El Motin, 18 de noviembre de 1909

 

ESCUELA CON DIOS

 

I

 

Salón elegantísimo. La marquesa de San Pol sentada ante el piano destroza un vals Boston. Es rubia, algo gruesa, rostro ajado, aunque bastante atractiva todavía. Son las tres de la tarde. Entra una doncella.

–Señora...

–¿Qué pasa?

–Me parece que he visto pararse a la puerta el coche de la señora de Verdier. ¿Recibe a la señora?

–A Purita, siempre, ¡no faltaba más! Me parece que ha sonado el timbre. Anda, y condúcela aquí por la galería.

Entra la señora de Verdier, morena, alta, delgada, ojos de fuego, sonrisa picaresca y voz melosa.

La marquesa sale a su encuentro: se besan.

–¿Pero, hija, dónde te metes? Hace más de quince días que no te he visto por ninguna parte. Ni estuviste el primer viernes en San José, ni fuiste a la junto de los Talleres Josefinos, ni asististe a la comunión reparadora de las Calatravas. Pregunté al padre Salmón por ti, y ¡nada! tampoco te había visto. Como sabes lo gracioso que es, me dijo: «Marquesa, los liberarles están en el poder, y Purita es oportunista.»... Me hizo una gracia...

–¡Ay, amiga mía; no sabes el trajín que he tenido estos días! Me había propuesto realizar una cosa, y no he parado hasta conseguirla. Por eso no me has visto en ninguna parte, ni en nuestras obras piadosas habituales, aunque piadosa y muy santa es la obra que yo he llevado a cabo. Cuando lo sepa el padre Salmón me felicitará.

–Me tienes en ascuas; cuenta... Pero antes de todo, ¿quieres una taza de té?...

–Es pronto todavía; gracias.

–Pues soy toda oídos, Purita.

–Bueno. Ya sabes que Verdier ha sido siempre opuesto a los colegios, de los que tenía una idea disparatada y un concepto bastante deplorable... Cosas que le metió en la cabeza su tío senador, que sabes era carne y uña de Sagasta... Sobre todo, a los colegios dirigidos por religiosos no los podía tragar...

–¡Qué manías! Pues tú y yo nos hemos educado con monjas, y creo que no somos ningunas perdidas.

–¡Tonterías de los hombres! Y además algo de pose liberal; porque Verdier es bueno en el fondo, y al final, reconoce lo que es justo y razonable. En fin, abreviando: ya sabes que me hizo tomar una institutriz alemana para Tinita y un profesor inglés para Conrado. Dos personas muy buenas, muy instruidas, muy amables, pero al fin dos herejes de tomo y lomo, porque ella es luterana y él metodista, o anabaptista, o qué sé yo. ¡Lo que yo he sufrido! Por supuesto que a todas mis relaciones les decía que eran católicos; ellos lo oían y callaban, por conservar el sueldo, porque esa gente es así; pero la cara se me encendía de vergüenza al ver que todas mis amigas llevaban sus hijos al Sagrado Corazón o a los Padres. ¡Lo que yo he sufrido con este par de profesores en casa! Yo, que soy tan amante de nuestra santa religión; y luego las pullas del padre Salmón y los escrúpulos de mi confesor...

–Y que las personas católicas no debemos proteger a los herejes... Además, Dios sabe lo que esas gentes habrán sido en su tierra. Porque no te fíes de informes; la Valterzo tuvo una miss que luego se supo había estado de pupila en cierta casa de Amberes. ¡Así salió la discípula! Figúrate que cosas le enseñaría.

–Sí, hija, sí; es lo que yo he dicho siempre: donde no hay religión católica no hay nada bueno.  Pero Verdier se hacía el sordo y... Ahora la gran noticia: Ninita está en las Ursulinas y Gonzalo en Bilbao con los Padres.

–Me dejas atónita. ¿Cómo te has arreglado para que Verdier...?

