El País, 18 de julio de 1887

 

De París a Heyst

 

El escritor francés Mr. Guy de Maupassant acaba de hacer una excursión aérea a bordo del globo Horla, propiedad del aeronauta Jovis, de París a Heyst.

La partida -dice – fue cosa de segundos. No se siente nada; subimos, flotamos, volamos, nos cernemos.

Ahora, a nuestros pies, París se extiende como una mancha sombría, azulada, agrietada por las calles, y de la cual se levantan, de trecho en trecho, cúpulas, torres, veletas, y luego, alrededor, el llano, la tierra cortada por los largos caminos estrechos y blancos en medio de los campos verdes, de un verde claro u oscuro; y bosques casi negros.

El Sena parece una gran serpiente arrollada, tendida, inmóvil, de la cual no se ve ni la cabeza ni la cola.

El sol, que desde abajo no veíamos, reaparece para nosotros como si de nuevo se levantase, y nuestro mismo globo se enciende en esta claridad; debe parecer un astro a los que le miren.

Nada más divertido, más delicado que la maniobra del globo. Es un juguete enorme, libre y dócil, que obedece con sorprendente sensibilidad; pero que es también, y ante todo, esclavo del viento.

Jovis señala otra ciudad a los lejos. Dominada por altos campanarios antiguos, resplandeciente, vista desde arriba, la ciudad se acerca. Discutimos ¿Es Gante? ¿Es Courtray?

Justamente en el momento en que pasamos sobre la iglesia, tan cerca que una larga cuerda que pende bajo la barquilla por poco la toca, el reloj flamenco da las tres.

Así, pues, – termina – y gracias al capitán Jovis, hemos podido en una sola noche ver desde lo alto del cielo la postura del sol, la salida de la luna y la vuelta del día, e ir desde Paría a las Bogas del Escaut a través de los aires.

 

 

 

Publicado en el País, el 28 de julio de 1887

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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