Diario Oficial de Avisos de Madrid, 12 de abril de 1884

 

UN EPISODIO
(La madre coraje)

 

El siguiente episodio de la guerra de 1870, que no tiene ningún punto de contacto con la invasión de 1808, sirve de asunto a Maupassant para entonar un himno al valor de una mujer, cuya resolución no ha sido más que pálido reflejo de los actos de heroísmo verificados hace setenta y seis años en cada ciudad, en cada villa, en cada aldea de nuestro territorio.

En el pueblo de Vileroque vivía la viuda Simón, cuyo marido había sido muerto por los gendarmes.

Al declararse la guerra, el hijo de la viuda, que entonces contaba 33 años, alistose y partió, dejando sola a su madre, mujer de ánimo esforzado, que de igual manera se aventuraba entre las nieves que disparaba el fusil contra los lobos, muy numerosos en la comarca.

Un día llegaron los alemanes, y la viuda Simón tuvo que dar alojamiento a cuatro. Eran cuatro jóvenes, blancos, rubios, de ojos azules, que desde los primeros instantes colmaron a su patrona de tiernas solicitudes, demostrándola así que, aunque conquistadores, nada tenía que temer por su parte. La ayudaban con verdadero interés en los quehaceres domésticos, y al verlos por primera vez, cualquiera diría que, más que sus huéspedes, eran sus hijos cariñosos.

Pero ella no pensaba más que en el suyo; muchas veces preguntaba a sus cuatro alojados:

– ¿Sabéis si ha partido el regimiento número 23? Mi hijo sirve en él.

Entonces los jóvenes alemanes, a quienes no se ocultaba el dolor de la viuda, la colmaban de obsequios, a que ella correspondía con igual cariño. Este mutuo afecto llegó a ser motivo de todas las conversaciones. En el país decían, refiriéndose  a los alemanes:

–He ahí cuatro que han encontrado su casa.

 

***

 

Así transcurrieron muchos días.

Una mañana recibió la viuda una carta, en la cual le participaban que su hijo había muerto en la guerra. La terrible noticia la produjo impresión tan penosa, que por el pronto no lloró. Durante algunos minutos quedó inmóvil, como petrificada, casi sin aliento; después las lágrimas inundaron sus mejillas. Mil pensamientos dolorosos acudieron a su mente: representábase a su marido muerto por los gendarmes, con el cráneo destrozado, los ojos abiertos, el rostro lleno de sangre, y a su hijo partido por una bala de cañón en dos pedazos.

Cuando empezaba a sentir con toda intensidad el más insoportable de los dolores, el dolor de esposa y madre, llegan los cuatro jóvenes prusianos, alegres y cariñosos, como de costumbre.

Entonces ella guardó la carta en el bolsillo y se dispuso a preparar el almuerzo. Más tarde se sentaron a la mesa; pero la viuda no les acompañó, como solía, sino que permaneció a su lado sin pronunciar palabra, madurando la idea que pensaba realizar.

–Hace un mes que estáis en mi casa y ni aun sé vuestros nombres.

Ellos comprendieron, no sin trabajo, lo que les quería decir, y accedieron a sus deseos; pero no satisfecha la viuda, les hizo escribir en un papel el nombre de sus padres y el punto donde residían.

Al terminar la comida les dijo que iba a ocuparse en su servicio, llenando de heno el granero donde dormían, a fin de preservarles del frío durante la noche.

Al llegar la hora de acostarse, los confiados jóvenes subieron la escalera y se entregaron al sueño.

Una hora más tarde, la casa estaba convertido en un vasto incendio; las maderas calcinadas hundíanse con estrépito; la capa de nieve que cubría la campiña tomaba a la vista aspecto fantástico; las campanas tocaban a fuego, y de todas partes acudían gentes dispuestas a disminuir en lo posible los efectos de la catástrofe.

La viuda, entretanto, contemplaba aquella escena apoyada en el tronco de un árbol.

– ¿Y vuestros soldados? – la preguntó un Oficial alemán que hablaba el francés, señalando al inmediata hoguera.

– ¡Allí dentro!

– ¿Quién ha prendido fuego?

– ¡Yo! –contestó la viuda.

Al principio no dieron crédito a sus palabras; pero bien pronto las cartas encontradas en su poder demostraron por modo evidente su exactitud. Antes de ser fusilada por los prusianos, dijo al Oficial:

–No os olvidéis de escribir a sus padres participándoles que he sido yo, Victoria Simón. ¡No os olvidéis!

 

 

Publicado en El Diario Oficial de Avisos de Madrid, sábado 12 de abril de 1884.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por José M. Ramos para

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