ABC, 26 de agosto de 1916

 

EL PAPEL VALE MÁS

 

Nosotros hemos leído no sabemos dónde ni recordamos cuándo, pero es indudable que en alguna parte lo hemos leído, que si Guy de Maupassant llegó a ser el primer cuentista de Francia, y, consiguientemente del mundo, lo debió en primer término a Dios Nuestro Señor, que le concedió para ello las aptitudes necesarias, e inmediatamente después a Gustavo Flaubert. Dice la anécdota, de cuya autenticidad no respondemos, que jamás hubo maestro alguno que tuviera con su discípulo mayor intransigencia, ni discípulo que correspondiese al interés educativo del maestro con más humilde y resignada docilidad. El insigne autor de madame Bovary exigió a Maupassant que no publicase una sola cuartilla sin que él la autorizara previamente. Aceptó Maupassant el compromiso, y trabajo que hacía, lo llevaba a la aprobación del maestro. Flaubert lo leía con gran detenimiento, e indefectiblemente lo rompía.

–No está mal – solía decirle por toda explicación. No está mal; pero no es todavía publicable. Siga usted trabajando.

Maupassant bajaba resignado la cabeza, se marchaba a su casa, pensaba otro asunto, lo escribía, poniendo en él sus cinco sentidos, se lo llevaba al maestro, y se volvía a repetir la misma escena.

–No está mal; progresa usted mucho. Con estudio y constancia llegará usted a ser uno de los primeros escritores franceses. Pero es necesario que no se desanime. Este cuento que me ha traído usted hoy está muy bien; pero no es todavía una obra definitiva. Es necesario hacer cosas mejores. Siga usted trabajando.

Y con sus finos dedos, Flaubert rasgaba implacable las cuartillas y tiraba los pedacitos al cesto de los papeles rotos.

Esta escena se repitió muchas veces, por espacio de muchas semanas, de muchísimos meses. Un día, por fin, Maupassant llevó a Flaubert una novela corta. Flaubert la leyó impasible, sin hacer un gesto, y cuando hubo terminado la lectura, dijo finamente.

–Esto está muy bien. Esto se debe publicar.

“Esto”, es decir, “aquello” era Boule de neuf (sic)

 

Acaso haya en esta anécdota un pozo de exageración y de hipérbole, mas aun dejándola reducida a los límites escuetos de lo verosímil, es muy posible que sin la intransigencia de Flaubert, el autor de Fort comme la mort, no hubiera llegado a ser el primer cuentista de Francia, y consiguientemente del mundo. En todas las manifestaciones del saber humano, en todos las ramas de las artes más o menos bellas, nadie tiene a desdoro el someterse a un aprendizaje. Sólo en literatura tenemos el orgullo inexplicable y sin fundamento de confiar excesivamente en nuestras dotes naturales y creer que para acometer una obra no son necesarias reglas, preceptos ni principios. En este punto, quien más, quien menos, todos tenemos a gala blasonar de una salvaje independencia, y esta independencia es generalmente la que nos pierde a todos. Cuanto mejor sería que en lugar de blasonar de independientes fuéramos por el mundo cogiditos de la mano de un Flaubert.

Si nosotros hubiéramos sido Flaubert – que no lo somos– y D. Pedro Caballero hubiera sido Guy de Maupassant – que es posible que algún día lo sea – y nos hubiera consultado su novela Sor María de la Cruz, nosotros le habríamos dicho:

–Usted tiene condiciones de escritor. Con estudio y constancia puede llegar a serlo. Pero esta novela no es todavía publicable. Rómpala usted. Siga trabajando.

 

PLUTARQUILLO

 

Publicado en ABC el 26 de agosto de 1916, página 21.

Fuente y propiedad: Hemeroteca del ABC

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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