El defensor de Córdoba, 6 de junio de 1900

LA INFANCIA DE MAUPASSANT

 

De Mlle. de Murray, criolla de la isla de Borbón, de maravillosa belleza, y de Mr. Luis de Maupassant[1], nació el escritor cuyo nombre encabeza estos renglones, en 5 de agosto de 1850.

Guy de Maupassant fue dichoso como todos los niños, y quizá más que el resto de los niños.

Pero pronto o tarde se sufre irremisiblemente, y cuando el dolor se apoderó de la vida de Guy, sabido es que lo hizo con encarnizamiento.

Madame de Maupassant aprovechaba todas las ocasiones para educar e instruir a su hijo.

El mar, próximo a Étretat, como el vuelo de una mosca, eran motivo de una lección de cosas que la madre hacía entrar en la adorada cabecita de Guy.

Después del “día blanco” de la primera comunión, Guy hubo de ser sometido a un examen de catecismo para ser confirmado.

Hay que advertir que sus ideas en este punto no eran muy firmes; pero no por eso se arredró.

Cuando su madre le preguntó: – ¿Qué has dicho a Monseñor? – él contestó tranquilamente:

–Pues le he dicho que el catecismo de París no es exactamente igual al de Rouen, y que yo solo sé el primero.

La emoción literaria con que se agitó por vez primera el espíritu de Guy, fue la producida par la lectura de Macbeth.

Tal lectura le hizo comprender el don que tiene el genio de evocar otros seres, otras generaciones, y de hacer eterno un pensamiento, como si fuese nacido del cerebro de la humanidad entera.

Al observar la madre las disposiciones del hijo y su exquisita sensibilidad, pensó que sería escritor, y le cultivó en este sentido, como se cuidan las plantas delicadas en la cálida serre[2].

Cierto día se dispuso una partida de pesca, de la que formaba parte Guy.

Su madre, entregando las provisiones a uno de los pescadores, dijo:

–Carlos llevará la cesta de la merienda[3].

Las mejillas de Carlos se encendieron. Se le trataba como aun doméstico a él, acostumbrado a dominar al mar mismo.

Guy de Maupassant comprendió, y salvando la dificultad, añadió sonriendo:

–Ciertamente madre. Llevaremos la cesta un rato cada uno. Yo empiezo.

Y enlazando el asa de la cesta con su brazo, se encaminó a la playa.

Su espíritu delicado era, asimismo, alegre y bromista.

En un carnaval, disfrazado de mujer, hizo creer a cierta pudibunda dama inglesa, que venía de Noumea en compañía de dos doncellas.

–¿Y no tiene usted miedo de viajar así? – preguntó la lady.

–No, señora. Porque me acompaña un coracero con unos bigotes así de grandes…

–¡Aho! ¡Schocking! – dijo la anciana.

En otra ocasión hizo creer a varios parisienses que las barcas depositadas tierra adentro por los pescadores, eran llevadas allí por el mar, que cubría todo Etretat de cuando en cuando.

 

Terminados sus estudios, pasó Guy a Paris y obtuvo un destino en el ministerio de Marina, y luego otro en el de Instrucción pública, como secretario de monsieur Bardoux.

Como literato, su maestro fue Flaubert, bajo cuya dirección hizo los primeros ensayos.

Estos satisfacían tanto a la madre, que preguntó a Flaubert:

–¿No es hora ya de que abandone el empleo por las letras?

–Es pronto– dijo el autor de madame Bovary. No hagamos de él un quiero-y-no-puedo.

Al fin Flaubert dio orden de publicar, y Venus rustique y Boule de suif, aparecieron.

De ésta  dijo el maestro a la madre de su discípulo:

Tu hijo está en camino de ser un gran escritor. Boule de suif me parece una maravilla.

La crónica ha inventado, hablando de Maupassant, su ser convencional, pesimista feroz, incapaz de amar a nadie, un hombre sensual y positivo.

La crónica se ha equivocado como tantas otras.

Guy renunció a un viaje proyectado con Huysman por no abandonar a su madre.

Esta aconsejaba en ciertas ocasiones a su hijo que modificara algo en sus obras. Primero discutía; pero al otro día confesaba a su madre haberse equivocado, y seguía su consejo.

Durante una estancia de Guy en Etretat, su jardinero le hizo servir por una hija, preciosa criatura de diez y ocho años.

Advertido el jardinero, por un vecino, acerca de la inconveniencia del hecho, respondió aquél:

–Conozco a Mr. Guy. Una doncella es tan respetada en su casa como en la de su propia madre[4].

Esta opinión del jardinero era absolutamente exacta.

Guy no se batía en duelo de amor sino con adversarios conscientes y libres.

Por otra parte profesaba, como Flaubert y como Dumas hijo, un profundo desprecio por la mujer.

De Guy es esta salida:

–No cedo yo una trucha salmonada por la bella Elena en persona.

Cuando fue célebre y se vio asediado literalmente por las evadidas del matrimonio, su odio por la mujer creció extraordinariamente.

Pero en el fondo de este desprecio se nota a menudo la pena de no haber hallado el amor verdadero en ninguna parte. Guy vivía meses enteros obsesionado por la idea de un libro, que no veía la luz, ni aun sobre las cuartillas, sino cuando se hallaba totalmente construido en su cerebro.

Trabajaba todas las mañanas, desde las siete al mediodía.

El fin trágico de Maupassant sorprendió a cuantos conocían su robustez física y moral.

Guy de Maupassant murió cuando se cerraron tras de él las puertas del manicomio.

 

Publicado en El Defensor de Córdoba el 6 de junio de 1900

Digitalizado en el presente formato por José M. Ramos González, para:

http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/


 

[1] Esos eran sus abuelos paternos. Su madre era Laure Le Poittevin y su padre Gustave de Maupassant. (Nota de José M. Ramos)

[2] serre.- Invernadero (Nota de José M. Ramos)

[3] Biografos reputados asignan esta anécdota a la madre de uno de los amigos de Maupassant que también participaba en dicha excursión, no a la madre de Guy. (Nota de J.M. Ramos)

[4] Esta anécdota, probablemente apócrifa, no figura en ninguna de las múltiples de Guy de Maupassant a las que hemos tenido acceso. (Nota de José M. Ramos)