El Adelanto, 16 de noviembre de 1897
LA ESTATUA DE MAUPASSANT EN EL PARQUE MONCEAU
Guy de Maupassant, el pobre
loco por exceso de talento, el ilustre autor de Boule de suif, acaba de verse
perpetuado, estatuificado por sus admiradores parisienses.
Allá, en un delicioso rincón de París, en el
frondoso parque Monceau, sobre la verde pradera cubierta de musgoso césped,
junto a un lago, en el cual la blanca silueta del monumento se refleja, elévase
airoso el busto del elegante escritor, y, al pie, reclinada sobre un banco del
paseo, indolente y soñadora, una linda parisiense acaba de leer las obras del
maestro, cuyo libro aún tiene en la mano, y pensativa, con la mirada vagando en
el espacio, sigue en el azul ceniciento del cielo parisién el vuelo de su
exaltado pensamiento.
Maupassant era un escritor verídico hasta la
dureza; pintaba con su pluma lo que veía en derredor suyo, sin preocuparse de
moralizar, esforzándose en pulir y repulir el espejo en que se mira el hombre
para que cada cual pueda ver su imagen con mayor parecido.
Fue un novelista de potente verbo, impecable
filólogo y hombre de letras que desdeñó todas las distinciones oficiales.
Guy murió loco; tenía la obsesión del veneno,
pensaba que todas las cosas emponzoñarían su sangre.
Cuerdo, buscaba la soledad; demente, huía
de los hombres.
El desencanto era su compañero único; jamás
contento de su obra, nunca satisfecho de su trabajo; llevaba sobre sí un
desconocido anatema, perseguía la gloria casi inconcientemente; su razón perdió
el equilibrio, su vida se agotó entre las negruras de la demencia y hoy se nos
presenta su apoteosis en un plácido rincón parisién, en el frondoso parque
Monceau, sobre la verde pradera de césped y junto a un lago donde su busto se
refleja en las ondulaciones del agua.
Antonio Ambroa, París, Noviembre1897
Publicado en El Adelanto (Salamanca), el 16 de noviembre de
1897.
Digitalizado en el presente formato por José M. Ramos González, para:
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