagaba por las playas de moda, que poseía un yacht y se dedicaba con
ardor a los deportes, parecía demasiado feliz. Nadie adivinaba el terrible drama
interior que iba atormentando, en plena gloria, el espíritu del famoso
novelista. Sus rarezas, sus excentricidades, sus manías, la agitación, cada vez
más frecuente de sus nervios, que le hacían variar tan a menudo de residencia,
buscando vanamente en los viajes distracciones y tranquilidad, eran tachadas de
pose, como el ser recibido en alta sociedad le había ya valido la acusación de
“esnobismo”. Pero bajo la fría apariencia de su careta mundana, Maupassant
estaba sosteniendo una lucha desesperada, cruel, contra la enfermedad y la
demencia que amenazaban su espíritu. Las alucinaciones, el insomnio, el terror
de la muerte le atormentaban en secreto, día y noche. Lo que debió ser esta
terrible etapa de su vida, antes de ingresar en el manicomio, queda reflejada en
sus últimas narraciones, sobre todo en La Horla, que parece el grito de
horror de la víctima al borde del abismo de la locura. Poco después, la
murmuración contenía sus anécdotas pintorescas sobre la vida privada del
escritor. El velo del misterio se rasgaba, causando sorpresa y dolor a todo el
público… Maupassant estaba loco. Su estrella se apagaba bruscamente en el caos,
enterrando al hombre en vida. Quedaba sólo el recuerdo de su rápida ascensión
hacia la gloria y su vigorosa obra literaria, de la cual hablaremos otro día.
Alvaro ALCALA
GALIANO
San Sebastian, Septiembre 1925
Publicado en el ABC del 17 de septiembre de 1925
Fuente y propiedad de: Hemeroteca del ABC. http://hemeroteca.abc.es/
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