RESEÑAS BREVES SOBRE MAUPASSANT EN LA PRENSA DE 1913

 

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Tengo ante mi vista lo que han dicho de Paul Hervieu escritores de tan universal nombradía como Guy de Maupassant, Octave Mirbeau, Jules Lemaitre, Anatole France, Maurice Barres, Jean Jaurés, Catulle Mendès, Gustave Larroumet, Henry de Régnier, etc., y me da vergüenza añadir nada por mi cuenta. De Paul Hervieu se debe decir simplemente que es, hoy por hoy, el primer dramaturgo de Francia, y ser el primero en cualquier cosa en París, es tener asegurado un radio de acción en la literatura de su tiempo que no se logra en parte alguna del planeta.

Fragmento del artículo Paul Hervieu y su obra de Luis Morote.

El País, 3 de mayo de 1913. 


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La muerte, por ejemplo, no toma en sus obras [Ibsen] un aspecto trágico. Habla de ella con respeto; pero sin miedo. Tolstoi y Tourgenice (sic), Zola y Maupassant, confiesan sin cesar su escalofrío frente a esta inevitable conclusión. Tolstoi, el más grande de todos, escribe:

«NO veo más que una sola cosa: la muerte, y todo lo demás es mentira.»

No hay nada semejante en la actitud de Ibsen. Lo que un hombre lleva a cabo con riesgo de muerte, es la prueba concluyente de la orientación de su alma, y nombrará a la muerte «La compañera gris». Para sus héroes representa la libertad.

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Fragmento del artículo El optimismo de Ibsen, por Edivin Bjorkman, publicado en The Contemporary Review (Abril)

La Lectura. Revista de Ciencia y Artes, mayo de 1913. 


En una revista parisiense acabo de leer un estudio sobre la evolución de la parálisis general, del autor de «Sur l’eau». El clínico examina los documentos y testimonios relativos al derrumbe final del célebre cuentista.

Maupassant fue un nervioso hereditario, y desde su juventud dio señales de una degeneración psíquica artrítico-epileptiforme, que se manifestaba por jaquecas y bruscos cambios de humor en lo íntimo siempre sombrío y silencioso. A esta herencia hay que añadir las intoxicaciones originadas por el éter, la morfina, etc.

Mauricio Pillet, autor de este estudio, califica de falso el diagnóstico que Lacassagne formuló respecto de Maupassant. Su delirio de persecución es puramente gratuito. Sus alucinaciones (auditivas, principalmente) están entresacadas de un libro del propio Maupassant. Este procedimiento no me parece muy científico, que digamos. Por lo pronto, no puede calificarse de experimental. Recuerda el de Max Nordau respecto de Zola.

La obra entera de Maupassant, salvo alguno que otro volumen de sus últimos años, revela un cerebro fuerte, diferente del cerebro nebuloso del atáxico. En ella la observación se une a la claridad de un estilo sobrio y musculoso. Por otra parte, esta obra supone una labor asidua y metódica.

En la parálisis general ¿se observan tales fenómenos? Tengo para mí que no.

El doctor Pillet califica a Maupassant de neurópata, agravado por el éter y la morfina, de un pesimismos «leopardesco». Zola, al menos, dijo de la vida algo bueno, al paso que Maupassant no dejó de denigrarla. En esta desesperación latía, sin duda, una afección nerviosa profunda.

La vida no es mala ni buena, es según el color del cristal con que se mira, y este cristal está formado por nuestros nervios. ¡Cuántos en plena riqueza ven el mundo triste, y cuántos en la indigencia le ven alegre!

Eduardo Vincenti

El Imparcial, 15 de octubre de 1913. 


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Un anciano profesor mío de matemáticas, viudo tres veces y que tenía motivos para conocer el asunto, afirmaba que, si del teorema de la hipotenusa, reconocido como cierto por los matemáticos de todos los tiempo, se pudiera deducir que era lícito apoderarse de la mujer del prójimo, los solteros afirmarían su exactitud, los casados que no era cierto y los viudos que a veces sí y a veces no.

Algo parecido ocurre con las cuestiones sociales, de las cuales se deduce inmediatamente consecuencias que afectan al bolsillo o a la personalidad de los que las discuten; pero no basta esto para explicar el apasionamiento con que son discutidas, pues también otras cuestiones (a pesar de intervenir en ellas las multitudes, lo que podría ser una razón), afectan al bolsillo, y contadas veces tiene que intervenir en su resolución la fuerza armada.

A mi modo de ver, este apasionamiento procede de la ignorancia, madre de todos los fanatismos. El capital y el trabajo se desconocen mutuamente, y al encontrarse frente a frente, surge el miedo de lo no conocido, el más terrible, según Maupassant, que tan bien lo ha descrito, y el miedo inconfesado por ambas partes produce el odio, causa inmediata del apasionamiento. Esta es la triste verdad que hay que reconocer valientemente.

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Fragmento del artículo El Ingeniero Social por Joaquín Menéndez Ormaza.

Madrid Científico, año 1913. 


 

 

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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