El Dia (Alicante), el 6 de septiembre de 1928.

ELOGIO DE LOS ENEMIGOS

 

 

Desobedeciendo el consejo de uno de nuestros más excelente amigos (y conste que esto de «amigo» va aquí sin pizca de mala intención), hemos vuelto a leer estos días de reposo las «Memoires de Maupassant», escritas en un encantador estilo familiar por su ayuda de cámara, «François», como él firma modestamente. Hay muchos de mis amigos que insisten en aconsejarme que no lea a Maupassant, porque, dicen ellos, el excelente escritor francés ha de ejercer una influencia perjudicial en mi temperamento nervioso. Pero yo no les creo ni les obedezco. Sigo leyendo casi a diario, aunque sea robando horas a mis sueño, algunos de sus cuentos incomparables. Como es natural, el cariño y la admiración que se experimenta por un hombre extraordinario nos lleva de la mano a interesarnos por su vida. Y, ¡oh, la vida horrorosamente atormentada de casi todos los artistas excelentes y sublimes! Diríase que la vida tiene un secreto instinto de odio hacia todo lo bueno, hacia todo lo bello que pueda florecer en la almas superiores, en las almas mejores… y que se complaciera en humillar, en atormentar y en escarnecer a los seres que sobresalen o se elevan… Las últimas páginas de las «Memories de Maupassant» luego de verlo muerto en el manicomio, donde su pensamiento luminoso se había extinguido ya mucho antes, me han recordado la vida atormentada de otros poetas, de otros pensadores… y he visto con los ojos de la imaginación al delicadísimo Verlaine, huyendo perseguido por sus enemigos hasta las afueras de Lielle, donde intentara establecer el «verger» que acabó de arruinarle, y luego, enfermo y pobre, extinguiéndose en un fementido lecho de hospital… her recordado a Baudelaire, cuando escribía a su madre aquellas cartas patéticas que nos ha dado a conocer Jacques Boupart: «¡Madre, ¿por qué ha querido un destino brutal que yo nazca, para sufrir de este modo?..¡Yo maldigo la vida con todas las fuerzas de mi corazón!»; he recordado a Zola «haciendo el árabe», como dice Paul Alexis que se llamaba Zola a sí mismo, siempre que la miseria obligaba a su «amiga» a empeñarle el único traje, y él permanecía acostado semanas enteras… Y perdiéndome en la lejanías de la Historia, he recordado a Servet, achicharrado en una hoguera; a Ney, «le brave des braves», fusilado por orden del mismo Napoleón después de haberle ganado al «Empéreur» cincuenta batallas; y he visto a Beethoven en su buhardilla de Viena, y a Víctor Hugo huyendo a Inglaterra, y a Cervantes, escribiendo bajo el rayo de luz de la ventana de una cárcel, el libro de los libros… Y he apretado los dientes y los puños, y una sola palabra, una sola, ha salido silbando de mis labios: ¡Ah, vulgo, vulgo!...

Sin embargo, yo soy de los que creen que la labor de los enemigos no es una labor negativa, como ellos se figuran. Todo hombre que se salga de la vulgaridad, tiene un enemigo en cada hombre. Eso fue lo que inspiró a Víctor Hugo su famosa frase de que «solo se arrojan piedras contra el árbol que carga frutos de oro». El insigne Schopenhauer, cuando se veía mofado y burlado por la canalla dijo que «el valor de un hombre se mide por el número de sus enemigos». El odio y la envidia han sido los que han movido el brazo de los hombres más grandes para producir sus obras excelentes, porque en la miseria, en el abandono, en la tristeza de verse solos y rechazados y mofados, han podido contemplar las lamentables cimas del corazón humano…, y porque solo el dolor da a las almas verdad… ¡y la verdad, bien vale la Miseria…!

Sí, benditos sean nuestros enemigos, lo que no nos quieren, los que hablan de nosotros; los que nos odian hasta la muerte y hasta la locura… porque sin saberlo, van haciendo que brillen nuestras buenas cualidades, y que seamos mirados y envidiados por todos… Ellos son el yunque de las almas fuertes, el espejo donde se pueden contemplar todas las miserias y a la vez todas las verdades, que nos harían volver la cara, si no pudiéramos pensar que esos enemigos, pequeños e invisibles forman parte también de nuestra fuerza, y son el acicate de muchas de nuestras pasiones… Porque esos enemigos son los que nos hacen que nos esforcemos en elevarnos un poco más que el vulgo y que digamos a nuestra alma en esos instantes en que todo hombre se encuentra frente a frente con su conciencia: «¡Sufre, sufre!... ¡Qué caiga sobre ti el dolor, como la lluvia de mayo cae sobre los campos!... ¡Si hay belleza en ti, si hay semilla de ideal, fructificará algún día! ¡Y será en ese día y en ese momento, en que, como dijo Maeterlink, «toda tu alma surja del fondo del dolor como agua pura y viva!...» 

ANTONIO GUARDIOLA

 

Publicado en El Dia (Alicante), el 6 de septiembre de 1928.

 

Digitalizado en el presente formato por José M. Ramos González para,

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