RESEÑAS BREVES SOBRE MAUPASSANT EN LA PRENSA DE 1921.

 

Cuando le dije que el primer libro que yo hube leído fue «Los hermanos Zanganno», se encolerizó de veras. ¿Lo ve usted? Una novela estúpida. Es eso lo que le ha echado a usted a perder. Los franceses tienen tres escritores: Stendahl, Balzac y Flaubert, y si usted quiere, acaso Maupassant, aunque Chejov, valga más que él. Los Goncourt son solo clownes que tienen la pretensión de ser serios. Habían estudiado la vida en libros que escribieron los inventores de su género, y creían hacer obra legítima. Pero no hay quien pueda sacar provecho de ella.

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Fragmento de la obra Recuerdos de Tolstoi, por Máximo Gorki.

España, 29 de enero de 1921. 


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Kikoutchi explicó por qué los japoneses conocen algunos autores franceses e ignoran a otros en absoluto, como Balzac, Renan, Flaubert y Taine.

«Conocemos–dijo– a Dumas, Maupassant y Zola y no a los otros, porque aquéllos han sido traducidos al japonés y los demás no. Estas obras francesas nos fueron dadas como los mejores productos de la literatura de Francia. Nosotros las aceptamos, las estudiamos, y en ellas nos hemos inspirado, así como hemos examinado con vivo interés a otros autores extranjeros.

» Las doctrinas de Maupassant, que, por fortuna, no soy sólo en combatir, han ejercido una gran influencia sobre nuestros «naturalistas». También Ibsen y Gogol tienen partidarios convencidos. Así se han formado dos grupos importantes en derredor del uno y de los otros.»

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Fragmento del artículo La Literatura en el Japón por Leon Faraut

Cosmópolis, mayo de 1921 


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En casa de Heredia fue donde Regnier encontró a Leconte de Lisle.

Una noche – según cuenta el mismo Regnier – conoció en esta misma reunión a Guy de Maupassant, que ya sufría alucinaciones, reveladores de su próxima locura. El genial novelista contaba a todos que por las noches oía ruidos fantásticos en su vivienda.

Maupassant – dice Regnier – tenía un aspecto vulgar. Todos los días se encuentran hombres de su mismo tipo entre los cobradores de los tranvías.

Regnier ha sido injusto y hasta brutal con el célebre novelista. Sólo en el campo de la literatura pueden encontrarse antipatías y errores llevados a tal extremo de exageración. Cuando murió Maupassant, el poeta Regnier dijo fríamente:

 

Los viajantes de comercio están de luto. Ya no sabrán a quien leer.

 

No insistimos en estas miserias de la vida literaria. Los odios entre autores, así como las críticas feroces, resultan siempre inútiles. El público es el que dice siempre la última palabra. Maupassant será siempre Maupassant, y Henri de Regnier, gran poeta y excelente novelista, no tiene todavía un libro destinado a vivir lo que vivirán las novelas y cuentos escritos, según él, para los viajantes de comercio.

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Fragmento del estudio sobre Henri de Regnier por Vicente Blasco Ibáñez.

Cuba Contemporánea, junio de 1921. 


La batalla sentimental

Otro de esos choques espirituales entre el materialismo utilitario americano y la rigidez nobiliaria europea nos presenta Alberto Insúa en su última novela, La batalla sentimental. Es la lucha entre es rastacuerismo – con infecciones de codicia de Shyleck y bajeza faunesca – y la herencia aristocrática, al modo español, reacia todavía al baño de Pactolo de las dotes archimillonarias. En cierto modo, el asunto de esa novela renueva, atenuado, el fuerte tema de La ciudad y las sierras. Aquí el espíritu que sufre la gran crisis, bajo la ablución purificadora de los campos, es ella. Por un momento, Cristiana, la protagonista, cuyas viciosas herencias se han traducido por la cleptomanía (como en la heroína de Bernstein), parece renovar un cuento de Maupassant; las perlas de su collar, que su marido creía falsos, resultan legítimas; pero su precio no ha sido el amor, como en Maupassant, sino el hurto... Y el marido, por un egoísmo bien comprensible, prefiere ese crimen al otro, que acaso, objetivamente, no tuviera tanta gravedad ni ahondara tanto en la naturaleza moral de la que o comete... No deja de haber aquí una singular revelación de nuestra ética social.

