El Heraldo de Madrid, 9 de marzo de 1893

 

GUY DE MAUPASSANT

TRISTE TELEGRAMA.- CIELO AZUL.- DONES SOBRENATURALES.- CRUELDADES DE LA FATALIDAD.- LA LIMOSNA DE UN MES.- DESASTRE.

 

Con motivo del estreno de la comedia en dos actos, La paz del hogar, del infortunado escritor francés Guy de Maupassant, se han vuelto a depurar los méritos del popular autor de Bel Ami.

Muchos son los juicios que se han emitido sobre tan prestigiosa personalidad literaria. Pero, de todos estos juicios, ninguno tan profundo ni tan atinado como el que en El Eco de París, publica el insigne crítico Paul Bourget.

Paul Bourget expone su crítica en forma de carta dirigida a Catulo Mendès. Firma el artículo en Corfou, el 20 de febrero. Y dice:

 

«He aquí una de las tristezas de los largos viajes, querido Mendès: recibo un telegrama pidiendo un perfil literario de Maupassant. Ya es esto bastante para llenar de sombras este claro cielo azul que acaricia con una luz tan dulce las laderas plantadas de olivares, el mar Pacífico y la línea de las montañas del Epiro, blancas de nieve.

Al mirar el horizonte, con el telegrama en la mano, he recordado con qué ternura nuestro desgraciado amigo adoró la belleza de los paisajes formados de agua moviente, de inmóviles montañas y de brillantes claridades, y le he vuelto a ver tal y como era en la época de su primera partida para África, hace quince años.

Maupassant apenas tenía entonces veinticinco. Acababa de entrar en plena fama con su admirable poema A orillas del agua, al cual abristeis vuestra revista, La República de las Letras. Su fama se confirmó después con su cuento Boule de Suif de las Veladas de Medan.

Aún le veo, robusto mozo normando; un poco corto de talla, pero cuadrado de hombros y de pecho; con su hermosa tez sanguínea de hijo del mar; su frente voluntaria, unida a la nariz recta por aquel ancho entrecejo, que daba a la parte superior del rostro tanta potencia; su boca risueña y su barba enérgica, sellada con hoyuelo profundo.

Poseía dones superiores y contradictorios: la musculatura de un atleta y las finuras nerviosas del más delicado de los observadores; la maestría de sí más vigilante y las seducciones de la verdadera familiaridad; la mirada segura del hombre de acción y la fantasía mágica de los imaginativos.

Pero ¡ay! en el reparto de dones, la implacable justicia le dio un don funesto. En aquel cerebro tan luminoso entró la locura.

El poema citado antes revelaba un maestría que nada tiene que aprender, de la misma manera que Una vida, la novela con que debutó. Y en uno y en otra, el poeta y el novelista se encuentran intactos en Nuestro corazón como si hubiera encontrado en el Angelus, al decir de los amigos, a los que contó esta novela ya compuesta en su cabeza.

No pedía, poco antes de la terrible prueba que sentía acercarse, más que un mes de su antigua facilidad de trabajo para escribir este libro.

–¡Un solo mes! – decía –¡Ay! No lo tendré.

La enfermedad ha podido paralizar y abatir a este artista; pero no pudo disminuirlo.

 

El primer rasgo del talento de Maupassant era el de narrador.

Después de Scott, sólo Maupassant sabía contar un asunto.

La mayoría de los novelistas, de los grandes novelistas, evocan y demuestran, analizan y explican.

Pero hay pocos que posean esa especie de poder singular e indefinible.

Balzac mismo no poseyó sino en grado inferior este don.

En una narración de seis o siete páginas, Maupassant sabía meter una eternidad.

No necesitaba introducir sus personajes, ni situarlos comentándolos. A la primera palabra que decía de ellos, a la primera frase que les hacía decir, allí estaban en una atmósfera, entre costumbres indiscutibles e innegables de individualidad.

En un prólogo, que prueba una vez más cuán naturalmente generosas son las simas de los grandes artistas, Maupassant atribuyó modestamente a los consejos de Flaubert aquel acto superior suyo de caracterizar un individuo con un solo rasgo.

Otra de las cualidades que distinguían su talento, era la de poner en movimiento los personajes.

Sus páginas son pinturas de la vida.

¡Qué lástima!

Era un maestro y era un joven.

Su desgracia ha sido uno de los más crueles desastres que han herido nuestra literatura desde ha muchos años.

PAUL BOURGET.

 

 

Publicado en El Heraldo de Madrid, el 9 de marzo de 1893.

Fuente: Hemeroteca Nacional

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