ABC 21 de agosto de 1982
LA CASA TELLIER Y OTROS CUENTOS ERÓTICOS
de Guy de Maupassant. El libro de bolsillo, 877
Alianza Editorial. Madrid,. 1982. 225 páginas.
La puesta al día de los cuentos
maupassantianos que Esther Benítez, como traductora, y prologuista, ha venido
realizando en la popular colección de bolsillo de Alianza, merece gratitud y
elogio. Cinco volúmenes han visto ya la luz en una serie que este sexto y último
completa, y que ha hecho desfilar ante nosotros la rica producción del narrador
francés, agrupada por temas: cuentos de guerra, fantásticos, de horror, galantes
y eróticos, amén de los recogidos bajo el título de Mi tío Jules y otros
seres marginales.
Esther Benítez
despoja a la palabra erótico de su carga sexual, y se queda con su significado
más antiguo: «de asunto amoroso»; y ello porque, si
bien lo erótico, tal como hoy lo entendemos, tiene sitio en muchos de estos
cuentos, en otros brilla por su ausencia e incluso se resuelve en lo que
pudiéramos calificar de amor o amores «puros». Véanse los titulados «Alexandre»,
«De viaje» o «La dicha», este último con una curiosa variante, añadida cuatro
años después de haber sido escrito, en la que Maupassant no sólo enturbia la
pureza de su historia, sino también su optimismo, su bonheur. No faltan
aquí el humor y la picardía («El crimen del tío Bonifacio», «Hautot, padre e
hijo»), la aventura exótica («Marroca») o la entrega inconsciente
(«Los zuecos»), junto a esa pieza excepcional que da título al volumen, «La casa
Tellier», en cuya parte central el mejor Maupassant funde a un grupo de
prostitutas con esa niña que hace su primera comunión, y que acaba reposando su
inquietud y su miedo nocturno sobre el seno desnudo y magnífico de Rosa «la
Marraja».
Leemos: «... y la palabra amor, que reaparecía sin cesar, ora
pronunciada por una fuerte voz masculina, ora dicha por una voz femenina de
ligero timbre, parecía llenar la sala, revolotear por ella como un pájaro,
planear sobre ella como un espíritu.» Esa palabra, ese pájaro, ese espíritu, es
el que cruza sobre estas páginas escritas hace ahora un siglo por quien fue tan
grande amador que necesitó toda una vida para tratar de encerrar - de explicar,
de expresar - tal sentimiento en un borbollón de palabras. Siempre he pensado
que esa mujer del cuento «De viaje» que intenta definir a dos amantes, y balbuce
«Eran... eran», antes de echarse a llorar, habla por boca del propio Maupassant,
quien concluye: «Nunca se supo lo que quería decir.» Y, en efecto, nunca
sabremos lo que el autor pensó de esos dos seres que se amaron a distancia y que
hicieron del amor una flor intocable.- C.M.
Publicado en ABC, el 21 de agosto de 1982