–Muy sencillo. Ya sabes que Moret le tenía prometido hace mucho tiempo agregarle a una embajada; precisamente el ministro de Estado actual era muy amigo de Verdier, y como sabía sus deseos le ha agregado a nuestra embajada en el Vaticano. Lo supe yo y dije esta es la mía: fui a ver a la ministra, que ya me conocía, y urdimos el complot. O los niños a un colegio católico o no hay tal agregación. ¡Qué dirían Merry y Su Santidad al tratar con diplomáticos que educan a sus hijos por herejes! El mismo ministro indicó la cosa a Verdier y cedió. Y aquí me tienes más contenta que unas pascuas, y he explicado mi eclipse. ¿Qué te parece?

–Que eres una santa y una madre modelo. ¿De modo que ahora estás solita?

–Sí, Verdier salió para Roma el sábado, y los niños hace diez días que están cada uno en su colegio. ¡Si vieras la cara que pusieron los herejes cuando les dí los pasaportes!

–De modo que ahora no tendrás necesidad de andar con tapadillos para recibir a Luisito...

–Por Dios, calle. ¡Si nos oyeran!...

 

II

 

Gabinete de la señora de Verdier. Ha pasado un año. La dama se pasea agitada, lee unos papeles, se sienta, se levanta, hace gestos de indignación. En una habitación contigua se oye el charloteo de dos jovencillos. Anochece. Un criado anuncia a la marquesa de San Pol.

 

–Que pase en seguida; pero antes diga usted a los señoritos que vayan al comedor y me esperen allí. ¿Llevó usted las cartas?

–Sí, señora.

–Está bien. Conduzca usted a la marquesa.

Entra la marquesa. Se abrazan con efusión. Purita se emociona, y sin darse cuenta se leva el pañuelo a los ojos.

–Hija, me asustas, ¿Qué pasa?

–Nada, tonterías; estaba leyendo un cuento de Maupassant, y como soy así, tan nerviosa, me ha impresionado...

–No te creo; tú me ocultas algo. Acaso Luis...

–No, no se trata de él.

–Sabes que soy una amiga leal; ábreme tu pecho.

–Se trata de mis hijos: estoy indignada. ¡Hipócritas! ¡Canallas!

–Me asustas con ese lenguaje... Pero, ¿los tienes en casa? Me parece que oigo la risa de Ninita.

–Sí; ahí están los dos. No volverán más al colegio.

–Pero, ¿estás loca? ¿Qué dirán sus profesores? ¿Y tú tan católica?

–Que digan lo que quieran; de eso se aprovechan, de nuestra timidez, de nuestro miedo al escándalo, de nuestro catolicismo... No, yo no paso por eso; seré todo lo mala que quieras, pero mis hijos antes todo que todo.

–Vaya, no te comprendo.

–Vas a comprenderme en seguida. Leerás cartas que Ninita llevaba escondidas dentro de un escapulario: son de la Hermana Flores, su profesora de Historia.

La marquesa lee en voz baja; su cara se pone encendida como la escarlata, después pálida. Frunce las cejas, hace un gesto de asco con sus labios y devuelve a la Verdier las cartas sin terminarlas.

–Hija, esto es asqueroso y repugnante. ¿Y para esto hacen voto de castidad estas gentes? Desde luego debes alejar a Ninita de este contagio. ¡Qué vergüenza! ¡Qué porquería! Guárdalas para que las vea tu esposo.

–Pues todavía hay más. El otro día pasaba yo por el jardín, donde tenemos la cochera, y veo que Antonio, el cochero, sale detrás de mi hijo corriendo y le da un latigazo.

–¿Quién es usted para faltar de este modo al señorito?– exclamé asombrada. – ¿Qué ha pasado aquí?

–Él se lo dirá a usted– respondióme el cochero con aire insolente. Y se metió en la cuadra murmurando: «Estos que se educan con los frailes creen que todos tenemos los mismos vicios.» Comprendí de lo que se trataba, y callé avergonzada y confusa. ¿Me entiendes?

–¡Demasiado! ¿Sabes lo que te digo? que vuelvas a llamar a la luterana y al metodista, que serán todo lo herejes que quieras, pero al fin son hombres y mujeres, como Dios manda.

–Es lo que yo había pensado. la escuela con Dios no me resulta. Quiero que mis hijos no estén en oposición con la naturaleza.

–Que quizás sea el verdadero Dios – añadió la marquesa sonriendo.

 

FRAY GERUNDIO

 

 

Publicado en El Motín, el 18 de noviembre de 1909

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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