Alrededor del mundo, 26 de mayo de 1909

 

LOS RECUERDOS DE LA MAISON DORÉE

 

El edificio de la Maison Dorée, el restaurante famosísimo cuyo nombre figura en todas las novelas del período romántico que tienen por escenario París y por personajes a los elegantes, cobija desde hace algunos día en sus dorados salones a una prosaica sucursal de Correos y Telégrafos.

Sic transit gloria mundi.

La Maison Dorée en sus comienzos fue, sobre todo, el punto a donde acudía para cenar la gente más selecta, y allí se pasaba la noche en alegre animación, especialmente en el gabinete número 6.

Grandes señores, como el principe Demidoff, el duque de Morny, el duque de Grammont-Caderousse, el príncipe Murat, el marqués de Caux se reunían allí con las bellezas más célebres y más turbulentas. En los salones del entresuelo se divertían de lo lindo, y el duque de Hamilton, conocido por su vida de noctámbulo, se mató rodando la escalera que conducía al piso, una vez que bajaba a tomar su coche al amanecer.

A Alejandro Dumas se le veía allí con Nestor Roqueplan y el amable conde de Briges, a quien Dumas hijo tomó por modelo en “El amigo de las mujeres”.

En las cocinas del restaurante confeccionó Alejandro Dumas algunos de los platos de que se declaraba inventor, bajo las miradas enternecidas de Casimiro, el más apreciado de los cocineros de París.

El “maitre d’hotel”, Luis, no era menos popular entre los parroquianos, cuyas pesadas bromas aguantaba con filosofía, sabiendo que a ellas seguía una buena propina.

Uno de los clientes le echó un día por la cabeza un “consommé” frío, y el camarero exclamó sin pestañear:

–Llevo peluca.

Comprendida la indirecta de la invitación al pago del daño, el cliente respondió con un billete de Banco.

Cuando estaban a medios pelos, los comensales hacían apuestas extravagantes y cometían grandes locuras. Karloff, por ejemplo, ofreció ochocientos francos al conductor de una máquina de apisonar por llevarle con sus amigos desde la Maison Dorée a la Magdalena. El conde Tolstoi, menos enemigo entonces de la alegría ruidosa, se hacía notar por su animación. Las comidas eras más formales. Los gourmets acudían para saborear “la primera cocina de París”, con una puntualidad admirable. Se señalaba la mesa en que Néstor Roqueplan se sentaba hacia las siete en compañía de Val de Suzenay, de M. de Raymond y del conde de Briges.

La mesa de Aureliano Scholl tuvo también su honra de celebridad. Era la mesa redonda en la cual se sentaron Guy de Maupassant, Albert Wolff, Hebrard y Arturo Meyer.

Después de una breve vuelta del éxito durante la Exposición de 1900, la Maison Dorée se cerró.

 

 

 

Publicado en Alrededor del Mundo, 26 de mayo de 1909

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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