El Imparcial 24 de julio de 1921. 


La escuela futurista ha tenido en Portugal un valioso representante en el malogrado escritor y poeta Mario de Sa Carneiro. Temperamento impresionable, de exquisita sensibilidad, apasionado de las nuevas formas de la belleza, Mario de Sa Carneiro, vivió atormentado por las ansias del ideal. Sus producciones, en las que aparece como víctima de esa extraña impresión de conocer su doble, que se encuentra en El Horla de Maupassant, fueron recibidas en su país con esa resistencia que el clasicismo opone siempre a todos los innovadores, y hoy están agotadas todas las ediciones, que se buscan ansiosamente, sobre todo por una gran mayoría de las nuevas generaciones románticas.

Mario de Sa Carneiro puso fin a su vida en edad juvenil, suicidándose en París a impulso de la ansiedad y el malestar que le causaban el no poder realizar la belleza y elevar su arte del modo que él lo soñaba. En lucha su inteligencia con la impotencia para crear, Mario de Sa Carneiro prefirió la muerte al vencimiento.

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Fragmento del artículo El futurista Mario de Sa Carneiro, por Carmen de Burgos (Colombine)

Cosmópolis, septiembre de 1921. 


El préstamo de la difunta por Blasco Ibáñez.

Un nuevo libro de Blasco Ibáñez: El préstamo de la difunta. Es una colección de novelas cortas, género fomentado ahora por la abundancia de publicaciones periódicas, dedicadas a ofrecer al público esta clase de lectura.

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Contiene trece o catorce novelitas (catorce si incluimos en ellas la amena refutación de la fábula de la cigarra y la hormiga, con que termina el volumen).

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Entre las novelas breves reunidas en el volumen de que estoy hablando, El préstamo de la difunta y Las plumas del caburé me parecen las mejores. Hallará en ellas el lector el cálido colorido de las hermosas novelas valencianas de la huerta, que dieron a Blasco los primeros indiscutibles laureles; aquella feliz interpretación de caracteres primitivos y aquel sobrio sentido trágico, que en más amplio cuadro admiramos en La barraca y en Cañas y barro. En estas novelitas, el fondo y los personajes son hispanoamericanos; pero Blasco, gran pintor de medios sociales y de paisajes, parece habérselos asimilado por completo. Tras ellas colocaría a La loca de la casa, episodio de la Gran Guerra, impregnado de una amable ironía, al estilo de Anatolio France. El beso parece una nueva versión, menos cruda, del tema de Boule de suif, de Guy de Maupassant

Fragmento del artículo El préstamos de la difunta por Blasco Ibáñez, firmado por ANDRENIO.

La Época, 9 de septiembre de 1921 


Espectáculos para mañana

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Real Cinema y Príncipe Alfonso.– (Empresa Sagarra).– 5 tarde y 10 noche.– Un día libre de Ambrosio (muy cómica).–Éxito: Los jinetes rojos (episodio final) – Marruecos (suplemento núm 13). El asistente (según la célebre obra de Guy Maupassant)...¡Esas pícaras mujeres! (por el célebre Salus)

La Época, 9 de diciembre de 1921. 


El centenario del nacimiento de Flaubert ha sugerido en España escasísimas alusiones a la obra y la figura del autor de «Madame Bovary». Esto viene a corroborar mi antigua opinión de que Flaubert es casi desconocido en España. Es, sin duda, de todos los grandes maestros de la novela francesa, el que menos ha tentado a los traductores. Su discípulo Maupassant ha tenido más suerte: casi todas sus novelas pueden leerse en el castellano convencional de las traducciones.

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Fragmento del artículo España y Flaubert, por Alberto Insua

La Correspondencia de España, 28 de diciembre de 1921 


 

 

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos González para

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