El País 23 de abril de 2009
A LA ESPERA
La relectura estas pasadas vacaciones de Maupassant, en la reciente y amplia
edición de sus cuentos en Mondadori, me hizo acordarme de un librito que versaba
sobre el escritor y del que guardaba un grato recuerdo. Se titulaba Maupassant y
'el otro' y fue publicado por Bruguera en 1983 en traducción de Gabriela Sánchez
Ferlosio. Se trataba, de alguna manera, de un libro de tesis, y en él su autor,
Alberto Savinio, defendía la existencia de dos Maupassant, uno mediocre y otro
genial, fruto el último de la posesión de que habría sido objeto el escritor por
ese otro que lo arrastró a la demencia.
La tesis resulta tópica a estas alturas y creo que
inconsistente para explicar a Maupassant, autor, es cierto, de relatos
magníficos y de otros rematadamente banales antes y después de que se le
manifestaran los efectos de la sífilis. En toda obra literaria que merezca la
pena siempre hay un otro entre quien escribe y lo que escribe, y la aventura
literaria consiste, patologías al margen, en el proceso de invención de ese
otro. De ahí que la tesis de Savinio me parezca hueca, pero no así su libro, que
hace uso de aquella como un arma de ingenio para construirse a sí mismo. Lo de
menos es Maupassant y lo importante es lo otro, ya que éste siempre acecha,
tanto en el libro de Savinio como en la vida y en la historia de todos.
Savinio nos presenta a Maupassant como el último
ancestro del otro protagonista de su libro, Nivasio Dolcemare, un alias del
autor, cuyo nombre real era Andrea de Chirico y era hermano del célebre pintor.
Dolcemare, que protagonizará otras obras del autor, "es la continuación inefable
de algunos hombres que le han precedido en el tiempo", entre los que se cuentan
Heráclito, Luciano, Voltaire, Stendhal... y el otro en Maupassant. En realidad
es su desarrollo. También la historia sería una sucesión de otredades, que ponen
de manifiesto las guerras. Estas servirían para dejar al descubierto lo que la
paz anterior a ellas incuba en secreto, descubrimiento que se llevaría a cabo en
el periodo de paz subsiguiente. Savinio presenta ejemplos de lo que las guerras
de 1870 y de 1914 descubrieron de lo que se cocía en los periodos de paz
previos. Y en ese contexto, apuntando en especial contra D'Annunzio y la Duse,
nos ofrece su crítica del esteticismo, al que considera, en tanto que encubridor
de lo que ya está muerto, responsable último de toda clase de crisis y
desastres. Es un cadáver enmascarado.
No sabemos lo que pensaría Dolcemare de hallarse entre
nosotros, ni si apreciaría en el lenguaje escatológico al uso -venderse,
demonizar, traición, conjura, involución, unionismo, etc.- la señal de una
otredad en ciernes. Toda esa escatología forma parte, en realidad, de una
estética del autoengaño. Una estética maniquea que en su exasperación anuncia el
final de una guerra y la posible irrupción de otro tiempo. Estamos a la espera.
LUIS DANIEL IZPIZUA
Fuente y propiedad del texto: Diario El País, 23 de abril de 2009.
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