El País, 23 de octubre de 1915

 

APOLO

« La cena de los húsares », zarzuela de Paso y Abati, música del maestro Vives.

 

Un hermoso cuento de Guy de Maupassant, inspiró a los señores Paso y Abati y al maestro Vives una obra lírica en la cual pusieron sus más risueñas esperanzas.

Los húsares invaden un pueblo: en ese pueblo no ha quedado una sola mujer, pues huyeron todas, envueltas en el torbellino de la invasión,. El invasor no encuentra más que ruinas, y, entre ellas, un viejo sacerdote que, excitado por un capitán y unos soldados a que busque, en donde sea, una mujer al menos que alegre una opípara cena, con la que piensan celebrar la victoria, promete encontrar no una, sino cinco, que acompañarán en la comilona a aquellos bravos militares. Y la hora del banquete llega; y el buen sacerdote comparece con cinco mujeres, ansiosamente esperadas por los militares: cinco mujeres que son como todo lo que quedó en el pueblo después de la invasión: una ruina. La más joven tiene cerca de sesenta años. Son unas pobres protegidas del cura, que esperaron, refugiadas en una vieja iglesia, el fin del recio fragor del combate.

Y esas simpáticas ancianas que, al principio, producen en los soldados, lógica indignación, acaban por alternar con ellos y referirles alegres recuerdos de su juventud, evocados por los vapores del champán.

El enemigo vuelve; y los soldados que alegres cenaron tienen que luchar de nuevo en las calles, siendo heridos algunos de los que noblemente alternaron con las ancianas y el cura. Los conducen a la iglesia, y allí son atendidos con cristiana solicitud por aquellas pobres mujeres y aquel bondadoso sacerdote que de ese modo premian un momento de bizarra generosidad.

El cuento de Maupassant es un encanto; pero Paso y Abati no supieron del todo teatralizarlo con el cuidado que merecía, si bien es su tentativa literaria digna de toda estima.

Hay en la obra escenas acertadísimas; pero otras, como la del maniquí, que desentonan totalmente del asunto.

De chistes está bien la zarzuela. Y gracias a ella puedo el gran Ortas hacer un buen papel.

Y pasemos a la música. Como de Vives, es excelente, pese a una parte del público, que la recibió con desagrado.

El concertante y la canción de la viejecita, que cantó magistralmente Consuelito Mayendía, son deliciosos, quizá de lo mejor que ha compuesto el ilustre Vives. Lo que ocurre es que hay en la partitura momentos de gran languidez, sobre todo al final. Las últimas armonías de «La cena de los húsares», oídas en un concierto, hubieran sido objeto del éxito más ruidoso, pero el público de los estrenos de Apolo suele ser siempre inquieto e irreverente. Hay cosas irremediables. Y así se comprende que la obra pasara con protestas y terminara en medio de la mayor frialdad.

Hermosísima la decoración del segundo cuadro. Medianejos Rufart y López; muy bien la Mayendía, y en su lugar, muy en su lugar, el Sr. Moncayo.

El teatro estaba lleno; pero el éxito de taquilla no fue, en realidad, cosa de agradecer para los autores de «La cena de los húsares».

 

 

 

Publicado en El País, el 23 de octubre de 1915.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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