El Heraldo de Madrid, 6 de noviembre de 1905

 

LA FORMACIÓN DEL ESCRITOR

 

Los escritores suelen formarse de dos maneras: una, la más rara y la de éxito más airoso, es el aprendizaje obscuro, lento, callado. El escritor sometido a una severa disciplina intelectual y estética inutiliza cuanto le viene a la pluma, porque teme que sea malo. Si idea y compone cuentos, no falta un amigo piadoso al frente de un periódico que los arroje distraídamente al cesto de los papeles inservibles.

Si se mete en el empeño de improvisar una comedia, no falta una Empresa de teatro que le chafe sus ilusiones devolviéndole la obra con cuatro palabras de urbana negativa. Si el escritor tiene un temperamento, si le hostiga la necesidad espiritual de hacer plástico en el periódico, en el libro o en la escena lo que él ha visto en el mundo y lo que ha sentido en su fantasía se recoge a meditar, conlleva resignadamente estas primeras desventuras de su amor propio y concluye, andando el tiempo, por imponerse plenamente, con victoria indiscutible y duradera.

Es el caso de Maupassant, educado, alentado, corregido, desdeñado, maltratado y, en última instancia, glorificado por su maestro Flaubert.

Maupassant escribe unas cuartillas, en que van juntas la calentura literaria del hombre que siente en sus entrañas un confuso mundo de sensaciones que aspira a exteriorizar y la torpeza del que ignora lo que valen las palabras y el mecanismo del estilo. El discípulo, lee; el maestro, escucha, percibe en el gárrulo hacinamiento de las cuartillas borrajeadas las obras del escritor futuro, como debió percibir Dios en la caótica masa de las nebulosas los planetas que hoy ruedan en el espacio.

A pesar de todo, inflexible y severo, toma la tempranera obra de su discípulo y la rompe con indiferencia. Este pugilato entre Maupassant, que escribe, y Flaubert que inutiliza, dura varios años. El discípulo, unas veces se ve alentado en la alegría, y otras, las más, en el desfallecimiento y en la tristeza. El maestro, impasible, sin prisa, con prevista certeza, espera el momento de lanzarlo al público, la hora solemne del debut. ¿Qué sucede? Que el primer cuento de Maupassant que aparece en un periódico es Boule de suif, que acaso sea el mejor de la literatura contemporánea.

El literato ha triunfado al asomarse al público. Su nombre no es una esperanza que se anuncia; es una realidad que se impone.

Hay otra casta de escritores que procede al contrario. Desde que despunta su vocación literaria encuentra facilidades, camino llano y protección franca. El escritor manda sus cuartillas a un periódico, y se las publican. Compone una comedia; la lleva a un teatro, y se la representan. Lo más frecuente es que en este primer paso le acechen la hostilidad del público y el desdén de la crítica y que su obra pasa de la luz a las tinieblas definitivas. (...)

 

 

Fragmento.

Publicado en El Heraldo de Madrid el 6 de noviembre de 1905

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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