El Globo, 9 de noviembre de 1902

 

LA PAIX DU MENAGE

 

Ciertamente no hay clase que tenga tanta tolerancia, tanto espíritu de femenfichisme, que dicen los franceses, como nuestra aristocracia. Otro público cualquiera que hubiese asistido a la representación de la Paix du menage, de Guy de Maupassant, hubiera protestado de los atrevimientos, de las frases cínicas y brutales de la obra; el público selecto de la Zarzuela no se escandalizó; al revés, oyó con verdadera complacencia la comedia.

Esto a mí me parece un signo de superioridad. Creo que inmoralizar es un trabajo beneficioso, un trabajo meritorio, y más en sociedades como la nuestra, llena de prejuicios rancios y de preocupaciones arcaicas.

La amoralidad es la forma más alta de la intelectualidad; esta amoralidad, unida a la expresión sincera del pensamiento, hace de un hombre algo superior a su raza y hasta a su especie.

Ahora, que yo creo que para inmoralizar hay que hacerlo con gracia, y la Paix du Menage no la tiene. Es la comedia ésta un cuento de Maupassant llevado al teatro, en donde un marido filósofo que no cree en las supersticiones del honor, y que acepta de buen gusto al amante de su mujer, se halla enamorado de su esposa, y la quiere hacer su querida; y viendo que ella no acepta tan noble misión, ofrece dinero y más dinero; es una obra donde hay un regateo entre el esposo y la esposa no muy edificante.

Esta obra, además de ser irreal, tiene un dejo amargo, sin idealidad alguna; la mayoría de las veces es grosera, es triste, es cínica; parece escrita por un irreconciliable enemigo de las mujeres.

Y el hombre amoral no debe ser triste; la tristeza es cristiana; debe ser tranquilo, alegre, sereno y fuerte; como un  hijo de Apolo.

Sólo a fuerza de gracia en la ejecución se puede hacer pasar esta comedia, y la ejecución fue primorosa. La Bartel estuvo admirable en su papel de Mad. Salu, una mujer cansada de la villanía de los hombres; Le Bargy muy bien como amante fiel.

Después, para suavizar la aspereza de la Paix du Menage, se representó L’Etincelle, ese amable cuento de Pailleron que parece escrito por uno de los espirituales narradores del siglo XVIII, para ser representado en un salón a la Pompadour, entre un minué y una pavana.

La mujer sin ilusiones, hastiada de la bestialidad de los hombres, se transformó en L’Etincelle, por obra y gracia de La Bartel, en una amable dama, coqueta y desenvuelta; el amante cínico, en amante apasionado. Hicieron entre los dos grandes actores y la señorita Ninove una labor de encaje, fina y delicada.

Después del cuento amargo y del cuento espiritual, vino el folletín, el Enigma de Paul Hervieux, y allí pudimos descubrir en el anciano marqués de Neste al amante de la Paix du Menage y al amante de L’Etincelle.

La velada fue muy agradable, sobre todo muy edificante. Obras como esta de la Paix du Menage, pero más ingeniosas, son las que nos convienen para deshelar un poco esta vida, fría y dura que padecemos todos, por respetar unos cuantos convencionalismos y unas cuantas tonterías que no nos sirven más que para amargarnos la existencia.

 

PIO BAROJA.

 

Publicado en El Globo, 9 de noviembre de 1902.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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