Eco de Galicia, 27 de noviembre de 1894
PÁGINAS PÓSTUMAS
De todos es conocida la triste historia de Guy de
Maupassant, y no puede menos de sentirse sincera compasión al recordar al
escritor ilustre envuelto en las negras sombras de la demencia, cuando se
hallaba en toda la plenitud de su extraordinario talento.
Verdad es que no hay que extrañarse, pues, según afirma el médico de Locura o
santidad con la brillante expresión de pensamiento propia de Echegaray: «Si la
cuerda cuanto más tensa da sonidos más agudos, también con mayor facilidad se
rompe, y al romperse, a la divina nota sucede un eterno silencio. Mientras el
cerebro se agita en sublimes espasmos, la locura acecha.»
La Revue de Paris anuncia en su último número que ha
adquirido el derecho a la publicación de las últimas novelas de aquel
desgraciado escritor L’Ame etrangére y L’Angelus, cuyo desarrollo vino a cortar
la muerte apenas comenzadas.
A continuación inserta la revista las páginas escritas
de la primera de las citadas obras, a propósito de las cuales, Paul Bourget, el
tan correcto y elegante escritor como profundo novelista, ha escrito en Le
Figaro un notabilísimo artículo, del que entresacamos los siguientes párrafos:
«L’Ame étrangére es el título de un fragmento póstumo de Guy de Maupassant, que
acaba de ser publicado: las 20 páginas primeras de una novela interrumpida;
apenas una exposición. Y estas 20 páginas bastan, sin embargo, para `producir en
el lector una sensación de intensa realidad; ese estremecimiento de vida que fue
don incomparable del desgraciado y gran escritor.
Las salas del Casino de un establecimiento balneario,
el de Aix, en Saboya, aparecen ante el lector, que ya las cuatro mesas de juego,
que escucha el ruido de los luises, un ligero ruido de corriente de oro, una
corriente de luises que ruedan sobre los cuatro tapetes.
Dos parisienses charlan aparte. No han cambiado veinte respuestas y ya conocéis
su carácter. Uno de los dos cuanta su historia, unas relaciones en el demi monde
y una rotura, y todo el sabor de aquella pasión (esa dulzura y esa amargura
especial de cada amor) se percibe distintamente.
Una multitud empieza a invadir los salones. Mujeres del gran mundo de todos los
países, una americana, una marquesa italiana, una inglesa, una rumana. Algunas
palabras y las conoceréis, iba a decir, las reconoceréis a todas. El mundo
cosmopolita aparece en toda su complejidad, los ojos de estas mujeres os miran;
ojos azules del Norte, con toda la frialdad de un cielo nublado; ojos negros del
Mediodía, ardiendo como su sol; ojos del Oriente, voluptuosos e impenetrables.
Oís suspiros, voces; adivináis costumbres, asperezas, ternuras. Un drama
apasionado va a empezar… y después nada. El destino ha hecho caer la pluma de
las manos del novelista: la obra maestra de tal modo empezada se interrumpe
bruscamente.
***
Al cerrar la entrega de la revista la tristeza oprime
el corazón; es la tristeza que se apodera del artista en Italia, al ver sobre el
muro descascarillado de un viejo claustro desmoronarse un fresco y desvanecerse,
borrarse, devorado por el tiempo, el sueño de suprema belleza acariciado por el
pintor.
Muchos de aquellos artistas, sin embargo, tuvieron la alegría de ver su sueño
realizado. Las formas que vivían en su pensamiento han tomado cuerpo ante sus
ojos.
Pero haber tenido estas formas ante su mirada interior
y no haberlas podido evocar; haber sentido como se les arrastraba consigo en la
noche eterna, y que jamás, jamás se sensibilizarían fuera, es una agonía
intelectual en la agonía física.
Este es el tormento que Maupassant ha debido sufrir;
por él, sin duda, no cesaba de preguntar en el último año de su vida por un
manuscrito que decía le habían robado.
¡Qué novela es más patética que esta historia, que este
repentino amontonamiento de sombras sobre imágenes que se borran, que se
escurre, que se abisman en un cerebro incapaz ya de evocarlos de nuevo! Y, sin
embargo, están allí, las siente dentro de sí, las llama, las persigue y no las
encuentra, y experimenta entonces el alma, a la vez lúcida y demente, accesos de
una desesperación en que no me atrevo a pensar…
……………………
Nada más que con este título L’Ame étrangère, se
adivina que Maupassant quería mostrar todo lo que existe tristemente inevitable
en el choque de razas.
Dos seres atraídos el uno hacia el otro con todo el
frenesí de la pasión, queriéndose, adorándose, y siempre entre los dos y siempre
viva esa fuerza implacable de la herencia que hace que las mismas palabras
pronunciadas por dos bocas que se buscan no tengan el mismo sentido,
estableciéndose siempre una mala inteligencia invencible entre un hombre y una
mujer venidos de distintos extremos del mundo histórico, fisiológico.»
Paul Bourget, termina su artículo reclamando para el
autor de tantos y tantas obras notables un monumento que, al par de honrar su
memoria, sirva para demostrar el cariñoso recuerdo que de él conservan sus
numerosos lectores.
Publicado en El Eco de Galicia, el 27 de noviembre de 1894.
Fuente y propiedad: Galiciana Digital
Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para
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