Heraldo de Madrid, 12 de marzo de 1900

 

UN LIBRO DE MAUPASSANT

 

Se ha publicado en París un nuevo tomo de los cuentos inéditos del célebre Guy de Maupassant. A semejanza del libro, también de narraciones, que salió a la luz el verano pasado, el Pére Melon (sic), esta nueva obra de Maupassant lleva el título de los primeros de los cuentos que contiene el volumen. Se titula Le Controleur [1](sic).

En Le Controleur (sic) no están todos los cuentos acabados. Algunos no tienen más que el principio; otros constituyen como un borrador o specimen de los que habían de ser, conforme al pensamiento del insigne y gran maestro.

Entre esos cuentos no concluidos hay uno que se llama Aprés le mort, que es del género de las extrañas y ya un poco delirantes narraciones del autor de Boule de Suig (sic), del que ocupa en la literatura francesa un puesto eminente al lado de Balzac, de Daudet, de Goncourt.

Aprés le mort es la narración de los últimos momentos del célebre filósofo alemán Schopenhauer, hoy tan de moda en Francia por su potente pesimismo.

Y concluye el cuento del siguiente modo:

«Velaban el cadáver de Schopenhauer dos de sus amigos más íntimos. Estaba el filósofo como dormido, con su habitual expresión de ironía y de burla. La boca abierta parecía sonreír con sonrisa en la que se dibujaba una de aquellas sus famosas frases contra la vida: «Cada ser que viene al mundo comete un atentado contra la Humanidad, porque sólo sirve para perpetuar el dolor en la especie.»

Los dos amigos hablaban de la vida y hechos del autor de El mundo como voluntad y como representación, cuando se fue apoderando poco a poco de ellos la obsesión de que el muerto iba a dirigirles la palabra.

Cogieron uno de los cirios que le alumbraban y se fueron a otra habitación. Desde ésta veían el cadáver; pero ya no tan cerca, para que se les pasara el extraño miedo de que les hablara.

Y de pronto, los pelos de los dos amigos se erizaron de espanto, y sintieron frío y un terror muy grande, muy grande.

Una cosa blanca salía de la boca de Schopenhauer, se deslizaba por la mortaja y rodaba al suelo y caía debajo de un sillón, produciendo un ruido, que se les antojó tremendo, en aquel cuadro de silencio y de muerte. Sí, estaban seguros de haberlo visto con sus propios ojos. No era ilusión. Puesto que el difunto se movía, también podía hablar.

Y cogidos de la mano, haciendo de tripas corazón, con el cirio que se habían llevado penetraron los dos amigos de puntillas en la cámara mortuoria.

Schopenhauer ya no sonreía. La boca se había cerrado, y ahora en su cara se dibujaba una mueca espantosa.

Uno de los amigos se inclinó al suelo, buscando el objeto del ruido, la causa de su terror, el motivo de su alarma. Y sin decir nada le tocó al otro en el brazo.

Allí, en el suelo, blanca, muy blanca, y abierta como para morder, estaba la dentadura postiza de Schopenhauer.

La descomposición cadavérica la había hecho saltar comprimiendo y reduciendo las mandíbulas.

Era la última broma, broma macabra, del egregio filósofo, que aun después de muerto ejercía de gran mixtificador.»

 

 

 

Publicado en El Heraldo de Madrid, el 12 de marzo de 1900

Propiedad y fuente: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant


[1] Se refiere a Le Colporteur (Nota de J.M. Ramos)