RESEÑAS BREVES SOBRE MAUPASSANT EN LA PRENSA DE 1917

 

Diccionario Espasa

Acaba de publicarse el tomos XXXIII de la Enciclopedia Universal Ilustrada que editan los Sres. Hijos de J. Espasa, de Barcelona.

Entre los artículos contenidos en las mil quinientas páginas que forman el volumen, pueden citarse: el de Marruecos, acabado estudio del Imperio marroquí, de su geografía física, política y económica, gobierno y administración, Derecho e Historia; el de marina, profusamente ilustrado; el de Matadero, con numerosas vistas y planos, entre ellos los de los mataderos de Fulda, Madrid, Reims, Dusseldorf, Angers, Leipzig, Liniers, La Villete, La Mouche, Göteberg y Santiago de Chile; el de Matrimonio, que ocupa ciento treinta y cinco páginas; y los de Maternidad, Mecánica, etc.

Innumerables son las biografías, con los retratos de los biografiados, descollando entre ellas las de mariana, Marina, papas y reyes Martín, Martos, cardenales Massaia, Mazarino y Martin de Herrera, y las de Massenet, Mauser, Maupassant, Maura, etc.

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Fragmento

La Moda Elegante, 14 de marzo de 1917. 


Henos ante el maestro de periodistas. Ante el verdadero maestro de periodistas. Son muchos los llamados y pocos los elegidos. Muchos son los llamados maestros de periodistas, y ¿cuán pocos son maestros de periodistas!

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Ortega Munilla pertenece a aquella recia falange de periodistas, cuyos nombres saludamos con veneración: los de Mellado, los Fernan-Flor, los Vicenti, bajo cuyos auspicios brotaron los gérmenes del periodismo moderno, y en cuyas manos radicó un día todo el movimiento cultural de España.

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– ¿Que autores son sus predilectos?

– De los españoles, Cervantes y Quevedo, entre otros muchos. De los extranjeros, Balzac, Stendhal y Victor Hugo en Francia y Shakespeare y Dickens en Inglaterra. A Balzac le leo mucho. También me agradan sobremanera Mauricio Barres y Maupassant.

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Fragmento de una entrevista con Ortega Munilla

La Nación, 7 de junio de 1917. 


[...]

Y, por otra parte, la literatura no hace sino reproducir las realidades del ambiente. No es por ello inmoral, como pretendía Brunetière, refiriendo su opinión al Arte, en cuanto es un reflejo de la Naturaleza. Es, acaso, amoral. Los degenerados que nos muestra no son engendros fantásticos. Viven la vida actual; muchos vivieron siempre y vivirán: pertenecen a una especie cuya extinción ni siquiera sospechamos.

Y los vicios que el teatro y la novela pintan, y la moral monstruosa de sus personajes; y los conceptos erróneos que fundamentan su lógica, son los vicios, la moral y los conceptos de la hora en que actuamos.

No es la literatura la que ejerce influencia modeladora sobre las costumbres. Guy de Maupassant lo ha dicho: «Los libros son indicadores de nuestro estado moral, como las flores son anuncio de la primavera. Decir que los libros hacen las costumbres, equivaldría a asegurar que son las flores quienes determinan la aparición de la primavera». Es innegable, sin embargo, que la literatura vigoriza las tendencias. Cuando es elevada y noble, hace mejores a los buenos. Cuando se complace en la pintura de lo abyecto y de lo feo, no para vituperarlo sino para embellecerlo, hace peores a los malos, Y es para los viciosos un estímulo; y acentúa la neurosis; y favorece las inclinaciones perversas.

Fragmento del artículo La literatura y el delito pasional, por Eusebio Gómez.

Caras y Caretas, 18 de agosto de 1917. 


 Libros de actualidad:

Campoamor, «El tren expreso»

Feydeau, «El revisor de los coches-camas»

Maupassant, «El jefe de estación»

Dicenta, «De tren a tren»

El Día, 11 de agosto de 1917. 


 Desde el principio de la guerra se viene hablando de la evolución de Francia hacia el Catolicismo y hacia las ideas políticas, filosóficas, científicas y literarias que se fundan en el Catolicismo, o al menos en bases análogas a esta doctrina religiosa.

Monseñor Baudrillart, en una conferencia que dio en el Instituto Francés de Madrid en Abril de 1916, habló de la reacción que se ha operado en Francia a favor de los católicos, y ahí están, por otra parte, todas las publicaciones de la casa Bloud y Gay y del Comité de propaganda católica, las cuales demuestran la vida intensa, próspera y fecunda del Catolicismo en Francia.

Los maestros del pensamiento francés, los literatos y novelistas más leídos en Francia, no son ya los positivistas como Augusto Comte, Littré, Taine, Renan, ni los eclécticos al estilo de Cousin, ni los corifeos del naturalismo, como Zola, Maupassant y demás cofrades de la escuela de Médan, inspirados todos ellos, más o menos, en el materialismo.

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Fragmento del artículo La Evolución en Francia por Luís Araujo Costa.

La Época, 27 de agosto de 1917. 


Job Steinen es uno de los jóvenes maestros de la literatura neerlandesa. Nació en el año 1876 en Gouda (Holanda), y bien pronto empezó a publicar cuentos y artículos en los periódicos, abandonando el comercio, donde sus padres lo emplearon a los diez y seis años. Su primer libro fue Proletariers (Proletarios), donde relataba episodios de gentes humildes, con la sobriedad y la concisión penetrante de un Gorki. A este libro sucedió una novela de tesis titulada Maadlijkbeic. No tiene esta novela la importancia literaria y psicológica que Goed en Kwand (El bien y el mal), que es la última publicación y en la que se aprecian las excepcionales dotes de novelista que posee Job Steinen.

Sin embargo, lo más característico de Job Steinen son los cuentos cortos que desarrollan, como El Piloto, casos de inquietud, de angustia interior, a lo Maupassant, y que han dado lugar a seres de narraciones cortas tan interesantes como Van het Menschenspel (La Comedia humana), Verbijsterded (Deslumbrados), y Grillige Histories (Historias extrañas). Como cronista, es colaborador asiduo de las revistas De Nieuwe Gids, Grood Nederland y otras.

Y fundó, en unión de Pieter Vander Meer, neoromántico como él, frente al realismo de la joven literatura holandesa, otras dos revistas de índole puramente literaria, que tuvieron efímera vida.

Prólogo al cuento de Job Steinen, El Piloto.

Caras y caretas, 6 de octubre de 1917. 


 No se dirá que Cervantes no conoció el Mediterráneo. En tales aguas sufrió su gloriosa manquedad, y en tales padeció su cautiverio. Sin embargo, pone en los arrabales de Sevilla y en las almadrabas de Conil la escuela de la picardía, la cátedra de los truhanes, la universidad del libertinaje. Acaso la picaresca del Mediterráneo pareciérale falta de carácter nacional, falta de color loca, como decíamos los naturalistas cuando Zola andaba por el mundo y Maupassant no se había vuelto loco todavía. Dijéramos mejor que la picaresca del Mediterráneo es toda una y toda lo mismo, en los grandes puertos y en las ensenadas, refugios de pescadores; en una y otra orilla; en los pueblos católicos, en los cismáticos  en los musulmanes; en las latitudes meridionales como Málaga y Nápoles, y en el fondo de sus grandes golfos, como Marsella y Venecia.

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Fragmento del artículo La Picaresca Mediterránea por Martín Ávila.

La Esfera, 20 de octubre de 1917. 


Bola de Sebo

Hasta el otro mundo ha  saltado una botella de champagne. Esto era Antoinette, la poupée que llegó a España a lomos de un caballito del tapete verde, la diablesa con el cuerpo en pecado mortal y en pecado venial el alma. Tantas veces se dijo que el espíritu de Antoinette semejaba una mariposa, que se ha posado en el violín de los tziganes, en la montera de un espada, en el anillo heráldico de un duque y hasta en la pipa de un poeta; tanto se habló de ese papillón, que el Guadarrama ha querido prenderlo con uno de sus soplos, comparable a un alfilerazo, a la manera de los entomólogos. Los bucles rubios, las pupilas del azul de la porcelana, la boca escarlata, están mustios con la marchitez blanda y ennegrecida de las margaritas segadas. Al lado del ataúd reza una hermana de la Caridad, y Charito, una cordobesa digna como la luna de su país de embrujar los nocturnos del califato, llora con el desbordamiento de las plañideras orientales.

Antoinette no se olvidó de hacer su testamento. Comienza así el pliego que había en un sobre color de rosa: «Yo no soy francesa, como todos creen. Salí de París al comenzar la guerra. Soy alemana, y oculté aquí mi nacionalidad por temor a que España interviniese de parte de los aliados, y porque en mi vida favorece la etiqueta del bulevar. Tengo ahorrados veinte mil francos. Quiero que se entreguen a mi patria...»

Desde la inmortalidad de Maupassant, la señorita Bola de Sebo, aquella que hubo de sacrificarse a la codicia de un oficial prusiano para que el tiranuelo dejase pasar la diligencia en que iban la pobre pecadora y unos burgueses, sonríe a la infeliz Antoinette, botella de champagne llena de vida del Rhin.

Federico García Sanchiz

El Imparcial, 21 de diciembre de 1917 


 

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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